Cubro mi boca al ver cómo lo muele a golpes. No pensé que al decir aquello fuera a ocasionar un descontrol en mi supuesto hermano. Solo quería seguir manteniendo la vida que Dakota había planificado junto a ese cretino.
La empleada me aconsejó que debía permanecer al lado de Jonathan, porque era mi deseo (más bien el de Dakota), porque una vez que recuperara la memoria, seguramente me arrepentiría toda la vida por haber permitido un divorcio.
Según ella, si yo confirmaba que no había pasado nada entre Jonathan y yo, Stefano me obligaría a divorciarme y me alejaría definitivamente de Jonathan, incluso me encerraría en un manicomio hasta que se me acabara la obsesión. Pero si dejaba claro, o al menos en duda, lo que no había sucedido, sobre todo, si me hacía la víctima y negaba todo sentimiento por Jonathan (que claramente ahora mismo no sentía), Stefano no reaccionaría en contra de mí, sino que sería su mejor amigo, y no llegarían a un acuerdo de divorcio. Así, permanecería casada con Jonathan Hamilton.
Era lo único que podía hacer por el cuerpo de Dakota: mantener su ilusión de seguir casada con el nefasto de Jonathan Hamilton. No podía arruinar lo que con tanto esfuerzo había conseguido; debía mantener su vida como ella la dejó hasta que su alma regresara. Pensar en eso me puso los pelos de punta, porque si el alma de Dakota regresaba, ¿qué pasaría con la mía? ¿Dónde iría?
Hombres de n***o ingresan, apartan a un Stefano completamente ofuscado. Joder, mi hermano (el de Dakota) es fuerte, valiente, tiene unos grandiosos brazos.
Ladeo la cabeza al darme cuenta de que estoy observando a mi supuesto hermano como hombre. Eso es inapropiado; aunque mi alma no sea parte de su familia, lo más importante que es el cuerpo, este sí es familiar de Stefano, así que debo descartar esos pensamientos obscenos hacia mi hermano.
Sacan a Stefano de la mansión, voy hacia él a ayudarlo a levantarse.
—Vámonos de aquí —toma mi muñeca, jalándome con fuerza hacia el coche.
—Espera —digo, pero no me escucha—. No puedo irme. —Se detiene abruptamente, me mira con ira, lo que me hace temblar.
—¿Pretendes que te deje aquí junto a ese hombre?
—Es que…
—¡Sube al auto ahora, Dakota Wilson, porque juro que te castigaré aquí mismo sin importarme cuánto te averguence! —me estremezco ante su grito y accedo a ingresar.
Supongo que mi lindo hermano no sabe que no puedo divorciarme de Jonathan Hamilton, porque si lo hago, toda su fortuna pasará a manos de los Hamilton.
—No puedo creer lo que has hecho, Kata, es imperdonable que te hayas emborrachado y metido en las sábanas de mi amigo.
—Pero… yo…
—Cállate —sus dientes rujen y respira ofuscado.
Una llamada ingresa y la pone en altavoz.
—¿Ya vienes? ¿La traes contigo?
—Llegamos en unos minutos —dice y la llamada se corta.
No sé quién es la mujer que llamó, ni cómo debo actuar con ella. Tal parece que vamos a su casa, y eso me pone los nervios de punta, porque la empleada no está aquí; ella no estará a mi lado para dirigirme en cómo comportarme con esas personas.
El auto se estaciona, Stefano baja de prisa, dejándome atrás. Está molesto, puedo sentirlo. No me dirigió la palabra en todo el camino y supongo que se contuvo de hacerlo para no golpearme.
Me quedo ahí, dentro del coche, sin saber qué hacer. Siento temor, miedo de ingresar a ese lugar, de lo que me espera.
Tras soltar un suspiro, decido ingresar, con pasos cautelosos. La mansión es imponente por fuera y magnífica por dentro. Definitivamente, Dakota pertenece a una familia muy adinerada.
Antes de pasar el vestidor, la puerta principal se abre; Julies ingresa, lo que me pone contenta.
—No tiene una buena relación con su cuñado y hermana. Trate de ignorarlos cuando la cuestionen sobre lo sucedido. Ella hará cualquier cosa para que su hermano le castigue.
—¿Me odia? —asiente y me guía hacia la sala.
Atravieso el umbral y la mirada de una mujer algo mayor que yo me atraviesa. Es una mirada llena de desprecio y cargada de odio.
¿Cómo puede la hermana de Dakota odiarla siendo su hermana?
—¡Eres una desvergonzada! —se acerca y me golpea la cara, lo que hace que mis venas hiervan de ira.
Yo, Luna Roberts, le devuelvo la cachetada, lo que sorprende a Julies, incluso al hombre que está a unos metros de mi supuesta hermana. Mi respuesta la deja en trance y sus ojos destellan fuego vivo, como si me quisieran quemar con ellos.
—¡No me golpearás más! —digo, porque supongo que no es la primera vez que golpean el rostro lindo de Dakota. Basta ver la cara de esa bruja para imaginar que siempre estuvo maltratando a su hermana menor.
—Wanda, con golpes no arreglamos nada —dice Stefano, tras alzar una copa de licor, y antes de que la loca esa me agarre de los cabellos, porque esas eran sus intenciones.
—Esta mocosa merece una paliza por haber hecho lo que hizo, sobre todo por levantarme la mano.
—Tú se la has levantado primero —dice Stefano al sentarse. Ya se ve más sereno, más tranquilo, como si la ira se disipara de su cuerpo solo con sostener ese retrato.
—Siempre la defiendes, hermano. Es por eso que esta bastarda hace lo que le da la gana.
¿Dijo bastarda?
Miro a Julies; ella me cierra apenas los ojos, como si confirmara lo que estoy pensando.
Stefano sigue sentado, contemplando aquel retrato, el cual delinea sobre el cristal con los dedos.
—No es ninguna bastarda. Es nuestra hermana menor y debemos cuidar de ella, corregirla, pero no de esa manera —deja el retrato en su lugar para seguido mirarme—. Habla, dame una explicación sobre lo que ocurrió en Las Vegas.
Aunque su voz es serena, su mirada vuelve a atravesarme, produciéndome temblor.
—Yo… —miro a Julies, a quien le piden que abandone el lugar. Ella accede, se va de prisa, dejándome ahí.
—Tú, ¿qué? ¿Qué hiciste para terminar casada con ese miserable?
—Ahora te diriges de tal forma a tu amigo, casi tu hermano, por culpa de esta... —me mira con asco.
—Cállate, Wanda.
Guarda silencio. Mira al hombre a su lado, con el cual une las manos, y supongo que es su esposo, el hombre del que me habló Julies, de quien no confía Stefano.
—No recuerdo cómo ocurrió —digo, con voz triste—. Solo recuerdo la graduación, la celebración y lo bien que la estaba pasando —hago una pausa, esperando que hagan más preguntas, pero tal parece que solo quieren que hable—. Desperté desnuda en la cama junto a… Jonathan —trago grueso ante la mirada de ambos hermanos—. Salí corriendo, envuelta en una sábana —eso fue lo que me contó Julies que pasó.
—Entonces… te revolcaste con alguien que siempre te vio como hermana. Eres una asquerosa.
Stefano está en silencio, observando un punto en blanco, mientras mi gran hermana me insulta cuanto le da la gana.
—Ve a tu habitación —ruge Stefano. Me quedo de piedra, porque no sé dónde está la habitación de Dakota—. ¡Ahora! —salto ahí mismo y doy la vuelta para dirigirme a las gradas.
En el pasillo me encuentro con Julies, quien me guía a la habitación, cierra la puerta y me lleva a la cama.
—Hizo bien en no decirles sobre el contrato matrimonial —muerde el labio—. Creo que ahí sí el señor Stefano la hubiera golpeado.
—¿Sería capaz de hacerlo?
—Bueno, nunca lo ha hecho, pero en lo furioso que estaba, con una noticia de esa forma, seguramente terminaría perdiendo la razón. Ni siquiera la fotografía de la señora Dana podría evitar que eso sucediera.
—¿Dana? ¿Quién es Dana?
—Dana es la esposa del señor Stefano. Ella desapareció hace algunos años; dicen que murió en manos de un mafioso, pero la realidad es que en esta casa no se habla de una difunta esposa del señor Stefano, sino de la desaparición. Es por eso que no pasa en casa, más pasa en las bases militares; busca a ese hombre y a su esposa, porque en su corazón siente que aún vive.
POV DE STEVEN
Observo a la mujer de la camilla, el monitor sereno, demostrando que la vida de esa mujer ya no está en peligro.
La puerta se abre, chilla detrás de mí. Mi hermana entra, revisa a la mujer y me mira.
—¿De dónde sacaste a esta mujer, Steven? —sigo con la mirada posada en la camilla, observando el rostro pálido de la mujer a la que la noche anterior disparé. Los recuerdos de ella siendo lanzada por el miserable de su hermano se replican en mi cabeza, como una película. No era mi intención dispararla; iba por ese miserable, era a él a quien iba a acabar.
—Sin preguntas, doctora Greenwich.
—Ahora soy solo la doctora Greenwich, ¿ya no soy tu hermana?
Me acerco a ella, la tomo del brazo y la saco de la habitación.
—No vuelvas a decir que somos hermanos. Si quieres preservar tu trabajo, debes dejar de repetir que somos hermanos.
—No me avergüenzo de tener un hermano...
El monitor empieza a sonar; ella intenta ingresar y la detengo.
—No puede verte.
—¿Por qué? Es mi paciente.
—No dejaré que te vean, así que márchate.
Seguido entro, coloco seguro a la puerta y me paro frente a la mujer.
—Bienvenida a la vida, Luna Roberts —ella apenas gira la cabeza para mirarme.
—¿Dónde… estoy? —me inclino hacia ella para susurrarle.
—Estás en manos de Steven Cyrus, y no te irás de aquí hasta que me pagues todo lo que tu hermano me debe.
—¿Mi… hermano te debe? ¿Stefano? —frunzo el ceño al escuchar su nombre.
—¿De dónde conoces a ese hombre?
—Es… mi hermano.