POV DE DAKOTA
Ya de por sí era desconcertante que ese hombre, completamente desconocido para mí, apareciera en el instante en que mis párpados se abrían con pesadez, dirigiéndose a mí como “Luna Roberts” mencionando una supuesta deuda pendiente de mi hermano con tono amenazante.
Lo más inquietante era su total incomprensión cuando le suplicaba que me permitiera ver a Jonathan, como si estuviera pronunciando palabras en un idioma incomprensible para él.
Para empeorar esta situación, me encontraba confinada en esta habitación extraña y desconocida, decorada con un estilo que jamás había visto, cuando mi último recuerdo consciente me situaba de pie frente a una multitud de invitados, en medio de la confesión pública de mi matrimonio secreto con Jonathan, revelación que había provocado miradas de asombro y murmullos de sorpresa entre los asistentes. Pero quizás lo más alarmante de todo, aquello que enviaba escalofríos por mi columna vertebral cada vez que intentaba moverme, era esta misteriosa y dolorosa herida que atravesaba mi vientre, pulsando con cada respiración, una herida cuyo origen permanecía completamente borrado de mi memoria.
La urgencia se apoderaba de mí mientras mi mente trabajaba frenéticamente: necesitaba descubrir dónde me encontraba retenida, reconstruir los eventos que me habían conducido a este lugar, sobre todo, comprender el origen de esta herida sangrante que no recordaba haber recibido en ningún momento de mi vida anterior.
El simple acto de incorporarme de la cama para arrastrarme hasta el baño, tanto para atender mis necesidades más básicas como para buscar alguna vía de escape de este cautiverio inexplicable, se convirtió en la revelación más impactante de mi existencia.
Esta habitación, con sus paredes de un color que jamás habría elegido, con muebles que no reconocía, claramente no era mi dormitorio, y aquel hombre intimidante no figuraba en ninguno de mis recuerdos.
Lo que descubrí al mirar el espejo del baño fue el catalizador que abrió la puerta a esta aterradora realidad alternativa en la que me encontraba atrapada sin explicación.
Otro rostro completamente ajeno me devolvía la mirada desde el cristal, con facciones que no eran las mías; otro cuerpo, con proporciones diferentes a las que conocía como propias; otra piel, con un tono y textura que jamás había visto cubriendo mis huesos. Estaba atrapada dentro del cuerpo de una desconocida, una joven que aparentaba mi edad, pero cuya identidad me resultaba tan ajena como las constelaciones más distantes del universo.
La sensación de alienación era tan profunda que me sentía como una intrusa forzada a habitar un hogar que no me pertenecía, observando el mundo a través de ojos que filtraban la realidad de manera diferente a los míos.
La primera reacción instintiva que brotó desde lo más profundo de mi ser (o bueno de este ser) fue un grito desgarrador que escapó de esta garganta desconocida, un alarido primario que expresaba todo el terror, la confusión y la desesperación que me inundaban como un tsunami devastador.
Sentía que estaba atrapada en la más horrible de las pesadillas, una de esas experiencias terroríficas de las que intentas desesperadamente despertar, pellizcándote, golpeándote, incluso lastimándote con tal de regresar a la reconfortante realidad.
Mis manos, que no eran mis manos, golpeaban frenéticamente las paredes del baño mientras mis piernas, que no eran mis piernas, temblaban incontrolablemente amenazando con ceder bajo el peso de este cuerpo extraño que ahora ocupaba.
Pero la aparición de ese hombre, el mismo individuo intimidante que había visto el día anterior junto a mi cama, irrumpiendo en el baño con una expresión de irritación apenas contenida, con esa mirada gélida que parecía poder congelar el mismo infierno, ese porte imponente que ocupaba todo el espacio disponible, y un rostro que parecía esculpido por los mismos dioses griegos en su perfección, me proporcionó la confirmación definitiva que mi mente aterrorizada se negaba a aceptar.
Esto no era una pesadilla de la que despertaría empapada en sudor, pero segura en mi cama; era una realidad palpable, tangible y persistente en la que yo, o más precisamente, mi esencia, mi alma, mi consciencia, estaba inexplicablemente habitando el cuerpo físico de otra persona, como un parásito involuntario en un huésped que no había solicitado esta invasión.
—No soy yo. No lo soy —pronuncio con voz temblorosa, observándole fijamente a través del reflejo del espejo, mis ojos (que no son mis ojos) desorbitados por el pánico mientras las palabras brotan entrecortadas de esta garganta ajena— ¿Qué me hiciste? ¿¡Qué monstruosidad le hiciste a mi verdadero cuerpo!? —me giro violentamente, impulsada por una mezcla de terror y furia primaria, intentando golpearlo, arañarlo, atacarlo con la escasa fuerza que este cuerpo me permite utilizar, porque aquí abajo, en este vientre que no me pertenece, tengo una herida que sangra persistentemente, que late con cada pulsación de este corazón ajeno, y que produce un dolor que amenaza con hacerme perder la consciencia en cualquier momento.
—¡Estás completamente zafada de la cabeza, más de lo que pensaba! —exclama con una mezcla de irritación y sorpresa, mientras sus manos fuertes atrapan mis muñecas en un movimiento fluido y me presiona de espaldas contra su pecho, inmovilizando mis brazos cruzados frente a mí en una presa imposible de romper— Si estás montando todo este espectáculo para intentar liberarte de mí y de tus responsabilidades, déjame aclararte que estás perdiendo tu tiempo y agotando mi ya escasa paciencia.
Mis piernas, debilitadas por el dolor y la pérdida de sangre, finalmente ceden bajo mi peso como columnas de arena desmoronándose.
No poseo ni un ápice de la fuerza para defenderme efectivamente, para escapar de las garras de este hombre que me habla con la familiaridad de quien conoce cada uno de mis secretos.
Siento cómo, en un movimiento gentil que contrasta con su agresividad anterior, me toma en sus brazos con facilidad, como si no pesara más que una pluma, y me transporta de vuelta a la cama donde me deposita con una suavidad inesperada, un gesto que contradice radicalmente la fuerza bruta y la hostilidad que había demostrado apenas unos segundos antes en el baño.
—Si tienes algún interés en sobrevivir a esta situación, debes abandonar estos intentos suicidas de levantarte y moverte —declara con voz autoritaria mientras examina con ojo crítico la herida en mi abdomen— La herida no está sana, en cualquier movimiento brusco adicional podría desencadenar una hemorragia interna. Y déjame ser claro en esto: no volveré a mover un solo dedo para salvarte si decides ignorar mis advertencias; ya he invertido demasiados recursos en mantenerte con vida.
—Por favor, déjame ir —suplico entre delirios, las palabras escapando entrecortadas de mis labios resecos— ¡Te lo imploro, déjame regresar con mi hermano! Necesito encontrarlo…
Se ríe entonces, una risa profunda y musical que revela esa perfecta dentadura blanca que contrasta con la crueldad en sus ojos, una combinación desconcertante de belleza y amenaza que hace que mi corazón prestado se acelere de manera alarmante.
—¿En serio me estás diciendo que quieres regresar con tu hermano? ¿Con ese miserable cobarde que no dudó ni un segundo en utilizarte como escudo humano cuando me vio aparecer, que te arrojó para ganar tiempo mientras escapaba? —pregunta con incredulidad burlona mientras se inclina sobre mí, sosteniendo entre sus dedos una pequeña pastilla blanca que intenta colocar en mi boca.
Intento resistirme desesperadamente, apretando los labios, girando la cabeza, pero su otra mano sujeta firmemente mi mandíbula, forzándome a aceptar el medicamento.
—Esto calmará temporalmente el dolor que estás experimentando, así que deja de comportarte como una niña caprichosa y tómala de una vez —ordena mientras acerca un vaso de agua a mis labios, sosteniendo mi cabeza para facilitar la deglución—. Bien, ahora escúchame atentamente: si realmente deseas que considere la posibilidad de dejarte ir en algún momento, primero tienes que proporcionarme información sobre el paradero actual de Jairo, necesito conocer la ubicación posible de su guarida secreta.
—¿Jairo? ¿Quién es esa persona? —pregunto con confusión, mientras su mirada se vuelve cada vez más penetrante, como si intentara excavar en mi mente para extraer tal información.
—¿En serio vas a continuar con esta patética farsa? ¿Hasta cuándo piensas mantener esta actuación? —cuestiona con un tono que mezcla fastidio e irritación.
—Señor —consigo articular, humedeciendo mis labios agrietados con la punta de la lengua, buscando desesperadamente palabras que puedan transmitir la verdad—. Le aseguro por lo más sagrado que no tengo la más mínima idea de qué o quién me está hablando. Yo… yo no soy la legítima propietaria de este cuerpo en el que me encuentro atrapada. Mi verdadera identidad es otra. Tuve una discusión con mi esposo y… en un arrebato de ira, él me empujó, mi cabeza golpeó contra algo duro, perdí el conocimiento, y desperté inexplicablemente aquí, en este cuerpo extraño, en esta realidad desconocida.
Enarca una ceja con intriga, un destello de curiosidad atravesando su expresión impenetrable, para luego soltar una carcajada estruendosa que parece sacudir las paredes de la habitación.
Se ríe con ganas incontenibles, como si hubiera escuchado el chiste más hilarante de su vida, colocando dramáticamente la mano sobre su abdomen mientras las oleadas de risa continúan brotando de él con intensidad creciente.
—¿En serio? ¿Es en serio que esperas que crea semejante historia fantástica? —se burla abiertamente de mis palabras mientras intenta recuperar el aliento entre espasmos de risa— ¿Una transferencia de almas? ¿Un intercambio de consciencias? ¿Esa es la mejor explicación que pudiste inventar? —Súbitamente, como si alguien hubiera apagado un interruptor, detiene su risa y su rostro vuelve a adquirir esa expresión impenetrable, esa máscara perfecta que no revela emociones, para seguidamente inclinarse amenazadoramente sobre mí— A otro ingenuo podrías engañar con ese cuento absurdo digno de una película de ciencia ficción barata, pero a mí, que he escuchado las mentiras más elaboradas y creativas de criminales profesionales, no vas a lograr embaucarme con semejante historia ridícula —se aproxima, su rostro a centímetros del mío, su aliento cálido acariciando mi piel mientras sus ojos penetrantes me atraviesan— Si no me revelas la ubicación exacta donde podría estar escondiéndose tu hermano, si no logro encontrarlo, te convertiré en mi mula, y pagarás con tu propio cuerpo cada gramo de mercancía que él tuvo la osadía de robarme.
Dicho este ultimátum aterrador, se incorpora con un movimiento fluido y se dirige hacia la puerta, dejándome sumida en un estado de terror absoluto que paraliza cada célula de este cuerpo prestado.
Inmediatamente, después de su partida, mis ojos recorren cada rincón de mi prisión, buscando un teléfono, un dispositivo de comunicación, una ventana accesible, cualquier posible vía de escape. Pero la realidad me golpea como una bofetada: no hay absolutamente nada que pueda utilizar para pedir ayuda o intentar una fuga.
Estoy atrapada en una habitación cerrada, sin ventanas al exterior, donde la única salida posible es esa pesada puerta que probablemente esté vigilada o asegurada desde el exterior.
No hay ningún indicio de una línea telefónica, ni siquiera un antiquísimo teléfono fijo que pudiera utilizar para contactar con el mundo exterior, con alguien que pudiera rescatarme de esta pesadilla.
Las lágrimas comienzan a brotar de estos ojos ajenos, resbalando por mejillas que no reconozco como mías. Mi mente se llena de imágenes de Jonathan, de su sonrisa, de sus ojos, y que ahora parece tan lejana como una estrella extinta.
Instintivamente, mi mirada se dirige hacia mi mano izquierda, buscando el anillo de matrimonio, ese símbolo de nuestro compromiso que había mantenido oculto de la sociedad hasta aquella fiesta que el abuelo de Jonathan había organizado para que revelara públicamente nuestra unión secreta. Sin el apoyo de aquel anciano sabio y astuto, mi matrimonio con Jonathan jamás habría sido posible. Él, con su perspicacia, cuando le confié lo que había descubierto accidentalmente en el despacho de Jonathan, orquestó todo el plan, creando una estrategia para evitar que su nieto cometiera el terrible error de casarse con aquella mujer manipuladora, a quien se negaba a aceptar en su familia por considerarla una oportunista calculadora que solo buscaba la fortuna familiar.
Ahora, todo el plan que el abuelo y yo habíamos construido se desintegra como un castillo de arena ante la marea.
La posibilidad me asalta con violencia: quizás mi verdadero cuerpo ha muerto realmente, quizás en este instante mis restos están siendo introducidos en una fría tumba mientras mis seres queridos lloran alrededor del féretro. Y Jonathan, mi amado Jonathan, probablemente esté en brazos de esa mujer, avanzando hacia un futuro conjunto que yo había luchado por impedir, ignorando que mi consciencia sigue viva, atrapada en el cuerpo de una desconocida, en un lugar desconocido, enfrentando amenazas desconocidas, sin forma alguna de comunicarle que sigo existiendo, y que sigue siendo mío.