El silencio seguía denso como el humo que quedaba flotando inmóvil entre las tazas de café y los restos del desayuno. Un silencio cargado de las verdades recién reveladas, de la identidad oculta de Giovanni, de la magnitud de lo que significaba estar con él. Así que lo rompió con una voz apenas audible, un murmullo que sin embargo contenía la pesadez de una verdad ineludible. —Tu silencio no me gusta —dijo Giovanni de pronto, su voz áspera, rompiendo la quietud con una orden implícita. Sus ojos, fijos en el rostro de ella, escrutaban cada una de sus expresiones mientras el desayuno se desvanecía, intacto, como si los platos fueran parte de una escena montada solo para encubrir la cruda realidad de sus vidas. Salamandra no alzó la mirada. Mantenía la vista clavada sobre el borde de su taz

