Capítulo 6: La grieta

1736 Words
Gerald El patio interior hervía como una caldera desbordada. La niebla de los brujos se había metido en los huesos de los guardias y les borraba los ojos; las antorchas chisporroteaban a ráfagas, apagándose. Yo tenía la espada desenvainada y el gusto metálico de la adrenalina en la lengua. Nunca llegué a los túneles. El primer choque lo sentí en el antebrazo: un látigo de viento me abrió la piel como una hoja invisible. Di un paso atrás por puro instinto; la ráfaga reventó una columna a mi izquierda, astillando la piedra como si fuera madera podrida. Al otro lado del patio, una bruja con el cabello pegado a la cara levantó ambas manos; el suelo vibró y se levantó en enredaderas de espinas que buscaron nuestras piernas. Un capitán cayó con un grito seco, atravesado a la altura de la pantorrilla. —¡Escudos! —grité y la primera línea levantó su acero justo cuando la segunda oleada de viento nos barrió de costado. El aire olía a cobre y a sangre quemada. —¡A LA PUERTA OESTE! —bramé a todo pulmón. Avancé con los míos. El filo de mi espada encontró un pecho y luego una garganta; no tuve tiempo de aprender sus rostros. Del lado de los establos, un charco de agua se estiró como una mano y se enroscó a los tobillos de dos reclutas; jaló con la fuerza de una marea y los arrastró de bruces contra las gradas. Giré, corté el agua de un golpe, la espada vibró, la corriente se abrió un segundo y los guardias respiraron. Creo que los oí dar las gracias, pero estábamos demasiado ocupados en no morir que no respondí. Las campanas sonaban a destiempo. Cada repique era un error, un golpe más en una armadura que ya no resistía. —¡Mi príncipe! —un teniente me señaló con el mentón el arco norte—. ¡Se colaron por la poterna! Miré. Tres siluetas encapuchadas corrían hacia los claustros con una agilidad sobrenatural. Uno llevaba un saco a la espalda; juraría que se movía... No, no era un saco. Sentí el tirón en el estómago al pensar en las posibilidades. Finn. El mundo se estrechó a un hilo, ese del que pendía mi cordura. —¡CONMIGO, AHORA! —eché a correr, pero la bruja de las manos de agua ya me había visto. La niebla se espesó frente a mí como una pared. El primer guardia se estrelló contra ella y salió despedido metros atrás, con la nariz echando sangre. Levanté el brazo, hice un tajo en la cortina, me abrí paso a golpes de espada, de cuerpo, de dientes. Una lluvia de brasas cayó desde el alero del claustro como un aguacero sobre nosotros. "¡Mierda, no!" me lamenté en mi mente, "necesito llegar a él..." Derribé al sujeto que controlaba el fuego de un empujón, pero él se aferró a mí, haciendo que ambos rodáramos, apagando el fuego con capas. El humo me nubló la vista por un segundo, el suficiente para entender que estaba perdiendo el rastro. Maldije con tanta ira, que no sé si grité o lo pensé. Arranqué a correr otra vez. —¡Por ahí no, su alteza! —me gritó alguien—. ¡A los túneles no! No escuché. Llegué a la columnata y vi lo que necesitaba ver. A través del arco de piedra, dos guardias sin insignias arrastraban a un hombre con los brazos sujetos a la espalda. Finn parecía volver de estar inconsciente; intentó clavar los talones, ganar unos segundos más para recomponerse. Uno de los encapuchados le descargó un golpe en la nuca; haciendo que la cabeza de Finn girara a todos lados. —¡Basta! —mi voz se quebró y la odié por ello. Di tres pasos y una pared de acero me cerró el paso. Cuatro de los míos, con los ojos abiertos hasta el punto de salirse de sus órbitas me detuvieron. —Mi príncipe, por aquí no —dijo Malrick, mi guardia personal, ese que me enseñó a contener la espada—. Lo quieren abajo. Quieren quebrarlo ahí. —Lo llevan a los túneles —dije, sin reconocer mi propia voz—. Por favor, diles que me suelten. El patio rugió detrás de nosotros. El ala de cocina explotó en un gemido de madera, y un chorro de tierra salió disparado de una jardinera, clavándose como estacas en la piedra del corredor. Un muchacho cayó tan cerca que nos salpicó la sangre. Malrick apretó la mandíbula. —Mientras viva, usted es el reino, alteza. Si muere, solo quedará un cuerpo más. —No gritó; me sostuvo la mirada, el rostro tiznado de humo—. Deje que otros bajen. —Yo bajo —dije. Entonces el viento volvió a golpearnos como un mazo. Nos pegó a todos contra las columnas; sentí el hombro crujir, y la espada se me escapó de los dedos. La bruja de antes nos barría como se barre la ceniza. Logré ponerme de pie, respirando con dificultad. A lo lejos, apenas a unos veinte pasos, vi a los intrusos doblar hacia la escalinata que llevaba al antiguo tribunal. El hueco tragó sus sombras. Finn desapareció con ellos. —¡NO! —Me zafé del brazo de Malrick, di un paso, dos. No llegué al tercero. Dos guardias me tomaron por la cintura; el sonido del choque de sus armaduras y la mía hizo que me retumbara en la cabeza. El golpe me sacó el aire; abrí la boca para morder, para maldecir, para ordenar. Entonces, una voz se plantó en mi oído, grave e impecable. —Mi príncipe, por mi vida no lo voy a soltar. Si mueres aquí, es el final de todos. Quise decirle que ya estaba muerto. Que lo único que quedaba entero en mí lo estaban arrastrando bajo tierra. No dije nada. —¡Cubran la retirada del heredero! —gritó alguien. No sé quién. Una línea de escudos se colocó delante, levantó el muro, recibió una ráfaga de esquirlas de piedra que dejó abolladuras sobre el metal. Detrás, nos empujaron como se empuja un ariete en sentido inverso: paso a paso, hacia la sala de seguridad más cercana. Yo miraba por encima de los hombros, buscando otro ángulo, otra entrada, un milagro. Lo sentí. Sentí que mi amado, mi otra mitad ya no pertenecía a este mundo... sentí la paz terrible con la que se vació su cuerpo. El tiempo se detuvo junto a mi corazón. —Finn… —No sé si lo dije o lo pensé. El mundo volvió a moverse de golpe, todo demasiado rápido y ruidoso. Los míos tiraron de mí con brutalidad. Yo me revolví, eché mano a la empuñadura para tomar la espada que ya no estaba, di un manotazo al aire como si pudiera arrancarle la vida a alguien. —¡Les ordeno que me suelten! —rugí. —¡No! —Malrick me cruzó el antebrazo por el pecho y me hizo retroceder a la fuerza—. ¡No lo perderemos por un muerto! “Por un muerto.” La frase me atravesó el pecho, el corazón... el alma. Me encerraron en un carruaje y agitaron las tiendas de los caballos para que corrieran. Me lancé contra la puerta con desesperación, queriendo... necesitando volver por él. —Detente —dijo Malrick, clavándome la mirada—. Si sale ahora, no habrá heredero al alba. Caí de rodillas, apoyando la cabeza en el asiento; estaba húmedo, frío y distante. Quise arrancarme la piel. Quise arrancarme el nombre. No podía quedarme quieto. Golpeé el asiento con el puño hasta romper la madera y abrirme los nudillos. La sangre goteó en silencio. Entonces sucedió. La luz cambió. No fue un destello; fue un amanecer imposible dentro de la noche. Una claridad violeta se filtró por las rendijas de la puerta y las ventanas si el aire ardiera por dentro. El suelo vibró debajo de las ruedas y las patas de los caballos que ya habían recorrido una distancia inaudita para el tiempo que llevábamos aquí dentro. —¿Qué demonios…? —susurró alguien. Yo ya lo sabía, sin saberlo. Lo sentí en el hueco exacto donde había estado mi corazón hace un minuto. "Este es el final de Valdren. Y me importa una mierda..." El rugido llegó después. No era sonido, era una criatura viva. Una marea de fuerza que salió de los túneles, trepó por las escaleras, lamió los corredores, mordió los patios y se arrastró hasta nosotros y más allá. El carruaje tembló con un golpe brutal antes de salir despedido a un lado. Sentí la piedra contra la espalda, el olor a cuero chamuscado, el frío del hierro, y no supe si estaba vivo. Me arrastraron fuera entre el humo y la lluvia fina de ceniza. Varias manos me levantaron, gruñendo órdenes que sonaron a distancia; alguien me cubrió la cara con un paño húmedo. Malrick me sostuvo con fuerza. Vi fragmentos del castillo a nuestro alrededor. Donde debía haber vida, sólo había silencio pesado, un agujero que olía a ceniza y a algo más frío: la ausencia. Me sostuvieron y curaron como si las heridas externas fueran más letales que la que en realidad ya me había matado por dentro. Pero ese vacío pronto dio paso a una rabia que me despertó como un incendio sin medida. Primero fue fuego en la garganta; luego, una sed oscura que borró el sopor y dejó sólo un hambre clara: venganza. No sabía si tendría fuerzas, ni aliados, ni futuro. Sólo supe una cosa con una claridad que se me tatuó en el hueso: haría que cada nombre pagara por esta grieta. Malrick me habló, instrucciones prácticas, estrategias, supervivencia y no sé qué más. No escuché ni una maldita palabra de lo que decía. Mi mundo se redujo a una única verdad: me habían robado a Finn, y yo acabaría con lo que quedara del mundo para no dejar rastro de quien fuera que me lo quitó. Me levanté tambaleante, con el cuerpo entero temblando y la peste de la derrota pegada a la piel. Vi las ruinas y, acostumbrado a que mis palabras eran una orden sagrada e irrevocable, juré al asesino de mi amado: —Pagarás por haberme roto el corazón... Porque mientras me quedara aliento, viviría para vengarlo. ✨ Próximamente Averso ✨
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