CAPITULO 2

2512 Words
GENESIS El aula estaba vacía cuando crucé la puerta. Un alivio... aunque el nudo en mi estómago no se deshizo. Sentía la garganta apretada y el pecho estrujado por los recuerdos que me perseguían como un mal perfume. Hacía años que no pisaba una sala de clases, no desde que terminé mi primera carrera, esa que nunca ejercí porque, para mi exesposo, una mujer educada era una mujer peligrosa. Siempre me mantuvo en casa como si yo fuera un adorno más. Podría decir que era una esposa de adorno. Su muñeca de porcelana encerrada en una vitrina dorada. Nunca pude opinar en nada. Siempre me decía que me limitara a mantener la casa organizada. Complacerlo a la hora de follar y a respirar. Me decía que una mujer debe estar en la cocina y no en una oficina. Que solo servimos para criar a los herederos de las grandes empresas. Estaba loca cuando me metí con un tipo así, pero más loca habría sido quedarme. Nunca fui feliz. Siempre me hizo sentir menos Cuando pasó lo del divorcio. Sus últimas palabras fueron: Eres un monstruo. Alguien que no vale la pena. Eres rara y por eso te quedas y te quedaras sola. Nadie nunca aceptara tú verdadera esencia. Algo dentro de mí se rompió... me sumí en una terrible depresión después de eso. Me escondí del mundo. Años escondiendo lo que soy. Porque, aunque me gusta. Lo que soy no cabe en moldes. Me gusta lo oscuro, lo retorcido, lo que los demás no se atreven a mirar de frente. Pero eso no se dice en voz alta. No si quieres sobrevivir en este mundo hipócrita. Tomé una bocanada de aire. Este sería mi nuevo comienzo. Tenía que salir adelante. Tengo un hijo por el cual luchar. Por esa parte de mí que aún se niega a morir. Así que, decidí sacrificar lo que soy, para ser la mujer que el mundo realmente espera que sea. Me senté. Como siempre, llegué antes de tiempo. Ser puntual parece más una maldición que una virtud: siempre me toca esperar. Y con la espera, llegan los pensamientos. —¡Hola! —una voz femenina me sacó de golpe de mi espiral interno. Alcé la vista. Una chica preciosa me sonreía. Piel canela, rizos rebeldes, ojos verdes de esos que saben mirar. Sé apreciar la belleza de una mujer. Y eso no me hace menos. Antes me hace segura. —¡Hola! — respondí, algo tímida. Socializar no es lo mío. De hecho, me cuesta horrores. Soy reservada, algo fría y distante. Siento que si le hablo a alguien llego a invadir su espacio personal o a incomodar. Por eso siempre me mantengo distante. Con los años desarrollé el hábito de esperar a que las personas se acerquen a mi si es que desean hacerlo. —Soy Victoria —dijo, como si ya nos conociéramos. Me dio una agradable sonrisa. Me removí en la silla. Joder Génesis, compórtate, no eres una niña. Me reprendí mentalmente. —Soy Génesis. —Eres hermosa —me soltó, bajando un poco la mirada, casi tímida. —Gracias... tú también lo eres —respondí con una sonrisa amable. Parecía dulce. Genuina. Tal vez necesitaba eso en mi primer día. No quería estar. Había entrado a mitad de semestre. Me tocó hacer un examen para poder ingresar a las clases avanzadas. —¿Eres nueva? —Sí —dije, mientras se sentaba a mi lado sin esperar invitación. —Perfecto. Seré tu guía. Me agradas, así que desde hoy somos amigas —anunció con entusiasmo. Le sonreí. Soy tímida, pero solo hasta que entro en confianza, aunque para eso me tomo bastante tiempo. —No te separes de mí. En este salón se ve cada cosa —añadió con un gesto misterioso. Sonreí. Era realmente tierno que me lo dijera. Le calculé unos veinte años. Tanta dulzura, tanta emoción... Me pareció casi enternecedor. Y yo con treinta y dos años ya había visto todo. Así que nada de lo que hubiera en ese salón podría sorprenderme. Las personas comenzaron a llegar. Poco a poco el aula fue llenándose. Yo seguía con ese nudo en la garganta. Mis manos sudaban. Mi corazón galopaba tan fuerte que tenía miedo de que se saliera de mi caja torácica. Tienes que calmarte mujer, te va a dar un infarto. Me decía mi cabeza. Me sentía demasiado observada. Cada persona que llegaba me miraba como si fuera de otro planeta. —Tienes unos ojos preciosos —dijo Victoria, de pronto—. Como un cielo nublado a punto de llorar. —Gracias... —murmuré. ¿Coqueteaba conmigo? ¿Esta chica le gustaban las mujeres? No había dejado de mirarme desde que llego. Sacudí la cabeza. Quizás era de esas mujeres que les encanta elogiar a su mismo sexo. Eso es bueno. Uno debe tener la suficiente madures para aceptar lo hermosa que es otra mujer. Un murmullo en el pasillo captó mi atención. Voces masculinas, risas. Victoria se tensó, lo noté. Sus ojos, antes alegres, se oscurecieron. Y entonces lo vi. —Bueno, bueno... ¿Qué tenemos aquí? Lo dijo con esa voz que se te mete bajo la piel. Grave. Irónica. Consciente de su poder. Un chico blanco como la nieve. Alto, puedo decir que media unos 1.90 cm, cabello n***o, como si la noche le hubiera prestado la oscuridad. Sus ojos eran realmente hermosos. Grises como la niebla, con un dejo de azul en ellos, como tormentas que prometen desastre. Esto tenía que ser el cielo. Me quedé paralizada. ¿Esto era el cielo? ¿O el infierno disfrazado? ¿Te calmas? Puedes ser su hermana mayor, me reprendí mentalmente. Pero ese hombre no parecía un estudiante cualquiera. Caminaba como si el mundo le debiera algo. Y como si supiera que lo cobraría. —¿Por qué dejaron escapar a las reinas? Su voz me sacó de mis pensamientos como un balde de agua helada. Parpadeé, volviendo al presente, y entonces me di cuenta de que me hablaba a mí. Estaba de pie frente a nosotras, con esa media sonrisa descarada dibujada en los labios y los ojos brillando con un descaro que no disimulaba. —¿De qué palacio te escapaste? ¿Estoy en el cielo ya? —Cállate, Hades... en serio, deberías renovar ese repertorio barato de frases para ligar. Da asco. La morena a mi lado puso los ojos en blanco, ya resignada, como si conociera de sobra al chico. Yo me limité a entrecerrar los ojos. No tenía idea de quién era ese Hades, pero claramente estaba demasiado cómodo en su papel de bufón encantador. —No seas mentiroso. No parece una reina. La voz de otro chico interrumpió la escena. Era moreno, de estatura similar al mocoso que me estaba devorando con la mirada. Tiene los ojos color ámbar. Muy lindos, por cierto. Yo los observé en silencio y rodé los ojos. Dos críos jugando a ser casanovas. —¿Entonces qué es? —preguntó Hades, divertido. Lo miré con firmeza, sin pestañear. Si creía que me iba a intimidar, estaba tan perdido como su sentido de la elegancia. —Es una diosa. O una ninfa, de esas que te embrujan sin que te des cuenta —siguió el otro acercándose—. Mira esos ojos de cielo, esos labios... es de porcelana. ¿Eres soltera? ¿Tienes novio? ¿Un amante tal vez? No soy celoso, por si te interesa. —Si alguno de esos espacios está libre. Me ofrezco como voluntario para ocuparlo. Puedo ser tu tributo. Aunque yo sí soy celoso. —Yo también me ofrezco como tributo. Dijo el moreno con una gran sonrisa. Otro intento fallido. Rodé los ojos otra vez. Qué fastidio. Esto iba a ser más difícil de lo que pensé. Se quedaron esperando una respuesta como si fuera su obligación divina recibirla. —¿Diosa no hablas? ¿Eres muda? —insistió el mocoso de ojos grises, con ese tonito que me erizaba la piel, pero no de buena manera. Inspiré profundo y suspiré. Lo ignoré olímpicamente. No tenía caso. Solo era un bebé. Un niño calenturiento con ínfulas de casanova. No valía la pena. —Déjala en paz. La incomodas —intervino la morena. Por primera vez, le agradecí su existencia. Quería que se fueran para la puta mierda y que no volvieran. Podría comprarles el pasaje de ida. De paso que me saludaran a los que ya había mandado para allá. —Deja que ella me lo diga —respondió él, sin apartarse ni un centímetro. Entonces hizo lo impensable. El mocoso se sentó a mi lado y su amigo el moreno frente de mí. Ambos me miraban con fascinación. Como si no fuera de este mundo. Como si realmente fuera una diosa que los hubiera embrujado. Me moví algo incomoda cuando sentí la cercanía del mocoso. El calor de su cuerpo hizo que un corrientazo estúpido se esparciera por todo mi cuerpo. ¿Te puedes calmar? Gracias Me dijo mi cabeza. —Dime... ¿a qué hospital quieres que te manden? —pregunté, mirándolo fijo, mis ojos como puñales clavándose en los suyos. —¿Qué? —parpadeó, confundido. —Si para ir a firmarte el yeso... si no te alejas en estos momentos —Le dije clavando mis ojos azules en sus hermosos ojos grises como si fueran dagas— estas invadiendo mi espacio personal. El chico soltó una carcajada como si lo que hubiera dicho hubiera sido un chiste. Miró a su amigo, que seguía mirándome con fascinación, como si de verdad estuviera hipnotizado. -¡Ey! Reacciona —le espetó Hades al moreno. —¿Qué? —el otro volvió a la realidad. —Pareces idiota. La vas a desgastar con esa mirada. Además... me estás poniendo celoso. Y ahí estaba otra vez. Esa sonrisa de tonto enamorado al notar que yo lo miraba como si quisiera que desapareciera. —Lo siento. Nunca había tenido a una diosa tan cerca —dijo el moreno, encogiéndose de hombros. —¿Por qué no se van? Nadie los llamó —intervino la morena, visiblemente harta. No la culpaba. Yo estaba igual. O peor. No me gustaba ser el centro de atención y menos el de dos estúpidos mocosos. —¿Por qué me iría? Este asiento me encanta, además... allá atrás no veo bien —dijo Hades, pegándose más. Y ahí estaba, la misma sensación. Me removí incomoda. Intentando que tomara distancia. —Phill... yo pensé que mi día seria aburrido, pero parece que encontré un motivo para venir a clases. Cada. Maldito. Día. De ahora en adelante vendré con más ganas. Hay muchas cosas interesantes. —No nos has dicho si tienes novio —insistió el moreno con su eterna sonrisa de idiota. Ignorando la estupidez que acababa de decir su amigo. Lo miré. —Responde, diosa —agregó Hades, inclinándose un poco más—. Me muero por saberlo. —Para ti tengo novio, esposo, amante... soy lesbiana, y también... —me quedé pensando, dejando que el silencio hiciera efecto— puedo ser tu hermana mayor. Anda, ve a molestar a una chica de tu edad, niño. Lo dije con una mezcla de aburrimiento y fastidio. No suelo ser grosera; me gusta llevarme bien con todos. Pero si alguien invade mi espacio así, se gana mi peor versión. Ambos chicos se me quedaron mirando, perplejos. Después de unos segundos, estallaron en carcajadas. —Hades es arisca —dijo el moreno, divertido. —A mí me encantan así... las que hay que domar. Los retos me prenden. —¿Quieres que te traiga algo de tomar? —le solté. —¿Qué? —Para que no te canses de esperar, niño. Sonrió. Pero esta vez su sonrisa no fue cualquiera: fue de esas que se meten bajo la piel. Traviesa, maliciosa, como si ya supiera que ese juego me incomodaba... y le encantara. —¿Por qué me dices niño? No creo que seas tan mayor. Fui yo quien sonrió ahora, con una ironía que me salió natural. Lo miré fijo, arqueé una ceja, me acomodé en la silla y suspiré. —Mira, niño... tengo treinta y dos años. Así que primero aprende a limpiarte el culo, y después intentas ligar conmigo. Cuando tengas unos... —hice una pausa, teatral— ¿jamás en la vida? La sorpresa fue inmediata. La reacción de siempre. Bendita genética. No aparentaba mi edad: era bajita, 1.65, delgada y menuda, con buenas curvas. Mi piel tersa como porcelana, ojos azules. Lo que más me gustaba de mí junto con mi cabello castaño, ondulado. Y esa expresión entre inocente y cansada que confundía a los que me rodeaban. —¿No sabes hablar? —le dije, devolviéndole la misma pregunta que él me había lanzado antes, con idéntico tono. —¡Joder! Esto es increíble —soltó la morena que tenía al lado. —Ni que me lo digas. ¡Maldita genética! — añadió el moreno ahora. —Creo que me gustan mayores ahora —dijo el niño. Se acercó aún más. Sentí cómo mi cuerpo se tensaba, en alerta—. Unos años más, unos años menos... son solo números. Y no me importaría una mierda si eso me lleva a tener a una mujer como tú a mi merced. —Ya te lo dije: cuidado te cansas de esperar —le hice un gesto con la mano para que se alejara—. Me gusta que me enseñen, no enseñar. Así que, déjame fuera de tus parámetros. —El colágeno es bueno para la salud, diosa. Su voz era pastosa, coqueta. Y esa sonrisa... ¡Dios! Casi me provoca un infarto. Tenía que respirar. Mi pobre corazón no está preparado para esto. Este chico era de otro maldito mundo. Ojos grises, hombros anchos, labios carnosos, cejas marcadas, pestañas largas, manos grandes. Todo lo que podría hacer con ellas. Se notaba que se ejercitaba. La ropa que traía se le acentuaba muy bien a su deliciosa figura. Le hacía justicia en cada parte correcta. Estaba salivando. Yo, que jamás había sentido atracción por chicos menores... ¡pero este! Este era una jodida alucinación. —No, gracias —logré decir, intentando poner los pies en la tierra. Necesitaba con urgencia irme a desestresar. —Me gustan los retos, diosa. Lo fácil me aburre. Pero lo difícil... me obsesiona. Se inclinó tanto que pude aspirar su aroma. Embriagante. Una mezcla amaderada con ese dejo a cigarrillo que, en lugar de repelerme, me atrajo más. Casi le ronroneé. Mis bragas estaban oficialmente en estado de emergencia. —Cuidado y te estrellas, niño —fue lo último que logré articular, girando la vista al frente justo cuando el profesor entraba. —Se cayeron las torres gemelas... ahora que no caigas tú —me susurró, con una sonrisa que me hizo estremecer—. No me subestimes, diosa. La que puede llevarse una gran sorpresa eres tú. Cerré las piernas, tragué en seco y traté de calmar mi corazón. Este iba a ser un semestre eterno.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD