Me senté. Me quité la toalla de la cabeza. El cabello me cayó sobre los hombros, húmedo, pesado como mis pensamientos. —No lo planeé —susurré—. No lo busqué. No quería que pasara, pero cada vez que me toca, es como si me metiera corriente en las venas. Ella me miraba con una mezcla de empatía y rabia. —¿Y Charlotte? —¡No me recuerdes a Charlotte! —me tapé los oídos como una niña—. No puedo pensar en eso ahora. ¡No puedo! —Es su prometida. —¡Lo sé! —grité—. ¡Y aún así me folló en la despensa como si fuera suya! —Vale… —¡No me mires así! —me levanté de la cama y caminé como una loca por la habitación—. ¡Tú no entiendes! Ese hombre… ese hombre me toca como si supiera lo que siento. Como si conociera mi cuerpo mejor que yo. —Lo conoció bien esta noche, por lo visto —murmuró ella. —¡N

