El fin de semana llegó arrastrando consigo el calor denso del atardecer, un aliento pegajoso que prometía una noche de sofoco y pasión. Pero también trajo la certeza inquebrantable a Salamandra: Giovanni Moretti vendría esa noche al bar. No necesitaba una nota con promesas, ni un mensaje con su perfume favorito, ni una caja de dulces finos. Lo sentía en el aire, una vibración sutil que solo ella captaba, como una tormenta contenida que siempre terminaba desatándose sobre ella, dejando a su paso el olor a tierra mojada y a algo nuevo, a algo indomable. Desde temprano, Salamandra estuvo más inquieta de lo habitual. Sus movimientos eran precisos, casi febriles. Caminaba entre las mesas del bar con una concentración meticulosa, su mirada escrutando cada detalle, asegurándose de que todo en La

