Semanas después... La noche de la reapertura en Las Azucenas se cernía sobre el pueblo con una quietud inusual. El aire, que normalmente olía a tierra mojada y a leña quemada, ahora vibraba con una electricidad palpable, un murmullo de anticipación que corría de boca en boca. No era una noche cualquiera. Después de días de puertas cerradas, de martillazos y el ir y venir de camiones misteriosos, Las Diosas iba a renacer. Desde temprano, la calle principal del pueblo se había ido llenando. Familias enteras, con sus mejores ropas, se congregaban frente al bar, las luces aún apagadas, como si esperaran un milagro. Las mujeres, con sus vestidos más coloridos, intercambiaban chismes y miradas de curiosidad. Los hombres, con sombreros en mano, fumaban en silencio, sus ojos fijos en la imponent

