Giovanni se despertó entrada la mañana. Algo poco común en él, acostumbrado a levantarse antes que el sol, con la precisión de un reloj. El sol ya trepaba por los ventanales de su habitación, inundando el espacio con una luz dorada, y el canto de los pájaros lo molestó menos de lo habitual. Había dormido profundamente, con una quietud inusual, como si alguien le hubiera acariciado el insomnio hasta dejarlo manso. En sus sueños, Salamandra aparecía y desaparecía, una silueta felina entre las sombras, esquiva y tentadora. No hubo sobresaltos. No hubo pesadillas, solo esa imagen persistente de ella. Solo esa sensación incómoda, casi dolorosa, de estar extrañando a alguien que aún no era suyo, que se resistía a su control. Se incorporó despacio, sin prisa, el colchón hundiéndose bajo su

