POV DE LUNA
Me quedo sumida en los pensamientos mientras escucho todo lo que Julies me cuenta sobre la relación de Dakota con sus hermanos.
Cada palabra resuena en mi cabeza como un eco lejano que intenta despertar memorias que no me pertenecen. Es extraño sentir esta desconexión, como si estuviera viendo una película protagonizada por alguien más, pero desde dentro de su cuerpo.
Mis dedos, que ya no son míos, se entrelazan nerviosamente mientras intento procesar toda esta información sobre personas que debería conocer pero que son completos extraños para mí.
La habitación, con sus paredes de un color que Dakota probablemente escogió, me resulta ajena, creando una sensación de desorientación que me hace sentir como una intrusa en esta vida prestada.
—Cierto, lo olvidaba —saca del bolsillo de su uniforme un celular, extendiéndolo hacia mí—. Se le quedó en casa de los Hamilton.
El aparato brilla bajo la luz de la habitación, como un portal a los secretos y la vida cotidiana de Dakota. Las conversaciones, fotografías y recuerdos que contiene, todos pertenecientes a una vida que ahora, por alguna razón inexplicable, debo habitar como si fuera propia. El dispositivo representa un vínculo con la identidad que debo asumir, un mapa para navegar en este laberinto de relaciones y expectativas que me son completamente ajenas.
—¿Es mío? —pregunto con cautela, sabiendo que técnicamente no lo es, aunque deba fingir que sí.
Enciendo el móvil con dedos temblorosos, sintiendo una extraña invasión a la privacidad, aunque paradójicamente ahora soy yo quien debe ocupar el lugar de su dueña.
La pantalla se ilumina revelando un fondo de pantalla que no reconozco, con personas sonrientes que deberían significar algo para mí pero que son solo rostros anónimos.
Lo encuentro protegido con contraseña, un obstáculo más en este camino de descubrimiento de quién se supone que soy ahora.
Levanto la mirada hacia Julies, esperando encontrar alguna pista, alguna ayuda para descifrar este nuevo enigma que se presenta ante mí.
—Es la fecha de su cumpleaños —dice ella con naturalidad, como si fuera la información más obvia del mundo. Enarco una ceja, porque no tengo idea cuándo nací, o mejor dicho, cuándo nació Dakota.
Este simple hecho me hace sentir aún más perdida, más desconectada de esta identidad que debo asumir. Es como si me hubieran arrojado a un escenario sin guion, esperando que improvise un papel que jamás ensayé.
—La vi en algunas ocasiones cuando lo desbloqueaba —Julies me proporciona la fecha que revela la cercanía que tenía con Dakota, una cercanía que yo debo fingir ahora.
Procedo a desbloquear el teléfono.
La pantalla se desbloquea. Encuentro un sinfín de mensajes esperando ser leídos, cada uno una pieza del rompecabezas que es Dakota, cada palabra un indicio de quién se supone que debo ser.
Leo un par con curiosidad y aprensión, consciente de que estoy husmeando en conversaciones íntimas que nunca estuvieron destinadas a mis ojos, pero que ahora debo conocer para mantener esta charada. Son mensajes de unas chicas que me felicitan por mi boda, llamándome “perra suertuda” con una familiaridad que sugiere una amistad cercana y despreocupada que yo no comparto con ellas.
—Son sus compañeras del colegio —explica Julies, convirtiéndose en mi guía en este territorio desconocido.
Con paciencia, va indicándome cada una de ellas, describiendo nuestras supuestas relaciones, dibujando un mapa social que debo memorizar para no levantar sospechas.
También hay un chico entre los mensajes, cuyas palabras delatan un amor no correspondido, confirmado por la cadena de textos desesperados que ha dejado, proclamando sentimientos que Dakota aparentemente nunca retribuyó y que yo ahora deberé manejar con el tacto suficiente para no alterar el delicado equilibrio que ella mantenía en su vida.
—Sabes mucho de… mí —comento con cautela, intentando descubrir hasta qué punto Julies conocía a Dakota, hasta qué punto puede ser una aliada en esta extraña situación.
—Ya se lo dije, soy su confidente —responde con una devoción que me resulta casi inquietante—. La que escucha y no la juzga, la que está dispuesta a hacer cualquier cosa por usted.
Sus palabras resuenan con una lealtad que no he ganado, con una confianza que pertenecía a otra persona. La responsabilidad de mantener esta relación, de no traicionar la confianza que Julies depositó en Dakota, pesa sobre mis hombros.
—¿Y por qué me ayudas? —pregunto, necesitando entender las motivaciones de esta chica que parece dispuesta a seguir siendo el apoyo incondicional de alguien que, sin saberlo, ya no existe en este cuerpo.
—Porque la aprecio mucho —responde con una sinceridad que hace que me sienta aún más impostora, más ladrona de una vida y unas relaciones que no me pertenecen.
Hablo de muchas cosas con Julies durante lo que parecen horas, absorbiendo información sobre la vida de Dakota como una esponja sedienta, intentando crear un mapa mental de todos los detalles que podría necesitar para mantener esta farsa.
Cada nuevo dato es una pieza más del rompecabezas, cada anécdota un color más en el retrato de la persona que debo interpretar. Finalmente, ella se va, dejándome sola en esa habitación.
Procedo a dejar el móvil a un lado, abrumada por toda la información recibida, por todas las expectativas que debo cumplir. Me levanto con piernas que todavía siento ajenas y me dirijo al espejo, donde me contemplo fijamente, estudiando cada rasgo de este rostro que ahora es mío pero que no reconozco como propio. Acaricio mi rostro con los dedos, trazando el contorno de unos pómulos diferentes, sintiendo la textura de una piel que no es la mía, observando unos ojos que me devuelven una mirada extraña, mezclada con mi propia consciencia atrapada detrás de estas nuevas facciones.
Aún no puedo creer que esté usando el cuerpo de alguien más, que esta realidad absurda y aparentemente imposible sea ahora mi cotidianidad. La sensación es indescriptible, como estar permanentemente en un disfraz que no puedes quitarte, habitando un espacio que pertenecía a otra persona, cuyos contornos intentas llenar sin saber exactamente cuál era su forma original. Cada movimiento, cada gesto, cada palabra que pronuncio con esta voz que no es la mía me recuerda que estoy viviendo una vida prestada, una existencia robada a alguien que tal vez ya no está.
¿Dónde fue el alma de Dakota? ¿Ella murió cuando yo ocupé su lugar? ¿Está atrapada en algún limbo mientras yo usurpo su identidad? Las preguntas se multiplican en mi mente como una plaga, cada una trayendo consigo más incertidumbres, más culpa, más miedo. ¿Qué pasó con mi cuerpo? ¿Yace en alguna morgue, frío e inerte, o sigue con vida pero habitado por otra consciencia? La idea de que mi madre esté llorando mi muerte mientras yo vivo esta nueva vida me resulta insoportable.
Recuerdo con claridad el disparo en mi cuerpo, la sensación ardiente y luego gélida de la bala atravesando mi carne, la vida escapándose de mí como agua entre los dedos. Puedo sentir todavía el pánico, la incredulidad, la rabia ante la injusticia de una muerte tan repentina y violenta. Y recuerdo, con nitidez mi última petición ante la inevitable muerte, pronunciada con el último aliento de una vida que se extinguía: “Si hay otra vida, que no tenga esta familia”. Palabras desesperadas de alguien que se iba, un deseo nacido del dolor y el resentimiento que ahora parece haberse cumplido de la manera más inesperada.
¿Fue eso lo que me envió a este cuerpo? ¿Es acaso mi último deseo el que me dio esta nueva oportunidad de vida, junto a esta nueva familia? La ironía no se me escapa: pedí no tener a mi familia y ahora tengo una completamente diferente, con sus propios problemas, sus propias dinámicas, sus propios secretos que tendré que descubrir y navegar. Si es así, si alguna fuerza cósmica o divina escuchó mi súplica y me concedió este extraño regalo, debo vivirla al máximo, aprovechar esta segunda oportunidad que se me ha dado, porque no sé hasta cuándo continuaré aquí, ni si hay reglas para esta existencia prestada que ahora llevo.
Quizás mañana despierte de nuevo en mi cuerpo original, o tal vez esté condenada a vivir como Dakota para siempre. Quizás haya un propósito detrás de todo esto, algo que debo aprender o resolver, o tal vez sea simplemente un capricho del universo, un error cósmico que me ha colocado en el lugar equivocado. Sea como sea, mientras esté aquí, mientras habite este cuerpo que no pedí pero que ahora es mi única conexión con el mundo, debo encontrar la forma de honrar tanto mi propia existencia como la de Dakota, caminando por la cuerda floja entre lo que fui y lo que se supone que debo ser ahora.
POV DE JONATHAN
Tomar clases de fuerzas especiales no fueron suficientes para pelear con un animal como Stefano. Ese miserable está mucho mejor entrenado que yo, sabe dónde y cómo golpear tan duro, que te deja sin aliento. Cada impacto de sus puños fue como recibir la fuerza de un martillo neumático contra mi carne, cada patada para causar el máximo daño posible.
Me entrenaron para enfrentar adversarios comunes, pero Stefano es una bestia de otro nivel, un depredador que ha perfeccionado el arte de la violencia con una precisión que solo puede venir de años de práctica real, no simulada. Sus ojos durante la pelea tenían ese brillo frío, esa determinación despiadada que solo he visto en personas capaces de cruzar cualquier línea.
Mi madre cura la herida de mi labio con una delicadeza que contrasta con la brutalidad que experimenté horas antes. Sus dedos, normalmente seguros y firmes, tiemblan mientras aplica el antiséptico. Mientras tanto, sostengo el hielo en el pómulo, sintiendo el frío adormecedor que apenas mitiga el palpitante dolor que emana desde el hueso.
El sabor metálico de la sangre aún permanece en mi boca, recordándome la humillación sufrida, el fracaso de no poder defenderme adecuadamente ante un oponente que claramente me superaba en todos los aspectos.
—¿Es verdad lo que dijo Dakota? ¿Amanecieron desnudos? —la pregunta de mi madre cae como un yunque en la habitación.
Aparto su mano con más brusquedad de la que pretendía, incapaz de soportar su toque mientras hace esas preguntas que revuelven aún más mi confusión.
Me recuesto en la cama, sintiendo cada centímetro de mi cuerpo protestar con dolor. Creo que me partió una costilla, posiblemente más de una, y no sé si podré recuperarme pronto.
Cada respiración es punzante, cada movimiento una tortura—. Jonathan… ¿Te acostaste con ella?
Su voz tiene ese tono que conozco bien, esa mezcla de decepción y preocupación. No es solo la pregunta de una madre preocupada; es el interrogatorio de alguien que teme las consecuencias de mis acciones, que ya está calculando el costo de mis errores y cómo afectarán nuestras vidas.
—No lo sé, madre —suspiro, dejando que el cansancio y la frustración se filtren en mis palabras—. Desperté solo, Dakota no estaba ahí. Las sábanas estaban revueltas, pero no había una mancha que mostrara que estuve con ella.
Mi respuesta suena patética, como la excusa débil de un adolescente atrapado en una situación comprometedora, no la explicación de un hombre adulto que debería tener control sobre sus acciones. La realidad es que esa noche está envuelta en una neblina de alcohol y confusión, fragmentos de recuerdos que no logro conectar, sensaciones que no puedo confirmar si fueron reales o producto de mi imaginación embriagada.
—¿Mancha de sangre? —Su mente analítica ya está trabajando, buscando explicaciones alternativas, escenarios que podrían exonerarme o al menos mitigar la gravedad de la situación— ¿Y si la niña no era virgen? ¿Si ella había perdido su virginidad con alguien más?
La sugerencia flota en el aire, tentadora en su capacidad para absolverme de la responsabilidad de haber sido el primero, de haber cruzado esa línea.
—Dakota dijo ser virgen, ella aseguró nunca haber estado con nadie —respondo, recordando las numerosas ocasiones en que la joven había mencionado su inexperiencia, a veces con vergüenza, otras con orgullo—. Ni siquiera tenía novio. Stefano jamás le permitió salir con nadie, ¿cómo podría ella haber estado con alguien?
La sobreprotección de Stefano hacia su hermana era legendaria en nuestro círculo social, un tema recurrente de bromas y comentarios entre amigos, aunque nadie se atrevía a cuestionarlo directamente. Dakota vivía prácticamente recluida en una jaula de oro, vigilada constantemente. La idea de que hubiera logrado tener una experiencia s****l previa sin que su hermano se enterara era casi improbable.
—Por eso crees que no se acostaron. ¿Y si lo hicieron, si ella quedó embarazada? ¿Qué harás?
La pregunta cae como una bomba en la habitación, exponiendo el peor escenario posible, la consecuencia más devastadora de una noche que no puedo recordar.
Me quedo sumido en los pensamientos, la mente nublada al considerar la posibilidad de tener un hijo con la hermana de mi amigo. Bueno, ahora ya no es mi amigo, esa relación quedó destrozada bajo sus puños, enterrada bajo acusaciones y amenazas que aún reverberan en mis oídos.
La imagen de un bebé, un ser inocente nacido de esta confusión, atándome a Dakota, a Stefano, a toda esa familia, me provoca una oleada de pánico que amenaza con ahogarme.
—¡La haré abortar! —exclamo con una vehemencia.
Mi madre enfurece ante mi declaración, su rostro transformándose en una máscara de indignación que raras veces le he visto.
—¡No pienso tener un hijo con ella! ¡No la amo, madre!
Es la verdad cruda, despojada de cualquier pretensión de nobleza o responsabilidad. No amo a Dakota, nunca la he visto como más que la hermana menor de mi amigo, una chica que orbita en los márgenes de mi vida social sin realmente formar parte de ella. La idea de estar atado a ella para siempre por un hijo no deseado, fruto de una noche que ni siquiera recuerdo, me resulta insoportable, una pesadilla de la que no puedo despertar.
—No será solo tu decisión, será la de ella — pronuncia las palabras con frialdad—. Y pide a Dios que no esté embarazada, porque de estarlo, tu vida y la de esa chica estará unida de por vida.
Su advertencia resuena en la habitación, cargada de años de sabiduría y experiencia, de haber visto cómo las decisiones impulsivas pueden alterar el curso de una vida. No hay escapatoria fácil de esta situación, no hay solución que borre lo sucedido o sus posibles consecuencias. Si Dakota está embarazada, si lleva dentro de sí el resultado de esa noche, nuestros destinos quedarán entrelazados de maneras que ahora mismo no puedo ni imaginar.
Me siento fastidiado de seguir hablando de esa mocosa, de revivir una y otra vez los eventos que nos han llevado a este punto, de considerar futuros que me aterran.
Le pido a mi madre que abandone mi habitación, que me deje solo porque quiero descansar.
La cabeza me duele como si estuviera siendo aplastada en un torno, cada latido de mi corazón enviando ondas de dolor a través de mi cráneo maltratado.
Cierro los ojos tratando de dormir, pero es imposible. La golpiza que me dio Stefano ha dejado mi cuerpo en un estado de alerta constante, cada músculo tensado esperando el próximo golpe que ya no vendrá.
Todos los problemas que acarreo se amontonan en mi mente como una pila inestable. La incertidumbre sobre lo que pasó realmente esa noche, el miedo a las posibles consecuencias, la ruptura de mi amistad con Stefano, la decepción evidente en los ojos de mi madre… todo se combina en un torbellino de ansiedad que hace que el sueño sea un lujo inalcanzable.
Ese día transcurre lento, cada minuto estirándose mientras permanezco confinado en mi habitación, prisionero de mi propio cuerpo adolorido. Mi madre envía el almuerzo y la cena a mi recámara, bandejas con comida que apenas pruebo, porque el dolor del cuerpo y la cabeza no me deja disfrutar de ningún alimento. Cada bocado es un esfuerzo, cada trago una negociación con mi garganta inflamada. El tiempo se arrastra con una lentitud tortuosa, marcado solo por las variaciones en la intensidad del dolor y los breves momentos de claridad entre dosis de analgésicos.
La noche se hace larga, interminable. Los analgésicos me quitan el dolor de cabeza por unas horas, creando burbujas temporales de alivio que inevitablemente estallan, dejándome de nuevo a merced del dolor.
Al día siguiente no puedo ni levantarme, cada movimiento es una nueva exploración de los límites del dolor. Parece que una moledora ha pasado por encima de mi cuerpo, triturando huesos y músculos, dejando solo fragmentos de lo que era.
Me levanto como puedo, contra el dolor. Me doy una ducha, dejando que el agua caliente alivie temporalmente la rigidez de mis músculos. Salgo temblando, porque creo que hasta fiebre me ha dado.
Me meto debajo de las sábanas de nuevo, buscando un calor que parece haberse escapado de mi cuerpo, a esperar que el escalofrío se me pase. Cuando creo que podré dormir, cuando finalmente el agotamiento está a punto de vencer al dolor, aparece la mocosa.
Dakota entra en mi habitación sin anunciarse, como si tuviera todo el derecho de invadir mi espacio. Al verme en ese estado solo enarca una ceja, un gesto que me parece indiferente considerando que es por ella, por sus mentiras, que estoy en esta condición lamentable.
La rabia me inunda, un fuego que recorre mis venas proporcionándome una energía que creía agotada.
—Vaya, sí que golpea duro —comenta con una casualidad que me parece obscena, como si estuviera observando los resultados de un evento deportivo y no las consecuencias de la violencia que sus mentiras desataron.
—¿Qué diablos haces aquí? —traqueo los dientes, incapaz de contener la furia que me consume. Me levanto para enfrentarla, ignorando las protestas de mi cuerpo, impulsado solo por la indignación y el resentimiento.
—Cálmate, solo pasaba a decirte que Stefano quiere hablar —responde tranquilidad, tan diferente de la Dakota ansiosa y nerviosa que conozco—. Él está abajo hablando con tu madre.
—¡Ya lo dijiste, ahora lárgate! —le espeto, deseando que desaparezca.
—Ok, si así lo quieres, me iré —responde simplemente, y se va sin más insistencia, sin el drama que esperaba, sin las lágrimas que habría anticipado de la Dakota que creía conocer.
Frunzo el ceño, desconcertado por esta nueva actitud. La Dakota de hace dos días hubiera rogado que le permitiera quedarse a mi lado, habría insistido en cuidarme, en ser útil de alguna manera. Ella habría llamado insistentemente a ver cómo me encontraba después de esa paliza, habría mostrado preocupación, remordimiento, alguna emoción que indicara que le importaba mi estado. Pero no llamó, no mostró ninguna ansiedad al verme así, ningún deseo de permanecer conmigo.
¿Qué ocurre con esa mocosa? ¿Por qué no rogó quedarse a mi lado? Es como si de la noche a la mañana se hubiera transformado en otra persona, alguien cuyas acciones no puedo predecir basándome en nuestras interacciones pasadas.
Esta nueva Dakota, indiferente y distante, me resulta más perturbadora que la chica obsesionada que creía conocer. Al menos esa Dakota era predecible en su devoción; esta nueva versión es un enigma que no tengo energía para resolver.
Me recuesto de nuevo en la cama. No bajaré a hablar con ese miserable. Que se joda él y su hermana.
Mi celular suena, abro el mensaje y es del abuelo.
“Ya vi las noticias. Buena elección, es lo mejor que has podido hacer, querido nieto”
No me joda, ahora resulta que mi abuelo aprueba que me haya casado con esa mocosa.