El edificio en ruinas de la anoche anterior, con la luz del sol, adolecía del toque romántico con que yo lo había revestido. Las borracheras también tienen esas cosas, algo que por sí solo justifica que las madres les digan a sus hijos: «Niño, no te emborraches, toma ejemplo de tu padre». Lo cual no aclara en absoluto si el padre es un borracho asqueroso al que hay que evitar parecerse, o un espejo donde pueda mirarse el niño. Por fortuna, no me he dedicado a la docencia, ese tipo de cosas siempre me confunden. Como sea, las ruinas, sin borrachera, eran simplemente un montón infecto de cascotes amontonados. Un grupo de adolescentes cruzaba la calle gritando y riendo. Parecían un anuncio de zapatillas Nike. Yo necesitaba urgentemente un vaso grande de sales hepáticas. La casa de Zuleim

