La semana se deslizó pesada y lenta como sangre espesa entre los dedos de Giovanni. Los días no pasaban, se arrastraban, cada hora una tortura. Cada amanecer traía la esperanza de una distracción, un respiro de la obsesión, y cada noche la certeza de que su mente seguía anclada en ella: Salamandra.
No la había visto desde aquella mañana en su jardín. Desde que la dejó ir envuelta en ese vestido celeste que aún recordaba con una precisión que le resultaba insoportable, la tela moviéndose en su memoria como si aún la llevara puesta, como si pudiera sentirla. Se juró no volver al bar, no rebajarse a observarla como un cliente más, no mostrar esa debilidad. Pero el sábado por la noche, algo dentro de él se quebró. La abstinencia la había vuelto más potente, la necesidad más brutal.
—Prepara
