Levante la cabeza y deje que el sol calentara mi rostro. Me encantaban esas frías mañana de invierno con aquel cielo despejado de un azul intenso y un sol radiante. Me detuve al lado del semáforo y subí el volumen de la música mientras esperaba la luz verde para cruzar la avenida, sonaba una de mis canciones favoritas de Imagine Dragón. Siempre que podía, especialmente cuando salía a la calle, llevaba mi IPhone para escuchar sus canciones. Sentía tal pasión, que incluso cuando tomaba la moto, bajo el casco escondía los auriculares de mi madre.
Eso fue hasta el día que me atrapo, entonces me castigo sin tomarla un mes y amenazo con quemarla. No con venderla o regalarla, como hubiese dicho otra madre, si con quemarla delante de mí. De buena gana me consta que lo hubiese hecho. No le gustaban las motos y mucho menos que yo condujera una de ellas.
Aun no sé cómo conseguí que me comprara una después de lo que ocurrió aquella tarde en la que me encontré con ella en la puerta de la casa. Yo conducía la moto de mi amiga Alex propietaria de la moto, frene bruscamente al darme cuenta de la mirada que nos había lanzado, estuve a punto de perder el equilibrio incluso
Recuerdo que al comienzo no me dijo nada, se limitó a saludar a Alex y después se giró desapareciendo tras la puerta, no sin antes lanzarme una mirada de desaprobación que capte sobre la marcha. Me despedí de mi amiga y seguí sus pasos, sabiendo lo que me esperaba en cuanto entrara a la casa
-¿Desde cuándo sabes manejar una moto?
-Desde hace unos meses. Le pedí a Alex que me enseñara y a veces me deja que la lleve, pero no es su culpa, soy yo la que pongo muy pesada
-Por supuesto que la culpa es tuya.
Asentí recordando la frase que solía repetirme "no trates de justificar tu mal comportamiento, basándote en el mal comportamiento de los demás. Cada uno es responsable de sus propios actos"
-Para ser que conduzcas de vez en cuando, que mala suerte has tenido el día de hoy hija mía – me sonrió irónica – esa no es una motocicleta para dos personas
-Lo sé
-Pues no lo parece – me replico dirigiéndose a su habitación, yo también me fui a la mía. Sabía que estaba enfada conmigo, era pánico que le daban las motos y por encima de todo eso, sabía que lo único que realmente le temía era que a mí me ocurriese algo. Yo era todo lo que tenía
Sus padres habían muerto en un accidente de coche cuando yo contaba con seis meses de vida. Me tuvo con veinte años de edad, y lo hizo porque me quiso desde el primer momento que supo que estaba embarazada. Siempre me lo decía, lo que originaba que de vez en cuando se me pasara por la cabeza la idea de que tal vez en algún momento valoro la posibilidad de abortar. No me importaba en exceso ese pensamiento, aunque lógicamente prefería creer la versión que siempre me había contado. Al fin y al cabo pensara lo que pensara, si es que alguna vez lo hizo, su decisión definitiva fue tenerme y ella, mi madre, era lo único que yo también tenia
Nunca me hablo mal de mi padre, lo cierto es que apenas hablaba de él. Según ella, no pudo ser. Yo sé que no quiso saber nada de mí y lo que eso conllevaba, tampoco quiso saber nada de mi madre. Nunca me importo no tener padre y jamás sentí carencia afectiva de ningún tipo por su ausencia.
Creo que fue más bien lo contrario, tenía una madre que valía por un millón de padres, y como hija única que había sido ella a menudo me sobreprotegía y me cuidaba más de lo que yo hubiese deseado
Salí aquel día de mi cuarto
-¿Sigues enfadada conmigo? – pregunte para mi propia sorpresa, cuando lo que realmente quería decirle era que me perdonara y que no lo volvería a hacer si a ella no le gustaba
-Si
-¿Me das un beso? – pensé que me iba a decir que no; sin embargo, se acercó a mí y se colocó de puntillas para alcanzar mi cara y me dio un beso cariñoso en la mejilla
-¿Sigues enfadada conmigo? – pregunte riéndome
-Si
Solté una carcajada
-Yo no le veo la gracia
-Anda mamá, perdóname – le dije abrazándola por la cintura – no volveré a subirme a una moto si es eso lo que quieres
-Lo que me gustaría es que fueras tú la que no quisieras hacerlo – ¿qué podía decir? Me volvían locas las motos - ¿no podrías esperar hasta tener dieciocho y conducir un auto como todo el mundo?
-¡oh vamos!
-¿Tanto te gustan las motos? – Yo asentí – lo pensare, pero mientras lo pienso no quiero que mires una ni de lejos. ¿Quedo claro?
Así lo hice. No volví a ir con Alex en la moto y varios meses más tarde, cuando cumplí los diecisiete, me regalo una Ducati. Mire impaciente el semáforo, que continuaba dando paso a los coches, asegurándome de que no hubiesen colocado uno de esos botones que hacen apretar al peatón para conseguir la maldita luz verde del vidente
En la moto tardaría menos, pensé. Pero había prometido a mi madre que no la tomaría durante los cinco días que estuviera afuera con su novio, hoy era el primero. De hecho, había salido pronto de la casa con la excusa de comprar el periódico para no tener que saludar a David, que así se llamaba. Estaban juntos desde hacía algo más de un año.
No era santo de mi devoción, lo admito. Ningún hombre lo era, a me gustaban las chicas y no podía comprender por qué a mi madre no le gustaban también.
Era martes, 19 de Diciembre más concretamente, y mi madre se iba esa misma mañana a pasar unos días con David. Yo me había negado casi por un mes y medio a ir con ellos a esquiar. Convencí a mi madre para que me dejara sola en casa y disfrutara por su cuenta. Ella acepto al fin y quedamos que volvería el día 31 para juntas la noche vieja
Por fin el semáforo me dio paso, baje de un salto la acera y avance con determinación, pensando que quizás después de comprar el periódico me tomaría un café. De pronto un intenso olor a goma quemada impregno el aire
Mire de reojo a mi izquierda descubriendo que algo oscuro y potente se abalanzaba sobre mí. Antes de tener tiempo a reaccionar, sentí un impacto contra mi cuerpo con tanta fuerza que me levanto en el aire, estrellándome más tarde contra el frio y duro asfalto. Quede boca abajo y escuche gritar a la gente. Aproveche la postura para tratar de incorporarme, pero no tuve éxito
Enseguida un calor liquido corrió por mi rostro y observe la grava teñirse de rojo. Una mujer me pidió que no me moviera al tiempo que me abrigaba. Pasados unos minutos el sonido de una sirena ensordeció la calle. Me dieron vuelta sobre la camilla y me colocaron un collarín. Allí mismo me pararon la hemorragia. Les dije que me dolía mucho la pierna y la mano izquierda.
Empujaron la camilla hacia adentro de la ambulancia y vi por última vez el intenso azul del cielo. Mi vista se nublo, los oídos me pitaban, empezaba a marearme y creí que iba a vomitar, agradecí el frio en mi cara, supe que acababan de abrir las puertas de la ambulancia. Seguía sin ver ni oír bien cuando me sacaron y la camilla comenzó a rodar.
Entonces fue cuando note el calor del tacto de una mano sobre mi frente
-¿Puedes oírme? – pregunto la voz de la mujer más bonita que jamás se hubiese dirigido a mí
-Sí, pero no veo bien. No veo nada
-No te preocupes, te pondrás bien. ¿Cómo te llamas?
-Kara ¿Y tú? – me pareció que sonreía.
-Lena, me llamo Lena – respondió acariciándome la frente
Eso fue lo último que pude oír y sentir antes de perder el conocimiento
Miento...
También sentí que acababa de enamorarme