Saber lo que estaba a punto de pasar le provocó un miedo que se le atenazó a las costillas, impidiéndole respirar con facilidad. Lucía sintió las lágrimas picando detrás de sus ojos y estuvo segura de que iba a echarse a llorar, pero se contuvo y se aferró al último respaldo que creía tener para evitar lo que aquel diablo pensaba hacerle. —Dijiste... Dijiste que no me ibas a violar. —Y no lo haré, picolinna —afirmó él—. Ni siquiera voy a tocarte... con mis dedos. —¿Qué...? Ni siquiera la dejó terminar de formular la pregunta. Lucía se quedó helada cuando, en un movimiento rápido y ágil, Renzo le levantó el vestido hasta la cintura y se apropió de los lados de la cinturilla de sus bragas. Como prometió, sus dedos en ningún momento la tocaron; tenía una impresionante habilidad para hac

