Y POR FIN NOS CASAMOS

1215 Words
CAPITULO 4. - Y POR FIN NOS CASAMOS No sé muy bien porqué nunca le di importancia al vestido blanco, la fiesta y su parafernalia. En mi segundo barrio, donde nos mudamos cuando cumplí los 15 años, tampoco quise fiesta; había una chica vecina, Cris, para quién su mamá ahorraba para su vestido de novia y le armaba un ajuar. Un bellísimo y antiguo baúl de madera, lo contenía. Antiguamente ya se iba preparando el ajuar poco a poco, es decir, mucho antes de tener novio o incluso de saber la fecha de la boda. Lo más tradicional es que todo esto viniera con bordados artesanales, ganchillos y letras bordadas. En fin, tradiciones que no deseaba acatar, que no merecían mi respeto. Sobre todo, insisto, porque mamá no estaba para acompañar y siempre fui muy independiente. Tampoco era amante de las otras tradiciones: algo azul, algo nuevo, algo viejo, algo prestado. Sólo me incliné por la ceremonia de las ligas. Eso siempre me gustó. El tema es que, por entonces, Mary, la madre de Cris, Dios la tenga en su santa gloria y no la deje volver, nos daba su bendición cuando íbamos a bailar, y nos ponía del lado de adentro de la ropa de boliche, una ramita de ruda macho para evitar las envidias y a los malhechores. ¿Malhechores?¡Teníamos que agradecer que alguien nos sacara a bailar, el aroma era tan potente! Cero envidias, cero malhechores y, pretendientes: sólo si se resfriaban. A Cris no la querían mucho, pero se me está yendo la lengua… Soy perfeccionista, digo, pues por entonces, me sentía muy bonita y me quería lucir. Sabía perfectamente lo que me gustaba y me sentaba bien. Anduve por allí buscando y mirando, sobre todo para saber qué se usaba. Para la boda, me decidí por un vestido en un tono orquídea, con un hombro descubierto y falda de princesa que marcaba alegremente mi cintura. Era espléndido. Zapatos para novias, no sé por qué el mote, pues eran los mismos que usábamos para ir a bailar al boliche, pero, ¡tranquilos, que estrené! Del peinado se iba a hacer cargo mi tío David. Es coiffeur y buen mozote, de géminis y muy esteta. Sabía lo que le iba a hacer a mi cabeza. Yo no. Y cuando el modelo estuvo terminado no me gustó. Un árbol de roble rojo parecía, enorme, poco natural, y rígido por tanto spray. ¡No! Para ingresar a la Capilla católica de Ithaca, preciosa en su antigüedad, habíamos rentado un sulky: pequeño carruaje, por lo general para uno o dos pasajeros, que se utiliza como una forma de transporte rural en muchas partes del mundo.. Pagamos una buena cifra asegurando la fecha, con Douglas, así le llamaban al señor que nos lo alquiló. Si yo soy perfeccionista, Jimmy es de terror con el dinero, y como ya estaba pagado y faltaban 6 meses, íbamos cotidianamente para cerrar los detalles. Si hasta lo pintamos… una pequeña excentricidad, pero una se casa para siempre… Yo estaba a cargo del arreglo floral que colgaríamos en el respaldo del mismo, si así se llama, y que sería igual al motivo que tendría en mi cabeza y el ramo de mis manos. ¿Soy clara? Como buenos solteros amantes de nuestros respectivos sobrinos, acordamos que los pararíamos en el pescante y entraríamos todos atravesando la calle central, la que se precipita sobre la Sage Chapel, que destaca por su belleza y forma parte de la historia e identidad de la universidad Cornell. Jimmy alquiló un traje de boda Ralph Lauren con moñito, que obvio vi el día del casamiento. n***o. Lindo. Lástima que lo tenía que devolver, pero no justificaba gastar en algo que nunca más usaría. Así pensaba. La zona rural tiene sus pros y sus contras. Una amiga, me dijo y no lo olvidé, que estaba bien que me casara, que si no funcionaba siempre estaba el plan B, el divorcio. ¡Pero que quien me iba a quitar el intento! Otra, me llamó la noche anterior para decir que había tenido una pesadilla y que en mi boda algo grave iba a suceder. ¡WOW! Papá el padrino y mi mamá, muy elegantes, salieron dos horas antes porque iban al campo, dijeron, y estarían allá con tiempo. Amaban Ithaca. Ambos se criaron en la ruralidad. La gente de los arreglos florales se demoró mucho, una hora, yo estaba histérica con esta ineptitud, y con mi tío, porqué quería un peinado natural. Me mojé todo el pelo y tuvo que reconstruir, el coiffeur, lo desmoronado. Ya llevábamos una hora de atraso, salimos en el auto de mi tío, encendiendo las luces interiores y pidiendo paso por la urgencia. Todos lo hacían, me veían y no entendían nada. ¿Urgencia? ¿Una novia o un parto? ¡Ja ja ja ja! Llegué y Jimmy, que me esperaba en la esquina del camino hacia el altar, me comenta que el señor del sulky se había ido a Dryden, y que no podíamos contar con ese transporte. ¡Ay Madre del Amor Hermoso! Tuvimos que llamar a mis cuñados para que no traigan a los niños y mi hermano pidió un auto de alquiler para hacer el ingreso. A todo esto, me avisan que mamá y papá no habían llegado. ¿Pero cómo, si salieron hace dos horas? Se armó un operativo para encontrarlos. Ante mi demora, habían salido a caminar, deleitándose con las propiedades de los alrededores. Por allá volvían, lento pero seguro, del brazo. Felices. La multitud desbordaba la iglesia o eso parecía, pues además de los invitados ya estaban los curiosos, aquellos que querían saber cómo terminaba esto. Si Jimmy iba a ser abandonado en el altar; si Jimmy me iba a abandonar harto de esperar o si el sacerdote nos casaría. El cura en cuestión, algo malhumorado se entre durmió y apagó casi todas las luces. Un éxito total de concurrentes. Entraron como a una maratón. Sonaba la marcha nupcial, se cerraron las puertas y una de las mujeres, que colaboraba con el sacerdote, se puso a mi lado presta a abrir la puerta, y me dio a entender que las sólo las puras entran de blanco. Recuerden que mi vestido, era de un tono orquídea. Nada iba a nublar tan accidentado acontecimiento. Jimmy se reía, suele hacerlo cuando está nervioso, por qué tuvo que sostener el arreglo sobre el techo del rental car, bajar corriendo y parar en el altar. Yo colgué en mi boca trémula, la mejor sonrisa, y entré radiante a que me desposaran. El padre Armando, socarronamente preguntó qué había pasado. -Un accidente- dijimos, lo habíamos acordado. Volvió a mirarme y preguntó -si no había que lamentar víctimas- el público explotaba el recinto. –No-, dije segura, -Gracias a Dios-. Lo demás fue lo de siempre, bah, lo que se dice siempre que se asiste a un casamiento; hasta el momento en que le pidió a Jimmy las alianzas. Las buscó en el bolsillo, las tenía sueltas, las encontró y se las dio. Junto con el recibo de devolución y algo de pelusa. Armando la devolvió y siguió la ceremonia. Por fin: los declaro marido y mujer. Papá contento, mostraba a las cámaras, el brillo de sus zapatos nuevos.
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