Mi respiración estaba fuera de control.
Sus manos bajaron mis shorts de seda con una facilidad que me humilló. Me sentía expuesta, vulnerable, con los pechos descubiertos, mi trasero al aire, apoyada contra una puerta en una maldita cocina apagada. Y aún así… nunca me había sentido más viva.
—Mírate —gruñó detrás de mí, sus manos firmes en mis caderas—. Dices que no eres mía… pero tu cuerpo está suplicando lo contrario.
Lo sentí, caliente, duro, rozando mi entrada. Jadeé. Quise empujarme hacia atrás, que me tomara de una vez, pero él me sujetó con fuerza.
—No tan rápido —susurró contra mi cuello—. Quiero que lo sientas. Todo.
Su m*****o rozaba mis labios íntimos, deslizándose lentamente, provocándome, empapándose con mi humedad. Cada roce me sacaba un gemido ahogado. Cada movimiento m
