| Zinerva |
Comienzo a hacer flexiones con mi padre en nuestro entrenamiento matutino. Él, como siempre, me gana haciendo más de 100 flexiones y yo apenas llego a las treinta y cinco.
—¡Rut! —cuando me habla así, sé que está enojado—. Tienes que hacerlo mejor y poner de tu parte —me regaña.
—¿Por qué tenemos que hacer esto? —frunzo el ceño, confundida.
—Ya te lo he dicho —dice con fastidio, ya que siempre hago la misma pregunta—. Tener una buena condición física es importante —contesta, algo molesto por el tema.
—Pero los otros niños juegan y no se levantan tan temprano como nosotros —murmuro, enojada.
—Los otros niños son débiles, mimados y sumisos. Además, tú no eres igual a ellos —acaricia mi mejilla—. Sé que no lo entiendes, pero el mundo en que vivirás es cruel y no tiene piedad por los débiles. No le importa si eres una niña; igual te destruirían si tuvieran la oportunidad —me dice, aunque siento que lo dice por alguien o algo en específico.
—Yo no seré débil, te lo prometo, papi —él sonríe.
—Más te vale, mi niña —me dice, mirándome con orgullo, y me siento feliz por eso—. Ahora, como castigo por perder —finge pensar—, diez vueltas corriendo alrededor de la casa —me ordena.
De la nada, todo se vuelve oscuro. Camino y no veo nada. Grito y llamo, llorando a mi padre, pero nadie me responde, así que solo me coloco en posición fetal y empiezo a llorar.
Me despierto sudada, con la vista borrosa por las lágrimas. Cuando las limpio, miro a mi alrededor notando que estoy en mi habitación y no en ese lugar oscuro.
«Se sintió muy real».
Ese sueño, o mejor dicho, recuerdo de mi padre fue intenso. Todos los días sueño algo diferente, pero que me recuerda a él. Últimamente, esos sueños son más vívidos y algo dentro de mí dice que él me está tratando de decir algo.
Algunos dirían que fue duro conmigo, ya que me obligó a hacer ejercicios muy exigentes para una niña. Ser fuerte, no solo físicamente, sino emocionalmente también. Me hacía estudiar cosas que eran muy avanzadas para la edad que tenía, pero igualmente las aprendía. Fue muy exigente conmigo, pero todo lo que hizo se lo agradezco.
Veo el reloj y apenas son las 3:15 de la madrugada. Me levanto de la cama sabiendo que, aunque quiera, no lograré pegar un ojo. Empiezo a acomodar la cama dejándola totalmente extendida, sin una sola arruga. Después de eso, hago mi rutina diaria de ejercicios. Un rato después, ya terminé con el ejercicio y preparé el desayuno para mí y Tailer. Al rato me doy una ducha de diez minutos, me coloco algo presentable para trabajar y me miro al espejo. Creo que se ve bien, es apropiado y si no les gusta, que se jodan.
Salgo de mi apartamento sin despedirme de Tailer, ya que él entra a trabajar más tarde. Llego al estacionamiento subterráneo del edificio y me monto en mi moto, empezando a conducir. Por ahora llevo puestas mis botas Converse porque, con tacones, ni loca conduzco la moto.
«Una vez lo intenté y casi provoqué un choque».
Llego a mi destino algo fastidiada conmigo misma, ya que me esforcé mucho los casi cinco años que estuve en la universidad y al final no pude ejercer lo que estudié. No conseguí trabajo, ni siquiera quiero trabajar aquí, pero el salario es muy bueno, mucho más que en mi trabajo anterior y, además, el departamento no se pagará solo. Falta una semana para fin de mes y no puedo seguir sacando dinero de mis ahorros.
Me cambio los zapatos guardando las Converse en mi bolso y colocándome los tacones. Después entro en el elevador; hoy llegué unos 15 minutos más temprano. Llego a mi escritorio y empiezo a trabajar, dejando cualquier mal humor de lado.
| Garald |
Estamos en la camioneta camino a la empresa. Observo la ciudad mientras muevo mi pierna un poco; quiero verla.
—Es la primera vez que te veo tan feliz de ir a trabajar —dice Iván.
—No sé de qué hablas —me hago el loco, jugando con mis dedos. Aunque es verdad lo que dice; normalmente cuando estoy aquí solo quiero regresar a la manada.
—Te conozco —sonríe burlón—. Tu cara tal vez no muestre ninguna emoción, pero tus manos te delatan —murmura, ya que no es necesario hablar tan alto.
Es cierto, aprendí a controlar mis emociones y expresiones, pero mis manos es algo en lo que tengo que trabajar ya que todavía no lo puedo contener por completo.
—Siendo sincero... —dudo en decirlo—, sí, quiero estar cerca de ella —admito. Me rasco la nuca sin mirarlo, es raro hablar de lo que siento.
Él no dice nada más ya que sabe cuánto me incomoda hablar del tema. Él lleva siglos conmigo y reconoce los momentos en los que quiero hablar sobre algo o no.
Al llegar al edificio, bajamos de la camioneta y entramos al ascensor; todavía es temprano.
Abro la puerta del pasillo donde está su oficina y la encuentro en su escritorio con unos lentes. Supongo que no son de aumento ya que tienen un reflejo azulado, tal vez sea por la luz de los aparatos electrónicos, ya que les dañan la vista a los humanos. Ella está tan concentrada que ni siquiera se da cuenta de que estamos aquí.
Se ve tan hermosa, tiene esos pantalones ajustados que no dejan nada a la imaginación. Su cabello tapa su rostro y está sentada de rodillas en la silla, ya que al parecer el escritorio está muy alto para ella.
«Es pequeña... una cachorrita».
Me acerco sigilosamente y veo que en la pared hay algunos dibujos. Su escritorio está lleno de papeles y todo desordenado. Ella está sacando cuentas con un papel y contando con sus dedos; se ve tan tierna. Hay una calculadora a su lado y no la utiliza. Estoy a su lado; ella se levanta y choca con mi pecho, levanta la mirada y se queda observando mi rostro por unos largos segundos. Yo analizo cada parte de su cuerpo y no aguanto más. La jalo de su pequeña cintura, acercándola más a mí. Aprieto su grande y redondo trasero que, para mi sorpresa, está firme, lo cual me indica que hace ejercicio. Pongo mi mano en su cuello, besándola y, antes de que me golpee o insulte, muerdo su labio y me alejo un poco.
Ella sale de su pequeño shock y me da una patada en la entrepierna, golpeando mis partes sensibles. Antes de que pueda reaccionar, me da un fuerte derechazo en la nariz.
—¡Nunca en tu jodida vida me vuelvas a tocar, infeliz! —dice roja, pero no de vergüenza, sino de enojo.
—Eres mía, pequeña —gruño, sacando un lado posesivo que ni sabía que tenía.
Me levanto; no sé en qué momento quedé de rodillas por el dolor que siento en mis partes nobles, tratando de disimular mi agonía, aun cuando tengo ganas hasta de llorar por lo fuerte que me pegó. Cuando logro ponerme de pie, me acerco a ella y coloco mi mano en su cabello. Mi otra mano está en mi entrepierna ya que ese golpe dolió demasiado, pero puedo soportarlo. Ella me da un manotazo para que no la toque y me mira con rabia.
—Yo no soy ninguna furcia —espeta con enojo—. Que tus antiguas secretarias se hayan acostado contigo no significa que yo lo haré —me sorprende un poco su arrebato, pero supongo que escuchó los rumores—. Que te quede claro —advierte mientras me señala con su dedo índice.
Es cierto que con algunas de mis secretarias tuve varios encuentros poco profesionales en mi otra oficina, pero solo fue en mi celo ya que no me gusta pasarlo con hembras de mi manada porque se harán ilusiones, creyendo que las elegiré como mi Luna.
Ella sale del pasillo y yo solo quedo embobado, viendo cómo su trasero se mueve mientras camina. Sin más, entro a mi oficina y veo a mi beta riéndose de mí.
Me miro en el espejo que tengo en la pared notando una pequeña gota de sangre cayendo por mi nariz. Simplemente me la quito y tomo asiento para empezar a trabajar. Más tarde reflexiono sobre lo que hice y creo que fui demasiado confiado al besarla de esa manera. Ella es humana y no siente la conexión que tengo desde que la vi por primera vez; seguro debe pensar que soy un pervertido que se aprovecha de su posición.
—Iván, trae tres capuchinos y llama a mi Luna —ordeno. Él solo bufa y sale de la oficina; odia que lo trate como mi secretario.
Después de un par de minutos, ella entra, me mira mal y noto que sus mejillas siguen algo rojas. Cierra la puerta y se sienta enfrente de mí. Esos ojos grises que tiene se ven hipnotizantes; si pudieran, me clavarían dagas. Mi mente se va a otro lado al tenerla tan cerca. Su piel muy blanca me causa curiosidad, ya que los ojos grises y ese color de piel es por falta de melanina, pero su cabello n***o como el carbón es algo contradictorio. Además, esos tatuajes que están ocultos por la tela le dan un aire de chica mala. Dejo de pensar en eso; se me va a parar si no me detengo.
—Si va a despedirme, le informo que yo renuncio —su voz sale firme y yo me tenso porque no me lo esperaba. Ella no puede dejarme.
—¡No dejes que se aleje de nosotros! —mi lobo se exalta al saber que nuestra compañera quiere renunciar.
—No hagas eso —me apresuro a decir—. Yo no debí hacerlo, te quería pedir una disculpa sincera.
Me trago mi orgullo. Normalmente no me importaría su disgusto, pero ella es mi mate, la que esperé por más de 600 años, y no puedo dejar que esto se arruine solo por un acto impulsivo, algo que es muy raro en mí, ya que mis movimientos y acciones siempre están calculados con anticipación. En cambio, estoy actuando sin pensar y por impulso. También soy de las personas que, aun cuando sé que es mi culpa, no me disculpo. Pero si tengo que hacerlo para que ella no se vaya de mi lado, lo haré. Ella solo me mira con la ceja alzada.
—Acepto tu disculpa —dice sin mirarme, y noto que está incómoda con mi presencia, y mi lobo chilla—. No quiero que se repita, soy su secretaria, quiero respeto —dice, cruzando los brazos. No me mira a la cara y eso me preocupa más.
Su indiferencia me quema, literalmente. Me duele que no sienta nuestro lazo, algo que es sumamente importante para la convivencia de los mates y el desarrollo de nuestra relación. Sin embargo, al ser humana, es normal que no sienta nuestra unión al principio, pero debería sentir algo, así sea minúsculo, y no muestra señas de eso.
—Lo siento, no volverá a suceder —aseguro. Ella asiente—. Como disculpa, mi segundo al mando está buscando capuchinos —noto cómo se relaja al mencionar los capuchinos—. ¿Te parece bien? —inquiero algo nervioso.
—Sí —por primera vez desde que está sentada ahí, me mira—. Solo porque me encanta el café —comenta con una pequeña sonrisa.
Solo siento un poco de alivio, con miedo de hablar y volver a dañar las cosas. No quiero que me odie. Fui impulsivo, pero no quería hacerla enojar ni faltarle el respeto. Es normal que un licántropo quiera estar cerca de su compañera y actúe según sus instintos, pero ahora sé que no debo ceder a mis impulsos sin tomar en cuenta el hecho de que ella es humana y no siente la conexión de los mates. No importa cuánto me lo repita, es frustrante.
—Solo necesitamos paciencia, pronto ella sentirá algo por nosotros —asegura mi lobo.
—Espero que tengas razón, no tengo tanta paciencia como tú —gruño algo frustrado.
Mi beta entra y pone los capuchinos enfrente de cada uno. Mi teléfono suena y lo contesto inmediatamente, ya que es una llamada de la manada y solo llaman si es urgente.
—¿Qué ocurre? —pregunto con tono autoritario.
—Señor, tenemos un problema en el territorio. Necesitamos que venga de inmediato —la voz al otro lado suena preocupada.
Miro a Zinerva, que me observa con curiosidad y algo de inquietud.
—Voy en camino —cuelgo y me levanto.
—¿Algo grave? —pregunta, notando mi prisa.
—Asuntos de trabajo —miento parcialmente—. Nos veremos luego.
Salgo rápidamente, mi mente ya enfocada en el problema en el territorio. Aun así, una parte de mí no puede dejar de pensar en ella, en su seguridad, en cómo mantenerla cerca sin asustarla más.
—Iván, necesitamos irnos ahora —ordeno, y él asiente, ya en movimiento.
Nos dirigimos hacia la camioneta. Mientras subo, mi mente vuelve a Zinerva. Necesito resolver esto rápido y regresar. No puedo dejarla sola mucho tiempo.