Pero ¿no era omnipotente? Cuando regrese nos aplicará la disciplina inglesa. No pude dormirme de nuevo, evidentemente. La luz roja del semáforo me recordaba la sangre de la chica muerta. Me la inventaba, yo no la había visto. Pero me la recordaba. Acabaría odiando a aquella pobre chica que había entrado en mi vida de una forma espectacular y subrepticia. En algún lugar había leído que no es posible odiar a un muerto. Pero podía odiar el recuerdo indeleble que había dejado en mí y que interfería en todos los aspectos de mi vida. ¿Hay alguna diferencia? Alguien acababa de preguntar: «¿Y ahora qué hacemos?». Me levanté y me largué de allí, sin despedirme. Yo al menos había tomado una decisión, había dado una respuesta a la pregunta. Marta abrió la boca para decirme algo. La contuve

