capitulo 7 1/2

2444 Words
Desperté melancólica a pesar de ser el último día del año. No había conseguido dormir profundamente. Me había estado despertando continuamente a lo largo de la noche. Mi cabeza no dejaba de recordar momentos vividos con Lena, detalles triviales y otros que no lo eran tanto. Perduraba en mi cabeza, especialmente, el instante en que la había visto a través del espejo del baño, contemplando mi cuerpo desnudo cuando me deshice de la chaqueta del pijama. No podía quitarme aquella mirada de la cabeza. Había sido fugaz, pero maravillosamente intensa al mismo tiempo. Su breve y penetrante mirada me había abrasado la piel dejándome el corazón en llamas. No conseguía describir con palabras la expresión de su rostro y sus ojos mientras me observaban. Sin embargo, sí que me atrevía a asegurar por presuntuoso que pudiera sonar, que le gustaba lo que estaba viendo. Y a mí me gustó que le gustara. Me gustó en exceso el deseo que contenía aquella mirada posada sobre mi piel desnuda. Me había despedido de Lena a las ocho de la tarde del día anterior y no volvería a verla hasta las ocho de esa tarde. Era la primera vez que tenía que esperar un día completo para poder estar cerca de ella. Por otro lado, me hacía especial ilusión que le hubiera cambiado el turno a Samantha aquella noche. Iba a pasar la Noche Vieja con Lena. Cambiar de año al lado de la persona que más me importaba era una de las situaciones más ansiadas que había vivido hasta el momento. Cuando dieron las ocho en el reloj, apareció Samantha con su melena oscura y su habitual simpatía. Le devolví la sonrisa. Sin embargo, nunca había sido tan consciente de lo que podría llegar a echar de menos a Lena hasta aquel preciso instante, aquel en el que otra persona ocupaba su lugar. El hecho d encontrar a Lena en el horario al que me tenía acostumbrada Lena no ayudó en absoluto. El día anterior mi madre le había pedido permiso para traer una cena especial para aquella noche. De hecho, la había invitado a que se uniera a nosotros, aunque ella denegara amablemente la invitación alegando que cenaría con el resto de sus compañeros del turno de noche. Aquella mañana fue Samantha quien me ayudó a ducharme, como lo hizo Lena los dos días anteriores. Aunque había logrado evitar a mi enemiga la cuña, no había conseguido una total privacidad en el baño. Aun así, empezaba a acostumbrarme a la desnudez de mi cuerpo frente a los demás. Ya casi no le daba importancia. Entre las curas y los baños, a veces pensaba que me pasaba más tiempo descubierta que cubierta. Sentada en la cama devoré los periódicos que Lena me había estado trayendo junto con alguna otra revista que mi madre tenía por allí. Leía demasiado rápido para lo lento que pasaba el tiempo en aquel día sin ella. Era curioso, cuando Lena estaba allí, el tiempo volaba y siempre me parecía que las ocho de la tarde llegaban demasiado pronto, nunca estaba preparada para dejarla marchar. A primera hora de la tarde recibí una visita sorpresa. Alex y Winn vinieron para desearnos un feliz año a todos. Apenas pudimos hablar de nuestras cosas, ya que mi madre y David continuaron apalancados en el sofá viendo no sé qué en la televisión. Hablamos entre gestos y frases impersonales, y antes de que se fueran a ir quise darles las gracias por haberse encargado de las rosas. — Les debo el dinero — confirmé. Vi que Alex señalaba a Winn. — Sí, bastante dinero por cierto — se rio este. Miré la hora en mi iPod cuando se marcharon y descubrí que aún faltaban un par de horas para que Lena cruzara aquella puerta. Traté de darle un respiro a mi propia cabeza y decidí unirme a mi madre y David, que parecían estar pasándoselo muy bien con lo que estaban viendo. Era el típico programa cómico de Noche Vieja, donde uno de los mejores imitadores del país había preparado una serie de sketches imitando al presidente del gobierno y a la consabida oposición. Francamente, le imitaba muy bien, y alguno de los diálogos era realmente ingenioso. No tardamos mucho en reírnos los tres a carcajadas. Pero ni las risas conseguían apartar mi mente de Lena y del tiempo que aún faltaba para verla. Se me aceleró el pulso cuando al fin escuché su característico repiqueteo en la puerta y apareció radiante frente a nosotros. No tenía ni idea de lo que había deseado oír, durante todo el día, aquel inconfundible modo de llamar. — Buenas tardes — saludó. — Hola, Lena — exclamaron al unísono mi madre y David entre risas. — Hola — sonreí en respuesta al cariñoso guiño de ojo que me brindó de camino hacia la cama. — ¿Cómo estás hoy? — me susurró para no interrumpir el programa. — Mejor, ¿y tú? Desvió la vista a la televisión cuando mi madre le anunció que estaba a punto de terminar, y enseguida se rio con una tontería de conversación que estaba manteniendo el imitado presidente por teléfono. Me recosté más cómodamente en la cama y aproveché para contemplarla con más detenimiento mientras ellos seguían pendientes del especial. Desde mi nueva posición apenas podía verle la cara. Me detuve a admirar su pelo n***o, que caía sobre una camisa roja con rallas blancas, detalles en azul y cuero en los puños. Su melena ondulada le cubría los omoplatos y su cercanía hacía que cada vez me costara más no perder el control. Deseaba tocarle el pelo y acariciar aquella espalda que se dibujaba perfecta bajo la camisa, pero me limité a seguir mirándola ensimismada. Podría haberme pasado una vida entera solo mirándola. — ¿A ti no te hace gracia? — me sobresalté cuando caí en que la pregunta iba dirigida a mí, que sus ojos me miraban. Asentí tratando de regresar a toda prisa de la galaxia a años luz a la que había viajado fascinada por su belleza. Comprendí que se había dado cuenta de mi embobamiento en el instante en que se sonrió, antes de volver a centrarse en la pantalla de televisión. Me alegré cuando el programa llegó a su fin y apagaron la tele. Aunque estaba encantada con la proximidad de Lena, la presencia de mi madre y su novio empezaba a incomodarme. — Mamá, ¿por qué no os vais a tomar algo? El rostro de David se iluminó con mi sugerencia. El pobre pasaba demasiadas horas en aquella habitación. Lena continuaba de pie junto a mi cama cuando ambos cerraron la puerta y por fin nos dejaron a solas. — ¿Qué? — me reí cuando sus ojos me miraron fijamente. — Desde luego que lo tuyo no es la sutileza — respondió sin moverse de su sitio, como si estuviera anclada al suelo. — ¿No has visto la cara de David?, lo estaba deseando. Tiene que estar harto de pasar todo el día aquí metido. No soy su hija. Mi madre también tiene que estar agotada, aunque jamás lo reconocería. — Eres de lo que no hay — exclamó metiéndose las dos manos en los bolsillos del vaquero. — Estás muy guapa — dije después de observarla unos instantes—. De rojo en Noche Vieja... ¿eres supersticiosa? — No especialmente. ¿Por qué? ¿Te parecería mal? — musitó burlona. — Siento decepcionarte, pero no hay nada de ti que me pudiera parecer mal. Sacudió la cabeza, pero no pudo evitar esbozar una sonrisa. — ¿Qué has hecho hoy? — pregunté al tiempo que me rascaba la ceja. — No mucho, dormir y hablar por teléfono. ¿Y tú? — Echarte de menos. — Kara... — Era broma — me burlé—. Me he leído todos los periódicos que me trajiste y también las revistas de mi madre, todo eso para tratar de no pensar en ti — añadí tras una pausa, llevándome una vez más la mano a la ceja. — Kara por favor... — volvió a suspirar—. Y deja de rascarte la ceja, te vas a hacer daño. ¿Qué te ocurre? ¿Te pica mucho? — Hoy sí, me lleva picando todo el día. — Déjame ver — dijo acercándose a mí agarrándome de la barbilla para levantarme la cara. — Qué bien hueles siempre — murmuré cuando su rostro estuvo frente al mío. Sonrió levemente y continuó mirándome la cicatriz. — Está todo bien, es porque está cicatrizando. Dentro de muy poco te quitaré los puntos. La miré aprovechando que se encontraba muy cerca. Sus ojos color verde, que seguían inspeccionando mi ceja, desprendían de vez en cuando destellos grises bajo la luz de la lámpara. No me cansaba nunca de admirar su belleza. Para mí era como estar contemplando una escultura de Miguel Ángel. Siempre descubría algo nuevo en ella, algo en lo que no había reparado en otras ocasiones debido a la falta de luz o de proximidad, algo que me arrastraba a un abismo de sentimientos en el que no podía pensar y solo me permitía sentir. Bajé la vista por su recta nariz y me detuve en sus labios. Estaban ligeramente entreabiertos, casi imperceptiblemente. Los tenía tan cerca que podía distinguir con claridad las finísimas líneas que los adornaban. El deseo de besar aquellos labios actuó por mí y antes de saber lo que estaba haciendo me acerqué más para besarlos. Justo antes de alcanzarlos, ella detuvo mi recorrido con un elegante movimiento de cabeza y frenó mi trayectoria, apoyando su frente contra la mía. — Kara, no — susurró suavemente. Quedamos tan cerca que sentí su aliento sobre mi piel cuando habló. — Lo siento — dije entrecortadamente. Percibir su aliento sobre mí me había desbocado el corazón. — ¿Tienes idea de cuántos años tengo? — susurró otra vez sin cambiar de posición. Volví a sentir su aliento una vez más y me ardió la piel. — No me importa. — Pero a mí sí — en esta ocasión se separó, perdiendo el contacto con su frente—, podría ser tu madre. — Pero no lo eres. Me cogió de nuevo de la barbilla y me obligó a mirarla. — Pero podría serlo — dijo clavando su mirada en la mía—. ¿No quieres saber qué edad tengo? Negué con la cabeza. — No me importa. — Treinta y nueve. — Me da igual. Además, no los aparentas. — Ni siquiera te has sorprendido — exclamó. — Pensaba que tenías treinta o treinta y dos, pero te repito que no es algo que me importe en absoluto. — Pues debería — replicó—. Deberías buscar a alguien de tu edad — añadió, retirando la mano de mi barbilla. — Las de mi edad no me gustan, y Lily York tampoco. Además, ella no es que sea de mi edad, es más mayor. — Pero la diferencia con ella es mínima si la comparamos, ¿no te parece? —dijo caminando hacia la puerta. — Dejemos el tema — murmuré. Se giró y me miró antes de abandonar la habitación. — Me parece bien. Voy a traerte aloe vera a ver si te alivia el picor. Miré en dirección a la puerta cuando oí que tocaban y Lena entró con un dispensador y unos guantes de látex en la mano. Caminó hacia mí con sus vaqueros y camisa roja. Era tan atractiva... Permanecí inmóvil esta vez, para que no pensara que iba a intentar algo, dado que volvíamos a estar exactamente en la misma posición que cuando tuve la brillante idea de intentar besarla. Me deslizó los dedos por la melena evitando mancharme el pelo y se dispuso a aplicarme el gel verde sobre la ceja. — ¿Estás enfadada conmigo? — pregunté al ver que no hablaba desde que había vuelto. — No — me miró—. Que una chica de dieciséis años tan guapa como tú me quiera besar me halaga. ¿A cuántas cuarentonas crees que les pasa algo parecido? — A muchas. — ¿Eso crees? — Desde luego. Y no utilices el término «cuarentona», no me gusta. Me sonrió. Después, recogió los bártulos dejándome sola y pensativa en la habitación. Lo cierto era que entre ella y yo existía algo que había rebasado sutilmente la frontera entre médico y paciente. No tenía dudas de lo que ella significaba para mí, sin embargo no podía decir lo mismo de lo que yo pudiera significar para Lena. No sé si solo se preocupaba por mí, y por el estado en que me encontraba, o si algo dentro de ella había cambiado respecto a mí desde que ingresara por urgencias aquella mañana de sábado y compartiéramos todas esas horas juntas. Fuera lo que fuera lo que estuviera naciendo en su interior, me constaba también, que era en contra de su propia voluntad. Sus recientes y constantes alusiones a nuestra evidente diferencia de edad le preocupaban en exceso y a mí en defecto. No obstante, era capaz de comprender que si fuera ella la que estuviera yaciendo en la cama y yo la doctora encargada de sus cuidados, también me hallaría perdida entre los límites de lo que pudiera considerar correcto y lo que no lo era. O como ella misma lo había calificado en una ocasión, lo que era apropiado y lo que no. En cierto modo, algo dentro de mí podría haberle concedido la razón, pero no quería hacerlo. Me negaba a admitir que un puñado de años pudiera hacer naufragar mis sentimientos con tanta facilidad, como lo hace la ira del mar con un barco surcando sus aguas. No volví a verla durante lo que quedaba de tarde, tampoco durante la suculenta cena que había encargado mi madre para recibir el nuevo año. Pasaban unos pocos minutos de las doce cuando pensé que igual no volvería a verla hasta el día siguiente. Aunque m había dicho que no estaba enfadada conmigo, yo no tenía la misma sensación. Ya nos habíamos besado y abrazado los tres para desearnos lo mejor en el año que estrenábamos, y ella, Lena, la única persona que podría garantizar mi felicidad durante los próximos doce meses, no aparecía. Estuve pendiente del reloj y vi con tristeza como los minutos pasaban sin noticias de ella. A las doce y media en punto, mi deseo de verla una vez más se hizo realidad. Llevaba puesta la bata blanca sobre su camisa roja y en su cara se dibujaba esa sonrisa perfecta que tanto me gustaba.
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