Una vez que le corté el pelo a Jesse —que se quejaba mucho al principio, pero al final le acabó gustando su nuevo corte de pelo— gracias a la cortesía de los guardas del nuevo turno que me dejaron un peine y unas tijeras, y a mi sublime poder de encanto y seducción que los convenció de que era más que fiable dejarme unas tijeras, tenía aún una media hora de ocio y tiempo libre en la que normalmente se iba a una sala donde tenían maquinaria pesada de gimnasio, pero que esta vez decidió quedarse conmigo. Y demasiado cerca. —Ya te he dicho que casi nunca hago nada concreto, solo me quedo hablando contigo algunos días y otros en cambio me voy a la biblioteca con aquella mujer que sólo sabe mandar callar —le expliqué por enésima vez. Él seguía preguntando una y otra vez qué era lo que hacía c

