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MI LOCURA ES HADES

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El la desea tanto… que intenta fastidiarla, ella es su cielo y él será para ella una vía de escape de su maldito infierno

Hades Lander guapo, arrogante y en camino de convertirse en el heredero de un gran impero. Es el chico deseado por todas las mujeres. Encantador, mortífero y lo suficientemente inteligente y astuto para ocultarlo. La moral es algo que no le llama la atención, y ¿El amor? Nah, es un tema vetado, dice el que es algo que el hombre se inventa para esconder sus momentos de debilidad.

Cuando no puede negar la extraña atracción que comienza a sentir por su compañera de clase, 8 años mayor que él, comienza a fastidiarla, pero es que vamos… ¡Él nunca ha estado enamorado! Además, ella, lo ignora por completo y no sabe cómo llamar su atención.

Todo un monstruo cubierto de piel de oveja, pero… todo monstruo tiene su debilidad y la de él es ella…

Su adicción.

Su única excepción.

Genesis Dalmat madre de un chico de 8 años, quiere empezar de cero después de la traición y el desengaño que vivió. Es fuerte o eso es lo que intenta reflejar. Ya que tiene alguien por quien no darse por vencida, debe seguir, caerse y levantarse es su lema.

A pesar de todas lo malo que le pasa, tiene esa chispa en los ojos de esperanza que cautiva, es una mujer bondadosa y algo introvertida, ve siempre lo bueno de las personas, aun cuando el dolor cada noche no la deja dormir.

Lo conoce a él un chico 8 años menor, con la belleza de un dios griego. A pesar de frio y distante que puede ser a veces Hades es el único que la hace sentir de todo cuando está con él.

Apasiona.

Protegida.

Verdaderamente deseada.

Lo que él no sabe es que ella guarda un oscuro secreto… que cuando se descubra lo cambiará todo.

Su amor puede parecer retorcido ante la sociedad ¡Vamos ella es 8 años mayor que él y tiene un hijo! Pero ¿Quién dijo que una mujer no puede tener una segunda oportunidad?

Él es su infierno y su cielo, es todo aquello que ella no estaba buscando, pero que el destino y la vida le dio.

Aprenderá que siempre hay alguien que puede hacer arder el mundo por la persona que ama y que se puede sonreír bajo la tormenta con la persona indicada.

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CAPITULO 1
NARRADOR La noche caía espesa como tinta sobre el cielo, y dentro de aquella habitación lujosamente vestida, el tiempo parecía suspenderse. Ella contemplaba su cuerpo frente al espejo como si fuera la mayor obra de arte que el creador haya creado. Con la devoción de una diosa ante su altar. Sus curvas son la mayor fantasía de los hombres que asisten al lugar. Esos hermosos ojos azules como si fueran un zafiro se acentúan con el hermoso maquilla que llevaba. Y es que esa es la mejor arma que tiene. Con ellos hipnotiza. Es como una gran hechicera que puede poner a cualquier hombre a sus pies. Tiene el cabello con ondas, y semirrecogido. Su piel es como una porcelana blanca. De las mejores que haya en el mundo. No era solo carne: era deseo armado, arte viviente. Ese vestido rojo ceñido como una segunda piel, convertían su imagen en un veneno del que nadie quería antídoto. Los guantes de cuero n***o hasta el codo eran una declaración: poder absoluto. Un labial rojo carmesí le da ese toque sensual que buscaba. Se giró lentamente, como si cada movimiento tuviera su propio tempo. La tela del vestido brilló bajo la luz tenue, marcando cada contorno con arrogancia exquisita. Volvió a mirarse, como si no fuera ella, sino el espectro de una mujer que sabía exactamente quién era. —Esto es lo que soy... —susurró, con una sonrisa torcida—. Una diosa escondida en un mundo que aún no está listo para adorarme. Un suave golpe en la puerta interrumpió el silencio. Ella se colocó tras la cortina de terciopelo, con el antifaz aún cubriendo la mitad de su rostro. No por pudor. No por debilidad. Sino porque incluso su misterio era un arma. Que vean sus labios, sus ojos, pero no su historia. —Adelante —ordenó, con una voz tan cálida como peligrosa, como un susurro envuelto en fuego. Ella realmente es fuego por dentro, aunque su exterior sea una capa de hielo. La puerta se abrió lentamente. Dándole paso a un hombre que se quedó sin aliento al ver la figura a través de la cortina. —Ho-hola... soy. —No te he dado permiso para hablar —lo cortó ella, sin moverse, sin alzar la voz. La tensión se deslizó por la habitación como un perfume espeso. Él se congeló, atrapado entre la excitación y el miedo. A pesar de que su tono de voz es dulce y seductor tiene ese toque de fuerza y domino. Esa mujer era fuego contenido en porcelana. —Acuéstate —ordenó—. En la cama. Ahora. Su tono no admitía réplica. Sus demandas deben cumplirse si quieren estar con ella. Ese es la condición que pone cada vez que tiene un encuentro de estos. Él obedeció. Torpe, nervioso, tragando saliva. —C-como diga... —¿Cómo diga qué? Ella aún seguía de espaldas a él. Quería tener todo controlado para poder mostrarse. —Como diga, mi ama... Una sonrisa sutil curvó sus labios. Ya estaba entrando en calor. —Desnúdate. Lento. Quiero escuchar cada botón, cada cremallera. Quiero oler tu vergüenza en el aire. Él dudó. El temblor de sus manos era evidente incluso a través del espejo. Estaba nervioso. Inexperto. Pero deseoso. Había esperado tanto este momento. La mujer que tiene enfrente es la más deseada en el club b**m. Es una de las pocas mujeres que es dominatrix en ese club. Por no decir que es casi la única. Un club plagado de hombres que se creen dueño del mundo, entre ellos está ella. Ella lo observaba desde el reflejo, sin ser vista. Una cazadora evaluando su presa. —¿Ya estás listo? —preguntó. —Lo... lo siento, ama —balbuceó él, con el cuerpo medio expuesto, la piel erizada de ansiedad. El chico está demasiado nervioso. Estar delante de "Queen" como le dicen en el club es un honor. Y más cuando eres nuevo allí. Muchos hacen filas. Muchos quieren ser su sumiso, aunque sea una sola noche. Pero pocos lo logran. Es demasiado exigente a la hora de escoger. Ella aún no sabe porque lo escogió. Solo lo vio y le recordó a alguien. Queria perderse en esos ojos que son como una espesa niebla cuando la miran. No ha podido encontrar en ese club uno ojos igual, así que se siente frustrada. Ese fantasma la persigue incluso en sus momentos más perversos. —No te tardes tanto —advirtió con voz aterciopelada, pero firme—. Cada segundo que me haces esperar, será pagado con dolor. Toma aire. Por el espejo que tiene en frente puede ver todo lo que el chico con torpeza hace. El rubor subiendo por su cuello. Ella se mordió el labio inferior, entretenida. Es demasiado tierno ver como se quita torpemente la ropa. Es inexperto en esto. Era tan... tierno. Tan fácil de quebrar. Cuando estuvo completamente desnudo, ella se giró, con un collar de cuero entre las manos. El chico aun no puede verla totalmente ya que la cortina solo deja ver su sensual silueta. Su silueta era un poema prohibido. Una amenaza erótica. Pensó el chico. —¿Listo para lo que viene esta noche? —preguntó con una sonrisa letal. La habitación está llena de velas aromáticas. Dándole ese olor a canela, cuero y deseo. Alguna que otra lámpara para que le dé ese toque de misterio. Hay pétalos regados por todo el lugar. Una mesa repleta de juguetes, esposas, aceites, fustas... Era su reino. Su altar. Su templo sagrado de control. —¿Vamos a tener sexo, ama? —se atrevió a preguntar, como un niño con miedo a ser reprendido. Ella soltó una risa breve. Grave. Elegante. Se nota que es nuevo en el club. No le dijeron que ella no le gusta follar con sus sumisos o bueno no con todos. Solo los lleva hasta el máximo de su excitación. Los hace probar un poco de cómo se siente el cielo y después lo lleva al infierno. —¿Te di permiso para hablar? El chico tiembla. No de frío ni de miedo, sino por la carga eléctrica que recorre su espina al escuchar la voz de la mujer que tiene delante: pequeña, preciosa y mortal. Su tono es una orden envuelta en terciopelo oscuro, y él la obedece sin cuestionar, sin comprender siquiera que ya no le pertenece. El silencio que siguió fue tan denso como el deseo que empezaba a llenarlo todo. Ella finalmente decide salir. Camina con lentitud felina, consciente de que cada paso hace crujir la tensión. Siente cómo la mirada del chico se arrastra sobre su cuerpo, como si pudiera desnudarla con los ojos, pero no siente nada. No es la misma sensación que sintió cuando aquellos ojos grises la miraron. No siente ese mismo fuego. Su centro no palpita. No se estremece y no se enciende. Respira hondo. Otra noche más de fuego prestado. Otra danza sin alma. Sus demonios están encaprichados con un solo hombre, y se niegan a salir si no es por él. Todo lo demás es solo distracción. —Arrodíllate frente a mí —ordena, con un chasquido de impaciencia. El chico baja de la cama y se deja caer de rodillas, hipnotizado por esa criatura etérea de zafiros y veneno. Esos hermosos zafiros lo miran como si él fuera alguien insignificante. Esa sensación de poder es la que la lleva al borde. Siempre le ha gusta tener el poder y el dominio a la hora del sexo. Ella se inclina con parsimonia, toma el collar de cuero y lo ajusta alrededor del cuello del chico. Lo aprieta. Más. Más. Hasta que su piel comienza a enrojecer, hasta que el latido en la garganta late contra la presión del cuero. —Ahora eres mi puta. Harás todo lo que te diga. ¿Entendido? El chico asiente, los ojos vidriosos por la falta de oxígeno, pero con la polla endurecida por el deseo. Puede escucharla y eso lo excita. Ella sonríe, y esa sonrisa podría haber pertenecido a un ángel caído. Coloca el tacón de su bota sobre su pecho y presiona. Firme. Sin piedad. De la boca del chico sale un pequeño gemino: una mezcla de placer, dolor y sumisión total. —¿Sabes hacer buen sexo oral? —pregunta, con voz melosa y venenosa a la vez—. Es lo único que te voy a permitir esta noche. Él asiente, desesperado. Por lo menos podrá tocarla. Por lo menos podrá probarla. Él podrá tocar a Queen. Pocos tienen ese placer. Y él siendo nuevo en el club se le va a permitir tener una parte de ella. —Así no se responde, chico. Aumenta la presión del collar. Él empieza a temblar. Su rostro toma un tono violáceo, y ella solo se inclina para susurrar: —Di: "Sí, ama." Ella sonríe. Puede quitarle la vida ahí mismo o puede dejarlo vivir. —S-sí, ama —logra articular cuando ella le da un respiro. Ella lo guía hasta la cama como a una bestia domesticada. Él camina en cuatro patas. Ella lo observa como si fuera un perro que aún no aprende a obedecer. Le acaricia la mandíbula con los dedos fríos como acero. Un roce suave. Después de todo, si das dolor... también debes dar placer. Sus ojos bajan a su erección. Nada mal. Pero no es él. Sabe que la polla de su obsesión debe ser más exquisita. Aunque nunca se permita tocarla. Es algo que se prometió cuando lo vio. Ella no es buena para él. No es acta. Tiene muchos demonios en este infierno y sabe que no puede llevárselo con ella. Se sube lentamente el vestido, dejando que la tela acaricie su piel como si fuera una ofrenda. Se acerca lentamente. —Hueles bien —dice, arrastrando las palabras. Sus pezones, duros y erguidos, se marcan contra la seda roja. El chico traga saliva. Se queda inmóvil cuando ella toca sus labios con los dedos y luego roza los suyos con la boca. Le baja la cabeza con brusquedad. Dejando la boca del chico en medio de sus piernas. —Ahora, chupa. El chico se lanza como un mendigo ante un festín. Su lengua, torpe al principio, empieza a trazar círculos tímidos sobre sus labios íntimos. —Haz que me corra solo con la lengua —le exige, cerrando los ojos. Sabe que no es algo imposible, pero tampoco es fácil. La estimulación se hace con la lengua y los dedos. Y le está pidiendo al chico que es novato en esto que la lleve hasta su máximo solo con la lengua. Él se esfuerza. Lame, chupa, explora con hambre mal contenida. Ella lo deja hacer un momento, hasta que su impaciencia gana. Enreda su mano en su cabello y comienza a apretar el collar de nuevo. —No dejes de lamer chico —gruñe entre dientes. Se siente bien, pero no es lo que está buscando. Se estira un poco y toma una vela encendida de la mesita. Mira la cera líquida, roja como sangre, y luego la deja caer sobre la espalda desnuda del chico. Él se estremece, pero sigue lamiendo. No quiere decepcionarla. No quiere perder el privilegio de tenerla tan cerca. Mientras el sigue haciendo su trabajo. Ella sigue esparciendo la cera por el cuerpo del chico y cortando el flujo de aire. —Lo haces bien... pero yo quiero más. La voz le tiembla, no de placer, sino de frustración. No ha llegado al punto que quiere, y se está desesperando. Cada vez que cierra los ojos, unos ojos grises la acechan, la desnudan, la poseen sin tocarla. Su mente está atrapada en otro cuerpo, en otra noche que nunca sucedió. Da un respiro. Sabe que el chico no va a poder, ya que ella no está concentrada, así que decide ayudarlo. Con rabia silenciosa, deja la vela, toma un vibrador y lo coloca sobre su clítoris. El zumbido la ayuda. El chico no deja de lamer. Comienza a gemir y jadear. Tiene el orgasmo en la parte baja de su abdomen, pero no es suficiente, quiere más. Ella comienza a gemir, a moverse, a mecer las caderas contra su boca. El calor se acumula en su vientre, pero no estalla. No como quiere. No como necesita. Suelta la correa y empuja su cabeza contra su sexo. —¡Más! —ruge. Él obedece. Ella se arquea. Jadea. Gime. Está tan cerca. Pero no llega. La cima se disuelve antes de alcanzarla. Está furiosa. Vacía. Insatisfecha. El chico bebe de ella como si fuera su salvación. Pero para ella... él es solo una distracción. Un cuerpo. Un juguete. Ella echa la cabeza para atrás, arquea su espalda, está en el clímax, pero no consigue llegar al orgasmo, se está desesperando. Esta tenía que ser una buena noche para ella, pero su cabeza la está traicionando. El chico sigue lamiendo sus jugos, pero no es suficiente ella siempre va a querer más y sabe que la persona que puede dárselo está lejos de su alcance. Gruñó con rabia contenida, con esa mezcla cruel de placer insatisfecho y vacío animal. Había llegado al clímax, sí. Pero su cuerpo, su centro, su alma maldita... seguía hambrienta. El orgasmo se le negó como una burla. Como si su cuerpo la castigara por no tenerlo a él. —Aléjate —escupió con voz ronca, apartando al chico con una patada seca, haciéndolo rodar como un juguete usado. Se levantó, la piel brillante, el corazón latiéndole como si intentara escapar de su jaula. Tomó la fusta de cuero, negra, curtida por muchas noches como esa, y la hizo chasquear en el aire. —Pégate al espejo —ordenó, y el sonido de su voz hizo temblar al chico más que el cuero que pronto marcaría su espalda. Él obedeció. Siempre lo hacían. Siempre se doblegaban. Ella se acercó. Los tacones resonaron como una cuenta regresiva para el castigo. Levantó la fusta y la bajó con fuerza. Un latigazo. Luego otro. Y otro. La piel del chico se abrió apenas, en líneas rojizas que le arrancaron jadeos de dolor... y placer. Ella no se detuvo. Golpeó con rabia. Con necesidad. Con furia femenina que no quería ser salvada ni comprendida. Solo liberada. Le da cada vez más fuerte. Se siente frustrada. Se dijo a si misma que no iba a permitir que nadie tomara el control de su cabeza una vez más. Ya había sufrido mucho. Había soportado mucho. Nadie más iba a tener el poder de dominarla. Ahora sería ella la que dominara. Pondría el mundo a sus pies y les demostraría que una ninfa podía ser tan letal como una bestia. Lo estaba haciendo bien. Hasta que lo conoció a él. Maldito hechicero, maldito hijo de puta. Se estaba apoderando de sus pensamientos. Le dolía. Todo le dolía. Porque por más que flagelara, por más que mandara, gritara o se sentara sobre rostros desconocidos, sus demonios seguían gritando otro nombre. Se detuvo un segundo, temblorosa, con la respiración entrecortada. Su reflejo en el espejo era el de una diosa salvaje, con el cabello desordenado, los labios hinchados, los pezones erectos tras la seda húmeda de su vestido. Una ninfa furiosa que sabía usar su cuerpo como un arma... pero que seguía siendo vulnerable a la guerra mental que él había desatado. —Vístete —ordenó sin mirarlo, como quien apaga un cigarrillo que ya no quiere. El chico la miró desde el suelo, los ojos cargados de algo parecido a devoción. Sangraba un poco, temblaba aún... pero sonreía. La había probado, aunque fuera por un instante. Había saboreado a la bestia vestida de mujer. Y eso ya era suficiente para arrastrarse por más. —¿Nos volveremos a ver, ama? —preguntó con esperanza estúpida. Ella rió con un filo helado en los labios. Siempre preguntaban lo mismo. Siempre querían repetir. Creían que podían domar la tormenta después de haberla besado. Pero ella nunca repetía. Esa es una de sus reglas. —No, cariño. Yo no repito. No soy una amante. Soy un castigo. Una experiencia que te marca... pero no vuelve. Debes buscar una ama que quiera tenerte a su lado. No una que solo lo usa y luego los, deshecha. —No me importa. Quisieras que fueras mi ama. —Lo siento. Yo ya tengo a alguien en la cabeza. Y quiero destruirlo solo a él. Y mientras se alejaba, con la fusta aún en la mano y el fuego lamiéndole las entrañas, supo que lo iba a hacer. Que ese hombre no saldría ileso. Porque una criatura como ella no se enamora. Posee, rompe, y reina entre ruinas.

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