Michael estaba cabizbajo y cuando se dio cuenta de que la puerta estaba abierta, levantó la mirada. Sus bonitos ojos grisáceos me saludaron con un brillo que no había visto la noche anterior y pensé en cómo cambiaban las cosas cuando las veías con una luz distinta. No pude evitar devolverle la sonrisa. Era contagiosa. No me había percatado de que mi madre estaba detrás de mí hasta que Michael la saludó. —Buenas tardes, señora Faye. Yo no quería que se pusieran a hablar, así que, interrumpiendo la futura conversación, hablé yo. —Michael, ¿nos vamos ya? —la prisa se me notó en la voz por la impaciencia que sentía. —Sí, sí, claro. Vamos —me respondió cogiéndome la mano y dándome un suave apretón. Traía su coche, un Range Rover blanco que me pareció demasiado... extravagante. Él se rio

