Salamandra no había logrado conciliar el sueño aquella noche. Las palabras de Raúlio, cargadas de resentimiento y veneno, se repetían en su cabeza como ecos lejanos, como susurros que volvían cada vez que cerraba los ojos, martillando sus dudas: “Te espera por tu virginidad… por lo que representas. Por lo que puedes darle. No por amor. Nunca por amor.” El dolor en la voz de Raúlio, su desesperación, la habían sacudido. Pero más fuerte que las dudas eran los latidos incontrolables que sentía en el pecho cada vez que pensaba en Giovanni. En sus manos fuertes y expertas, en sus ojos oscuros que parecían leer su alma, en la manera en que la miraba cuando cantaba, como si el mundo entero se extinguiera alrededor, dejando solo a ella bajo la luz, el centro de su universo. Con Giovanni, cada f

