RECUERDOS QUE MARCAN

1520 Words
FLASHBACK DE AÑOS ATRÁS… SU ADOLESCENCIA. Claudine abría los ojos ante un día más, en su monótona vida. Casi se cumplía un año desde su escapada hacia el mundo, pero ahora que estaba de vuelta en casa, solo podía sentirse atrapada, retenida no solo por sus padres, sino por los estándares que la sociedad le pedía al ser hija de personas acomodada. —¡Clau! —Laurent, su hermana menor, entraba en la habitación de su hermana y prácticamente brincando sobre la cama. —¡Laurent, quítate de encima, me aplastas! ¿Cuándo vas a madurar? —le repetía Claudine entre risas. —Mis papás irán a una fiesta esta noche y me han dicho que no puedo ir, ¡De nuevo! Es fastidioso ser menor de edad. Tú ya puedes asistir sin ningún problema. —No te pierdes de nada Laurent además aún eres muy pequeña, en realidad, te envidio por no tener que ir —le tocó la mejilla— Igualmente, ya llegará tu tiempo. —Me parece que ha de ser algo muy hermoso, hermana, la música, los vestidos de gala y los hermosos peinados que lucen las chicas. —a veces. Claudine sintió una profunda tristeza al darse cuenta de que, desde esa temprana edad, su hermanita estaba comprometida. No podía imaginarse lo mucho que le dolería casarse con un extraño; siendo ella tan revoltosa, no podía pedir un peor destino para ella que tener una boda arreglada— Bueno, como sea, dice mamá que te levantes de la cama. Porque si no lo haces vendrá ella a sacarte. —Dile que ya voy. Ella me hostiga mucho. —¿Quieres que yo le diga? Oh, no, gracias. Mejor levántate, ya la conoces. —Yo me voy de aquí, aún tengo que pasar por algo de ropa de Robín. Guarda silencio, porque si le dices a mi madre te la verás conmigo. —¿Volverás a usar la ropa de mi hermano, para escaparte? —la mayor negó—. Sabes qué mamá te matará. —Eso es solo si se entera. Además, suele estar más enfocada en ti, tú le causas más problemas que yo. —Solamente porque no sabe lo que haces cuando no te ve. —Bueno, ¿Culpa de quién es, por dejarse ver? Claudine vio a su hermana menor salir de su recámara y se puso en pie para comenzar su día, le gustaban las mañanas, era el momento en el que tendría que decidir su atuendo del día, siempre le había gustado lo referente a la moda, era meticulosa con el asunto, puesto que era su manera de expresarse con el mundo. No podía ser de otra forma, las mujeres eran juzgadas con base a su apariencia y si ese era el caso, ella quería que todos vieran la extravagancia que existía en ella. —Claudine, dice nuestra madre que te apures, si quieres ir a ver telas. —¡Dije que ya voy! —ella intentó terminarse de vestir lo más rápido posible. Aunque terminó pasando otra media hora para que lograra bajar las alfombradas escaleras de su casa. Seguro todos ya estarían en el comedor, desayunando. —Llegas tarde, hija —regañó su madre, apenas la vio entrar. —¡Lo siento!, no me di cuenta de la hora. —Siéntate y come tu comida —le indicó— Recuerda que tenemos una fiesta esta noche. —Hablando de eso, ¿Será posible que yo no vaya? —Tu madre ha confirmado tu presencia, hija —dijo su padre— Sería de mala educación que no asistieras. —Pueden decir que me he sentido mal de último momento. —No diremos mentiras por un capricho tuyo —dijo su madre— Espero que no nos decepciones. El baile es a las ocho, a esa hora ya tienes que estar lista. La joven bajó la cabeza. Sus padres jamás le perdonarían su revoltoso proceder, el abandonar a la familia no era opción en ese momento Estuvo mal y lo sabía. Pero ya había pasado un año y pareciese que ella nunca volvería a ser la hija que alguna vez tuvieron. El desayuno pasó sin más intervenciones de la joven, ni de nadie. Las comidas debían tomarse en un total silencio, parecía que la charla solo quitaba tiempo valioso a las verdaderas obligaciones del día, no debían pasar sentados en una mesa más de quince minutos. Su padre y hermano fueron los primeros en despedirse y la siguiente en desaparecer fue Claudine. Había tomado su bonito diario amarillo y con dibujos mal hechos para salir a escribir en la tranquilidad del jardín. La residencia de los Leroy en París era tan hermosa, los Leroy, sin embargo, eran personas ostentosas, les gustaba estar en cada evento y gala y a la única que le gustaba ser común era a su primogénita, Claudine, ella era amante del buen vestir, aunque algo no convencional. La joven se dejó caer en el césped del jardín más alejado de la mansión, donde los árboles de camelias crecían frondosos, era su lugar favorito de toda la propiedad que poseían. Abrió su diario y, con pluma y tintero listos, comenzó a relatar lo que era su vida, sus sueños y futuros viajes, eso sí, tendría muchos viajes, quería conocer el mundo. Solía pasar horas entre su imaginación, yendo de un sitio a otro solamente con ayuda de su mente, eso hasta que un grito juvenil se hizo escuchar; no pudo evitar que la tinta manchara casi toda la hoja que había escrito y eso le ocasionó enojo momentáneo, pero otro alarido la hizo ponerse en pie, subir la falda de su vestido hasta las rodillas y dirigirse a la persona que comenzaba a pedir ayuda. —¡Alguien que me ayude, por favor! —gritaron nuevamente. —¡Dios santo! —gritó la joven, acercándose a un pozo cercano. —¡Señorita! ¡Ayuda por favor! —era un niño, logró identificar el timbre de su voz. Claudine no podía ver nada, pero escuchaba el chapotear del agua y era seguro que se había lastimado al caer de esa altura. —No te muevas, veré como sacarte. La joven buscó con la mirada algo con que ayudarse, encontrado efectiva la manguera de rociar agua a las plantas con la que los sirvientes sacaban el agua; la apartó de aquella palanca y antes de aventarla, avisó al niño para que no fuera a golpearlo por accidente. —¡La tengo! —gritó el pequeño. En cuanto ella sintió el jalón, comenzó a tirar; pero resultaba ser más trabajo del que pensó en un inicio. Quizá el niño no fuera muy pesado, pero para sus delegados brazos, la sobrepasaba. La joven estaba haciéndose de toda su fuerza para intentar sacarlo, sin embargo, la manguera se le resbalaba de las manos continuamente y provocaba el grito asustado del niño que no veía la esperanza de salir. —¡Lo siento! ¡No te sueltes! Voy a intentarlo de nuevo —gritaba tan asustada como él. En uno de los intentos, la joven perdió toda fuerza y se vio jalada por el peso del niño, provocando que casi cayera por el pozo también; para su buena o mala suerte, unas manos fuertes la tomaron por la cintura, deteniendo su inminente caída. Claudine volvió el rostro con espanto al sentir el toque. Era un hombre y uno bastante apuesto; pero su cara de diversión le hacía querer darle un golpe. —¿Qué hace? —le gritó la joven—. ¡Suélteme de una vez! —Como diga —el muchacho levantó sus manos, provocando que el peso la volviera a tirar hacia la rocosa estructura del pozo. —¡Dios mío, me caigo! —se quejó la muchacha. —¿Se puede saber qué hace? —el muchacho se sentó en el borde del pozo. —¡Ayúdeme a sacar a este niño…! ¡En vez de sentarse a ser un inútil, venga a ayudar! —le insultó. El hombre dejó salir un suspiro cansado y le quitó la manguera de las manos, sacando al niño con facilidad, sin mucho esfuerzo. —Jerome, deberías ser más cuidadoso, tu madre te está buscando. —le sobó la cabeza con cariño —. Pudiste haber muerto. —¡Vincent, que bueno que estás acá! —lo abrazó— ¡Fue un accidente! ¡Me caí! —Ya lo noté —le dio una palmada en la espalda—. Demos gracias a Dios y que esta mujer te haya escuchado. — el muchacho regresó la vista hacia Claudine, quien limpiaba su sudor con la mano que tenía manchadas de tinta, causando una graciosa marca en su frente y mejilla. —Muchas gracias, señorita. —Bien, ve con tu madre y dile lo que ha pasado —le aconsejó el hombre—. No te desvíes, que te cure esas heridas. Dejó que el niño corriera lejos de ellos, estaba mojado y asustado, pero a salvo. Lo que le recordaba… —¡Oye! —sonrío el hombre al ver que ella se marchaba.
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