—¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude!
Aferrándose a un poste en el borde del mirador, su cuerpo colgaba por encima del acantilado. Charlotte sabía que era casi una caída asegurada. Y, si tenía suerte de evitar las rocas que sobresalían, el río no ayudaría mucho a suavizar la caída.
Apretó sus doloridos dedos para mantenerse agarrada, pero le dolían. Sus hombros gritaban por tener que sostener su peso.
Piensa.
Piensa.Charlotte alzó la mirada a sus manos aferradas alrededor del poste de metal. Estaba atornillado al cemento y no se liberaría fácilmente. ¿Podría subir lo suficiente para rodear el poste con un brazo? Tomó aire y tensó los músculos de sus antebrazos.
Arriba. Su mirada captó un lugar sobre sus manos. Ahí es donde tenía que estar. Arriba.
Le ardían los brazos.
Uno. Grande. Barbilla arriba.
Uno. Grande. Barbilla arriba.El corazón le latía con fuerza. Era lo único que podía oír. ¿O era la cascada que había detrás?
Sus ojos se pusieron a nivel del suelo del mirador. Su mochila estaba ahí, y todo su contenido, desparramado por todo el mirador.
Empezó a llover.
Los dedos se volvían a resbalar, así que forzó a sus músculos para que trabajaran con más fuerza de la que nunca habían utilizado. Un codo ya estaba en el borde, y después el otro. Descansó sobre estos durante un largo momento. Si se soltaba de una mano, se caería.
Inclinó todo el peso de su cuerpo hacia adelante y dio una patada al aire. Solo lo suficiente para poner la mitad de su cuerpo a salvo. No desistas. Todavía no.
No desistas. Todavía noDe la cintura para arriba, ya estaba de nuevo en suelo sólido.
—¡Aaah! —Subió una pierna, y luego la otra. Forzó a sus dedos a agarrar la parte inferior del poste, y se quedó tumbada de costado.
—Bueno, ¿qué tenemos aquí? —oyó preguntar. No. Tú no. Charlotte se soltó del poste y giró por debajo de la baranda, de vuelta a la seguridad relativa del mirador. Gateó desde el borde del precipicio a través del lodo—. Parece como si te hubieras metido por el lado equivocado de la baranda, señorita. —Sid estaba de pie, con los brazos cruzados, en la entrada del camino. Donde estaba la seguridad—. No podía creer a mis oídos cuando oí un grito de ayuda.
No. Tú no. —Aléjate… de mí. —Charlotte se quitó de un parpadeo la lluvia de los ojos, escudriñando el suelo en busca de un palo, o algo. Cualquier arma.
—No quieres hacer eso —advirtió Sid con desdén mientras descruzaba los brazos y ponía una mano en su cinturón de policía, en la cartuchera de su arma—. Es hora de terminar lo que empezamos.