Lo que me asustaba aún más eran los prisioneros que detenían todo lo que estaban haciendo para mirarme a través de las rejas como si nunca hubieran visto a una mujer. Tragué saliva cuando me di cuenta de que la mayoría de estos hombres realmente no habían visto a una mujer en años y probablemente yo fuera la protagonista de sus más recientes fantasías. Sin contar con la función que Jesse y yo ofrecimos de forma gratuita a algunos de los presos.
Al entrar en el edificio, mis pulmones ya estaban rogando por aire que no fuera húmedo ni seco a medida que avanzábamos por los largos corredores. Los fuertes gritos de obscenidades y las pesadas puertas de hierro que se cerraban de golpe me hacían saltar de miedo cuando el guardia se reía para sus adentros. Si no hubiera sido por el hedor fuerte y penetrante del olor corporal y la testosterona, le habría dado una buena contestación.
Cuando me di cuenta, el guarda ya no estaba a mi lado. Mirando a mi alrededor, veía penumbra, y dejando de lado los gritos, no había otro ruido. Cuando volví la vista al frente vi a Jesse en su celda. Dejándose caer en los barrotes de hierro que le mantienen alejado de la realidad. Al mirarme, se pasa la mano por el pelo corto que comenzaba a rizarse en las puntas y alrededor de las orejas, dándome una mirada inocente. Parecería tierno si no estuviera, ya sabes, en prisión.
Sus ojos eran tan iridiscentes como las hojas en primavera, brillando como esmeraldas. Sus labios parecían los suaves pétalos de una rosa inglesa rosada. Tampoco pude evitar mirar fijarme en el profundo hoyuelo incrustado en su mejilla mientras él me sonreía diabólicamente.
Diablo. Eso parecía ajustarse más a él. Este chico era puro pecado.
—Ya te estaba echando de menos, preciosa —pronunció como saludo—. ¿Tan poco te gusto que ya apenas vienes a verme? —finalizó con su característica sonrisa torcida. Su voz era como el sirope, goteando por mis venas. Tan pegajosa y dulce.
Me hubiera gustado decirle que era justamente lo contrario. Me atraía tanto.
—¿Por qué estás aquí? —Pregunté suavemente, aunque la pregunta hubiera salido de mis labios, pareció sorprenderme más a mí que a él, que sonrió.
Podía oler su gel de ducha que olía a pino junto con el dulce aroma natural del almizcle de su cuerpo. Era intoxicante, la verdad.
Aun así, temía por su respuesta. No sabía cómo iba a reaccionar ni tampoco sabía si le sentaría bien que fuese tan curiosa respecto a él. Tendría que haber pensado antes de abrir la boca.
—Asesinato —se encogió de hombros descuidadamente antes de continuar mientras le miraba con los ojos muy abiertos—. Robo, acoso, secuestro, afiliación en una mafia, posesión de drogas, tráfico de drogas, resistencia a la autoridad, arma mortal, y una vez atropellé a un policía con mi coche, así que no estoy seguro si esa carga fue por resistirme al arresto o por homicidio vehicular —continuó mientras trataba de no ahogarme con mi propia saliva—. Ah, y asumo toda la culpa —dijo perversamente con esa sonrisa estúpida, diabólicamente bonita. No entendía cómo podía ser eso posible, pero aquí tenía la prueba.
—Vaya... —Tosí ligeramente, ocultando mi miedo—. Realmente, eh, apuntaste alto y querías tu plato bien lleno, ¿verdad? Apuesto a que tienes una estrella de oro en la tabla de clasificación de la justicia, ¿eh? —Mi horrible torpeza se activó en el peor momento y me miró sin comprender por un momento.
Curiosamente, no me arrepentía de nada de lo que había pasado entre nosotros dos. A pesar de lo que había hecho, algo me decía que había mucho más detrás que no me había dicho. ¿De verdad había gente que era capaz de hacer eso y dormir con la conciencia tranquila por las noches? A lo mejor estaba asumiendo la culpa para reducir la condena y realmente no había hecho todo eso. O puede que no solo.
Sorprendentemente, no me había quedado totalmente satisfecha con la respuesta que me había dado, que no había sido precisamente corta.
Mi silencio pareció animarle a hablar.
—¿Estás asustada, guapa? —levanté la mirada hacia él y pude ver que se divertía. La situación le parecía cómica, al menos—. No parecía importarte todo eso la última vez que estuviste aquí. Respondías a mis caricias como si esa fuera la única meta en tu vida —dijo lo último susurrando. Como si quisiera que fuese un secreto entre nosotros.
Tragando saliva, saqué mi chulería de siempre.
—Me parece que te confundes —hablaba mientras me acercaba a él, aunque las barras de hierro me daban una seguridad extra que no sentía en ese momento—. Si recuerdo bien, eras tú el que no podía resistirse —le di una sonrisa de lo más coqueta. No pude evitar reírme cuando frunció los ojos.
—Estás jugando con fuego —advirtió cuando se dio cuenta de lo cerca que estábamos, más de lo que me habría imaginado. Tan solo las barras de la celda nos separaban ahora y aprovechó para pasar el dedo índice suavemente por mi mandíbula—. Y corremos el riesgo de salir abrasados, y si apuramos mucho, calcinados.
Ahora era yo la que se divertía con esta situación. Y mucho. Girando mi cara, sin dejar de mirarle, le cogí el dedo índice entre mis dientes y le mordí suavemente, mientras él parecía más que satisfecho por mi reacción.
Segundos más tarde le solté y retrocedí, sonriéndole.
—Entonces que todo sea por el calor del juego, Jesse —y sin darle opción a que me respondiera, me di la vuelta para irme. Ya tenía lo que quería y podía empezar a investigar desde ahí.
Había dado dos pasos cuando le escuché.
—¿Cómo te llamas, preciosa? —sonaba desesperado.
Pero solo le di una breve mirada y seguí adelante. No era el momento ni el lugar, y, seguramente, basándome en lo que me había contado, tampoco era lo más seguro.
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Definitivamente, era estúpida. No podía creer que se me hubiera olvidado el pequeño detalle, sarcásticamente hablando, de preguntarle a Jesse por su apellido. Con la cantidad de presos que había en el país, ¿cómo iba a saber qué Jesse era él? Había tantos... Jesse Stephenson, Jesse Strikes, Jesse Stevenson...
Bufando, molesta, di un puñetazo en la cama. ¿Cómo se me había podido pasar por alto? No podía hacer otra cosa sino echarme la culpa. Al fin y al cabo, siempre estaba a solas con él y eso me hacía perder el norte. Me distraía de mi principal objetivo, nublándome la mente y el sentido, y eso era algo que no podía dejar que volviera a pasar. Pero, de nuevo, era algo que no estaba en mi poder para controlar. Aunque tenía que haber alguna forma de no dejar que fuera tan obvio.
Frustrada y cansada, me pasé las manos por la cara, intentando calmarme y pensar con tranquilidad para encontrar una solución al marrón en el que yo solita me había metido.
Entonces tuve una idea. En Internet estaba todo, y Jesse había sido muy explícito con los delitos que había cometido y por los que había sido condenado. Tal vez si buscara su nombre junto con alguna que otra palabra clave...
Bingo.
—Jesse —asentí, pensando que el nombre le iba bien, y esperé a que la página cargara y no sabía cuál sería mi reacción—. Jesse Stevenson —leí en voz alta cuando al final pude ver el contenido del artículo.
Jesse Stevenson.
Me puse rígida, mis ojos se abrieron un poco, ya que mi sangre parecía estar helada. Jesse Stevenson era un nombre que todos en el país conocían. Durante años, provocó el miedo y el pánico mientras dirigía la pandilla más grande de Inglaterra antes de llevar su terror a los Estados Unidos. Mató a todo aquel que lo perjudicó y se interpuso en su camino y las calles estaban plagadas de crímenes, llenas de sus hombres haciendo lo que él pedía.
Nadie sabía dónde estaba o cómo era físicamente durante años. Era como un fantasma, un minuto estaba allí y al siguiente había desaparecido y había dejado la devastación a su paso. Hasta fines del año pasado, cuando uno de sus hombres se volvió en contra suya y le dio información a la policía sobre dónde estaba. Fue arrestado y puesto bajo custodia, pero nadie sabía en qué prisión. La mayoría sospechaba que estaba muerto, pero aquí estaba. Justo en la prisión en la que trabajaba mi padre, y muy vivo.
Cada cosa que leía era más aterradora y escalofriante que la anterior, y no sabía si podría seguir yendo a prisión. Aunque, ¿qué excusa les pondría a mis padres? No podían saber que había estado involucrándome más de lo debido con un preso, y menos con él.
Me había metido yo sola en la boca del lobo, y ahora, sola, tendría que apañármelas para salir de ella.
A pesar de estar acojonada con cada párrafo que leía de atrocidades que había cometido, no podía apartar la vista y, sin darme cuenta, me dieron casi las tres de la mañana leyendo.
No daba crédito a lo que mis ojos veían. Y, aun así, no podía creer cómo ese hombre de apariencia tan inocente y bella podía haber hecho tales cosas.
• ────── ✾ ────── •
—Te veo muy mala cara, Scarlett Faye —me dijo Marc en cuanto me vio aparecer en clase.
Bufando, puse los ojos en blanco. Gracias por nada, Marc.
—La próxima vez si quieres te dejo un buzón para que aportes sugerencias y no comentarios desagradables, Marc. Aunque no me debería sorprender viniendo de ti —le respondí mientras soltaba los libros en la mesa y me sentaba, todo sin mirarle ni un momento. No estaba de humor.
—Te has levantado hoy con el pie izquierdo, por lo que veo —fue el único comentario que hizo.
Entonces, no pudiendo resistirme ni un minuto más, me giré hacia él y suspiré.
—Es el preso, Marc —le confesé. La verdad es que no quería involucrar a nadie más en esta situación, pero confiaba en Marc lo suficiente como para contarle lo que pasaba. También era para mí un seguro de que, si por casualidad me pasaba algo, tendrían alguien para que contara todo.
Por las caras que ponía, sabía que todo esto era peor de lo que había pensado. Marc se había quedado pálido. Él se enfadó tanto conmigo por haberme expuesto al peligro sin necesidad alguna, que me fui de su casa sin decir ni una palabra más tras contarle toda la situación. Obviamente, seguía sin tener claro qué hacer ni cómo afrontarla, pero supuse que ya llegaría el momento de hacerlo y que no me urgía ninguna prisa.
Al día siguiente no fui a prisión porque estaba aún muy confundida y conmocionada como para enfrentarme a Jesse de nuevo, y no me sentía con fuerza suficiente para hacerlo, de todos modos. Así que como excuse utilicé un examen que tenía más avanzado en la semana y mis padres parecieron conformarse con mi repentino ataque de responsabilidad hacia los estudios que nunca había tenido.
A pesar de no tener las agallas de enfrentarme a Jesse Stevenson, tenía la necesidad de hablar con él. Quería saber más. Por ejemplo, qué le llevó a cometer todos esos crímenes y qué era lo que le mantenía cuerdo allí encerrado. Sentía demasiada curiosidad y, como él mismo me dijo, algún día podría hacer que me mataran, pero hasta el momento me había ido bastante bien y era un riesgo que estaba muy dispuesta a asumir.
No sabía la hora a la que le daban el permiso para las visitas y llamadas, y tampoco estaba dispuesta a delatarme ante mis padres preguntando. Entonces decidí que el siguiente día que fuese a la cárcel, le preguntaría a alguno de los guardias que hubiera por allí. No sería una pregunta fuera de lo normal y lo intentaría hacer de forma que no pareciera sospechosa bajo ningún concepto. Había algo que quería hacer y no podía arriesgarme a que me vieran.
Esa misma tarde le envié un mensaje a Marc diciéndole que si quería que no viéramos para tomar café o algo, a lo que no obtuve ninguna respuesta. Seguramente estaba con su novia y tendría las manos en otros asuntos. Ya me entendéis. Sintiendo envidia de él, decidí no molestarle más y buscarme algo con lo que distraerme del preso. Y entonces decidí que esa noche saldría.
Hacía tiempo —desde que mis padres me pillaron fumando marihuana— que no iba a ninguna fiesta y el cuerpo ya me lo pedía. Me encantaba acudir a fiestas de la gente de la fraternidad porque no había control alguno. Todos sabíamos lo que queríamos y siempre había alguien dispuesto y me encantaba la atención que recibía por parte de los chicos. Sabía quiénes eran los que babeaban por mí y los que engañarían a sus novias conmigo, pero nunca llegaba hasta el final con ellos.
Me gustaba jugar con ellos, dejándolos hambrientos de más, sedientos de mí, pero esa era mi única regla con los chicos. No sobrepasarme con los que tenían novia. Sabía que no era responsabilidad mía, puesto que yo estaba soltera, pero algunas de esas chicas eran amables conmigo en clases y aún tenía escrúpulos. Así que al final siempre los desechaba dejándolos con ganas de más.
Mi madre se asomó a mi habitación justo cuando estaba leyendo la respuesta que Marc me había enviado, después de unas cuantas horas perdido.
—¿Te queda mucho para que termines? Tu padre llega hoy pronto a casa y la cena está terminada —dijo suavemente.
Dándome la vuelta en la silla mirando la pantalla del móvil, le respondí a Marc, que me había contestado hace unos minutos.
—No, ya bajo —le respondí igual a mi madre.
Me di cuenta de que mi madre no había salido de mi habitación y cuando la miré, supe que quería decirme algo más. La veía muy seria. Más que de costumbre.
—¿Pasa algo, mamá? —le pregunté.
Ella levantó la mirada.
—No, nada. Es solo que... mejor hablamos cuando tu padre venga.
Frunciendo el ceño miré al suelo. Después, mi madre salió de la habitación.
Me quedé un rato pensativa, hasta que la vibración del móvil en la mesa me asustó. Maldito Marc.
En cuanto respondí a la llamada, empezó a pegar gritos que me hicieron de apartar el teléfono.
—¡Al fin! Creía que te habían cambiado por otra persona, Scar. Esta noche va a ser la mejor de tu vida, ya verás —me aseguraba sin dejarme hablar. Aunque tampoco podía, porque no paraba de reírme. Marc siempre fiel a su persona.
—Ya te digo —le respondí—, sólo me queda convencer a mamá ogro, así que no cantes victoria todavía. Pero —levanté un dedo para darle énfasis a pesar de que no me podía ver—, confía en mis encantos, Marc. Ni mi madre se puede resistir a una cara angelical —le dije mientras me miraba las uñas. Que, por cierto, las tenía fatal.
—Cuento con ello, Scar —me respondió—. Luego nos vemos —y colgó.
Suspirando, escuché la puerta de casa cerrarse y dejé el móvil encima de la mesa. Quitando de mi falda polvo inexistente, me levanté y solté una respiración profunda. Había llegado la hora de la actuación. De esto dependía si contaba con el permiso de mis padres para ir de fiesta con Marc. Aunque ellos no lo supieran, siempre que me habían dicho que no, me había escapado por mi cuenta. Y nunca había fallado. Su consentimiento era algo que no me impedía nada, pero siempre me gustaba empezar a hacer las cosas por las buenas. Si por las buenas no funcionaba, entonces las hacía a mi manera.
Salí al pasillo, y los escuché de hablar mientras terminaban de poner la mesa.
—Pero, Maryanne —escuché a mi padre— ¿estás segura?
Después oí a mi madre suspirar.
—Sí, entiendo que lo que hizo no estuvo nada bien y que tuvo el castigo que se merece, pero tampoco podemos dejarla encerrada de por vida. Es por su bien —le replicó a mi padre. Si la noche seguía así estaría saliendo por esa puerta en menos de una hora.
Fingiendo que no había escuchado nada, aparecí suspirando, haciendo el suficiente ruido para que notaran mi presencia. Ambos se giraron y estaban expectantes a ver si decía algo. Pero me hice de rogar, hasta que mi padre al fin cedió.
—¿Qué tal el día, cielo? —preguntó bastante interesado.
Entonces sonriendo dulcemente, le contesté, sentándome para comer en frente de ellos.
—Pues, bastante bien supongo. He estado estudiando para exámenes finales y ayudando a Marc también —le conté encogiendo los hombros como si nada. Como si eso fuese lo más normal del mundo.
Él parecía sorprendido y a los pocos segundos apartó la vista de mí para mirar fijamente su plato y suspiró. Después mi madre le miró e hicieron contacto visual, en el que mi madre le asintió lentamente.
—Tenías razón, Maryanne —fue lo único que le dijo.
¿Ya está? ¿No un "puedes salir cuando quieras a donde quieras"? ¿Qué les pasa en la cabeza?
Suspirando, y terminándome la comida del plato, lo decidí. Esta noche saldría sí o sí.