Chapter 3

2007 Words
—Está ahí fuera otra vez. —Charlotte se unió a Rosie en la ventana de la librería para observar al jefe de policía, Sid Browne, hacer un cambio de sentido muy lento en su coche patrulla y pasar por su lado. Se quedó mirando fijamente mientras conducía, con la ventanilla baja y dando golpecitos en el techo con los dedos. —Bien. Tarde o temprano se quedará sin gasolina. —Charlotte estaba más confundida que molesta por el extraño comportamiento del hombre. Durante toda la semana, desde que la librería había vuelto a abrir después de las vacaciones de Navidad, había sido un transeúnte habitual. A veces en su coche patrulla y otras, andando. —Bueno, si quiere hablar con nosotras, necesita entrar por esa puerta. —Rosie giró su silla de ruedas y fue hacia la parte posterior del mostrador—. Toda esta tontería puede conmigo. Que es lo que Sid quiere. Que es lo que Sid quiere.—Llevo esperando que me pida una declaración desde Nochebuena. —Charlotte regresó a las estanterías repletas del primer envío de libros del año—. Si quiere que los arrestos se confirmen, necesita las declaraciones de los testigos. Gracias a la ayuda de Charlotte en Nochebuena, Sid había arrestado a dos hombres jóvenes por sospecha de robo, daño a la propiedad, y lesiones corporales. Se había atribuido el mérito, por supuesto, pero estaba manteniendo a la ciudad en la ignorancia acerca del estado del caso. Y volvía a su extraño hábito de observar la librería. —Tal vez Trev pueda averiguar lo que está ocurriendo —murmuró Rosie—. Tendría acceso a los chismes esos, a los ordenadores de la policía. —Rosie. En primer lugar, no. En segundo lugar, no creo que se los llame chismes, pero sí sé que la policía no puede simplemente controlarse entre sí, incluso si uno de ellos es tu hijo. Y por último, no. —Rosie se rio a carcajadas—. Deja de reírte de mí. Sabes que tengo razón. De todos modos, voy a preguntar a Sid qué está ocurriendo la próxima vez que pase. chismes—Entonces, realmente debería llamar a mi hijo ahora y ver qué puede descubrir. Él conoce gente. —Estoy segura de que Trevor conoce gente, pero no tiene sentido preocuparlo cuando está tan lejos para poder hacer algo. —Charlotte se unió a Rosie detrás del mostrador—. ¿Sabes?, cuando vivía en River’s End, hablaba mucho de ti. Se preocupaba por ti. Antes de mudarse a Kingfisher Falls, hacía poco más de un mes, Charlotte había pasado la mayor parte del año anterior viviendo en la costa, por Great Ocean Road. El hijo de Rosie, Trev Sibbritt, estaba solo al frente de la comisaría de policía de River’s End y se había convertido en su amigo… o algo. Un suspiro salió de los labios de Rosie, y su sonrisa se desvaneció. —Sé que lo hace. Es por eso que solo conoce una parte de los acontecimientos anteriores a su llegada para la cena de Navidad. No le conté que estuviste en peligro ni que Sid estaba siendo como un dolor de muelas. Se mantuvo ocupada en el ordenador, y Charlotte cogió otro montón de libros para llevar a la trastienda. Una o dos veces, Rosie había mencionado algún conflicto pasado entre Sid y Trev, antes de que se marchara a su primer destino laboral. Pero nunca ningún detalle, e incluso Trevor mantenía el asunto para sí mismo. Le había advertido a Charlotte que tuviera cuidado con Sid, diciendo solamente que el hombre estaba hambriento de poder. No era el único. Esa pequeña ciudad tenía un buen puñado de gente que quería controlar algo. Desde un par de concejales corruptos, pasando por un dependiente deshonesto, hasta las señoras del club de lectura. Hablando de las cuales… —Rosie, ¿qué hacemos con todos esos libros? Sin levantar la mirada, Rosie movió la mano hacia una pila detrás del mostrador. —¿Esos? Sería mejor confirmar con Octavia que no se los llevará. —¿La llamo? Rosie levantó la mirada, por encima de sus gafas. —Vamos a ver. «Hola, ¿señora Morris? Soy Charlie…». Cuelga de un golpe. —O puede ser «Señora Morris, sus libros han llegado, y tiene dos días para pagarlos antes de que llame al cobrador de deudores». Y entonces cuelga de golpe. —Charlotte puso dos pulgares arriba. —Eres una mujer de negocios dura. Con razón me agradas tanto. Sin embargo, a ella no le agradas, y creo que yo tampoco, pero vamos a intentarlo. —Rosie descolgó el teléfono—. Necesitaremos beber algo después de esto. Charlotte estuvo de acuerdo. Lidiar con Octavia Morris (o con su mejor amiga, Marguerite Browne, la mujer de Sid) era suficiente para llevar a cualquiera a la bebida. Incluso a un café extrafuerte. Descansó sus brazos en el mostrador para escuchar. Rosie comprobó que no había clientes entrando a la tienda; entonces, puso el teléfono en manos libres. Sonó unas cuantas veces, y Octavia contestó con tono agradable. —Hola, Octavia Morris al habla. —Octavia, soy Rosie Sibbritt. ¿Cómo estás? Por encima del largo silencio resultante, los ojos de Rosie y Charlotte se encontraron con un «Lo sabía». —¿Cómo te atreves? ¿Cómo crees que estoy, Rose? —Ahí estaba, la hostilidad a la que ambas mujeres estaban acostumbradas—. Humillada públicamente en la fiesta de Navidad por ti y esa chica que tienes empleada. Excluida. —No es como yo lo recuerdo. Más bien tú y Marguerite estaban atacando a los Forest por algo que no habían hecho. Si decidieron irse, en realidad, no fue porque alguien las forzara a hacerlo. Cómo hacía Rosie para mantener la compostura con esa mujer estaba más allá de la comprensión de Charlotte. Una y otra vez, Octavia mostraba falta de modales y a veces incluso maldad; aun así, Rosie nunca se rebajaba a su nivel. —Las dos nos sentimos como extrañas. Y fue tu culpa. ¿Qué quieres? —Los libros que pediste para el club de lectura están aquí —respondió. Charlotte levantó los dos pulgares y dijo moviendo los labios: «Cobrador de deudores». Rosie puso los ojos en blanco—. Así que, agradecería que se lo hicieras saber a los miembros de tu club para que puedan recoger sus copias. La risa al otro lado de la línea era desagradable. —Te dije que te despidieras de tu patética librería. Noticias frescas, Rose: empieza ahora. Clic. —Va…le —Charlotte se irguió—. Supongo que eso significa que no los va a comprar. —Se ha vuelto imposible razonar con ella. Tiene que haber otro modo de resolver esto. —Oh, siempre hay un modo. —Charlotte sonrió de oreja a oreja mientras su tono se convertía en siniestro—: Solo depende de lo lejos que estés dispuesta a llegar. Se oyó un grito ahogado desde fuera. Veronica estaba de pie en el umbral, con la mano sobre la boca y las cejas levantadas en una expresión horrorizada. Vestida con su habitual falda corta y camiseta sin mangas, llevaba unos brillantes zapatos de tacón naranja, que hacían juego con su pintalabios y un bolso extragrande, que colgaba de su hombro. —Buenos días, Veronica. —Rosie no hizo ningún ademán de abandonar su lugar detrás del mostrador—. ¿En qué podemos ayudarte? —¡Increíble! Lo he oído con mis propios oídos. Con un resoplido, se dio media vuelta para alejarse, casi tropezándose con sus propios pies, pisando con fuerza la acera. —Emmm… ¿de qué iba eso? —Algo malo estaba a punto de ocurrir. Alejó esa sensación de déjà vu. déjà vu—Imagino que nos ha oído. Ahora cree que estamos planeando la muerte de Octavia. —¿Ese café? —Charlotte tomó algo de dinero—. ¿Hay alguna posibilidad de que pueda pedirlo con algo más fuerte? Glenys Lane entró cojeando en la librería, apoyándose en su bastón. Charlotte estaba sola, desempaquetando otra caja de libros. Rosie había salido a comer con Lewis, el amigo que era dueño de la tienda de menaje. —Ha cerrado durante una hora para que podamos sentarnos bajo los árboles —había anunciado Rosie—. Nunca cierra la tienda, y cuando yo llevaba este sitio sola, tampoco lo hacía. Así que, esto es agradable. Y era agradable. Lewis, viudo desde hacía muchos años, era un hombre encantador, que no paraba de invitar a Rosie a salir. Charlotte estaba totalmente a favor de su floreciente «amistad». Incluso Trev lo aprobaba. —Señora Lane, ¿cómo está su rodilla? —Glenys, querida. Creo que deberías llamarme por mi nombre. —Gracias. Glenys enganchó su bastón de madera en lo alto del mostrador y apoyó las manos en la superficie, permitiéndoles soportar su peso. —Estoy pensando en vender. —¿De verdad? —No hay nada aquí para mí. No desde que Fred falleció. Bueno, tenía el club de lectura, pero ahora lo llevan Octavia y Marguerite y no me siento bienvenida. —Pero tú empezaste ese club de lectura. —Hasta que votaron para echarme. Todo cambia, ¿no? Oh, esos son los libros que pedimos. —Echó un vistazo por encima de Charlotte al mostrador t*****o, donde Rosie los había dejado—. Octavia encontró un proveedor en línea, y los miembros no tuvimos nada que decir. Lo lamento. —Lo arreglaremos —respondió Charlotte con un movimiento de la mano. —Octavia debería pagarlos. —Rosie ya se lo ha pedido, pero ella… bueno, se rio. Glenys se quedó mirando sus manos. —Rosie se merece algo mejor. Le diré a Octavia que se disculpe. —Levantó su cabeza con un pequeño resoplido—. Debería ir ahora mientras están arreglando mi coche y tener una agradable charla. —No hace falta, Glenys. Por favor, no te molestes. Pero Glenys ya tenía su bastón en la mano y se marchó. Con suerte, las señoras lo arreglarían antes que continuar con ese frío alejamiento desde la fiesta de Nochebuena. En el momento en que Glenys había tomado partido en favor de los Forest, Octavia y Marguerite le habían dado la espalda a la mujer que había sido su amiga íntima durante tanto tiempo. —¿Esa era Glenys? —Rosie entró, quitándose el sombrero de paja que se había puesto antes de salir. El sudor manchaba su maquillaje, lo que no era ninguna sorpresa con el caluroso día que hacía, incluso para estar a mediados de verano y con el rápido aumento de la humedad que anunciaba tormenta. —Ha visto los libros del club de lectura y hablará con Octavia. Le he dicho que no lo hiciera, pero ha insistido. —Oh, cielos. Algo me dice que no será una conversación agradable. No tengo muchas esperanzas de que tenga éxito, así que vamos a montar un bonito escaparate con los libros y tal vez añadamos un buen descuento. —Rosie rio por lo bajo. —Eres una mala mujer. —Octavia podía aprender del enfoque proactivo de Rosie. Eso si esa mujer gruñona pudiera aprender algo. Charlotte y Rosie tenían clientes cuando oyeron una sirena de policía acercarse. Todo el mundo dejó de hablar y giró hacia la puerta de la librería mientas el coche patrulla de Sid rechinaba al parar fuera. Sid salió disparado y movía los brazos mientras se dirigía a la puerta. —¡Señorita! —Oh, ¿qué pasa ahora? —refunfuñó Charlotte—. Estoy aquí. —Eres doctora. —Psiquiatra, pero… —Sin peros. Agarra tu bolso. Necesito ayuda. —Se apoyó contra la puerta, jadeando. —¿Quieres una ambulancia? —preguntó Rosie. —No soy yo. Por favor, Charlotte. Coge tu maletín y ven conmigo. Nunca había llamado a Charlotte por su nombre. —Vale, pero ¿por qué? —Es Octavia. Creo que está muerta.
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