En vez de seguir el mismo camino por el que vino y subir las escaleras hacia la segunda planta para ir a su habitación, como se suponía que debía hacer, Lucía tomó el camino opuesto para buscar la salida de aquella mansión en la que no quería permanecer ni un segundo más. Prácticamente corrió hacia el vestíbulo y fue a la puerta. Para su suerte, estaba abierta. Solo bastó girar el picaporte y esta se abrió. En ese momento no le pareció sospechoso. Ella únicamente quería escapar. Huir lejos de aquel demonio que no quería devolverle su libertad y regresar al convento o, mejor aún, ir a otro sitio, lejano, donde ese demonio no la pudiese encontrar nunca jamás. Un soplo frío del jardín nocturno le acarició el rostro, trayendo el olor de la hierba húmeda y el perfume de los jazmines. El cor

