Cuando Salamandra se marchó, la puerta del rancho se cerró detrás de ella con un sonido apenas perceptible, como un suspiro final. El silencio en el comedor se volvió más profundo, más crudo, cargado con el eco de lo que acababa de suceder. Giovanni se quedó ahí, de pie, en medio del salón, con la camisa de lino aún desabotonada, revelando el pecho amplio y musculoso, el tatuaje del halcón marcado levemente por las uñas de la mujer que acababa de poseer. A sus pies, las sábanas improvisadas en el suelo conservaban la forma de su cuerpo, el aroma de su entrega, el calor residual del instante en que ella se volvió suya para siempre. Encendió un cigarro, el primer tiro de nicotina llenando sus pulmones. Uno. Luego, casi de inmediato, encendió otro. La nicotina apenas lograba calmar el tembl

