Claudine oyó el llamado de aquel muchacho y lo ignoró, deseando correr a su casa y olvidarse de ese terrible altercado. Le informaría a su progenitor que debían poner protectores en los pozos y, posiblemente, en toda la propiedad, dado que cualquiera podía acceder.
—¡Eh, muchacha, espera, por favor! —le dio alcance.
—No soy ninguna muchacha, me llamo Claudine—corrigió enojada mientras seguía caminando.
—Vaya que eres amargada, no entiendo, ¿por qué estás molesta conmigo? —el hombre ignoró el tono grosero de ella—. Como sea, venía a darte las gracias.
—¿De qué? —lo miró de soslayo—Lo has sacado tú, no yo.
—Sí, pero llegaste antes que yo, estaba el niño tranquilo porque tenía compañía.
—En ese caso, de nada —siguió su camino.
—Me pregunto por qué estás tan enojada, siendo tan linda.
—Nada que le interese…
—Claro que me interesa, si hasta parece que el que la hace enojar soy yo.
—En realidad, es contra mí misma. Mi debilidad ha hecho que un hombre tomara mi lugar, ¡Soy patética! —rebeló. El hombre entonces se puso serio y la miró.
—No porque no lo sacó del pozo, significa que no lo salvó —ella lo miró sorprendida—. Lo ha salvado al pedirme que lo sacara de ahí.
—Quería hacerlo por mí misma, soy débil y eso me enoja. —lo enfrentó.
—En ese caso. ¿Dice que pedir ayuda está mal?
—Sí —lo miró molesta—. Dígame, si usted lo hubiera encontrado primero. ¿Usted hubiera pedido ayuda?
—Quizá con eso no. Pero se equivoca —dijo tranquilo—. El que crea que puede hacerlo todo es un tonto; te estás complicando la vida. Se necesita la ayuda de muchos para formar algo, lo importante es saber qué delegar a los demás. Usted lo hizo justo ahora, no podía sacar al niño y me ha pedido ayuda.
—Usted pasaba por aquí, seguramente lo habría escuchado, aun sin mi ayuda —refutó la joven, siguiendo su camino.
—¿Y qué me dice de los sentimientos del niño? —la alcanzó de nuevo —. Tal vez lo hubiese salvado, tiene razón, pero aquel niño sintió un gran alivio al estar acompañado.
—Usted no está entendiendo de lo que hablo —le dijo enfadada de su charla—Usted siempre tendrá la capacidad de salvar a un niño en un pozo, mientras que yo, siempre tendré que hacerme a un lado para dejar a un hombre trabajar. Eso me enferma.
—Sí, lo vemos desde otra perspectiva —siguió el muchacho—Usted se clasificaría como mi jefa, la persona que ordena que saque al niño y no tuvo que emplear la fuerza.
Ella guardó silencio entonces. El muchacho dejó salir una risa acompasada, quitando la tensión entre ellos, se había metido en una pelea verbal con una mujer que acababa de conocer. Ella, al ver la burla del hombre, hizo un mohín hacia él y se dispuso a marcharse. Vincent no pudo resistirse a colocar una mano sobre su cintura y jalarla hacia sí, cuando la joven iba a pasar de él, presionándola contra su pecho.
—¿Sabes que las mujeres caprichosas no son atractivas?
—¿Cómo se atreve a sujetarme? —le golpeó el hombro, tratando de zafarse— ¡Suélteme! ¡No busco ser atractiva para nadie!
Ella hizo un brusco movimiento librándose de él y salió corriendo. Vincent la miró durante todo ese proceso, francamente lo había impresionado, no todas las mujeres tendían a reprocharse su debilidad o el ser inferiores a un hombre, normalmente lo daban por sentado y hasta lo aceptaban con agrado.
Era interesante. Quería volver a ver a esa jovencita, fuese quien fuese. Ella llegó a su habitación y se recostó sobre la puerta cerrada, tocando su corazón; una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios al recordar: aquel hombre de ojos juguetones y manos fuertes le llevo la contraria, eso era raro, pero fabuloso. Nunca lo había experimentado y era momento de plasmarlo. En ese momento la puerta se abrió, dándole un buen golpe.
—¿Qué haces? —se quejó Laurent—. ¿Por qué tienes la cara pintada de tinta?
—¿Pintada? —la joven se puso en pie y fue a su tocador. Dándose cuenta de que, efectivamente, su cara estaba llena de color.
—Mamá dice que te espera en una hora —le informó—. Espero que te limpies el rostro.
—¡Sal de aquí! —gritó enojada, cerrándole la puerta.
Claudine se tapó su rostro y gritó ahogadamente, se dio cuenta de que había entablado toda una conversación con aquel joven luciendo esa patética apariencia. Ya entendía por qué el hombre se reía de ella. Sus mejillas se colorearon y una sensación poco conocida se instaló en su estómago: la vergüenza.
FIN DEL FLASHBACK…
Con una sonrisa, cerró su diario. Vincent siempre la ponía a prueba, le había sido difícil ser pesimista a su lado, él siempre encontraba la forma en la que ella podía ganar. El viaje hacia Estados Unidos apenas empezaba; pero, para ella, pareciese que había transcurrido toda una eternidad entre esas páginas.
Era lamentable en ese momento, recordando su adolescencia. Desde la última vez que vio a Vincent, quien desapareció sin despedirse. Ella se levantó y salió del camarote para encontrar a su nueva compañera para seguir con su velada. No quería quedar amargada por todo el viaje, necesitaba irse despegando lentamente de aquel recuerdo.
Sin tener ningún tipo de responsabilidad que realizar más que salir y compartir con los demás pasajeros. No era sociable, eso, no iba con ella, le encantaba la serenidad. Saco su diario nuevamente aprovechando que su compañera viuda había ido a hacer vida social, era lo mejor porque no dejaba de hablar de cosas sin interés para ella, por ejemplo, de los hombres.
—Recuerdo esto. —dijo mirando la página, perdiéndose nuevamente en sus recuerdos.
Se imaginó ese momento, el cual leía, sonrió y se transportó a ese recuerdo.
Suspiró al levantarse del césped que rodeaba el jardín de camelias, donde día tras día se sentaba con la esperanza de volver a toparse con aquel joven que, para ese momento, parecía haber sido parte de su imaginación. No sabía nada de él, hasta llego a imaginarse que fue producto de su ilusión. Ni siquiera le pregunto por su nombre y nadie en los alrededores lo conocía, el único que parecía tener idea de él, era ese pequeño niño al que fue rescatado, qué, en dado caso, no tenía ni la menor idea de cómo encontrarlo y mucho menos podía explicar por qué estuvo ese día en la propiedad de los Leroy.
Después de unos días se encontró con el niño y según lo que decía el pequeño, solamente lo conocía porque de repente se lo encontraba en las calles, el hombre llamado Vincent le había dado dinero en una ocasión para que se comprara un bonito cometa rojo, el cual, el niño enseñaba como si fuera un bloque de oro. Ella se avergonzaba un poco de sí misma, era vergonzoso que después de tanto tiempo, siguiera yendo al jardín con esperanzas de volverse a encontrar con él.
Incluso, quizá solo se hubiese extraviado en aquella ocasión y entró en la propiedad por error, no sabía por qué se sentía tan decaída de pensar que no lo vería de nuevo. Pero su hermana Laurent no le había dado tiempo a que su tristeza encontrara el sentido de ser, prácticamente la había llevado a fuerza para que le ayudara a escoger un nuevo vestido. No experimentaba ninguna atención específica, no obstante, la joven de edad joven podía ser sumamente persuasiva en el momento en que anhelaba.
—Me alegra que vengas a elegirme el vestido, ¡Detesto venir de compras!
—Laurent, no vengo a escoger vestido por ti, solamente te acompaño y que conste que es en contra de mi voluntad.
—No —suplicó la niña—. Por favor, yo no quiero estar entre miles de telas. ¡Todo el mundo dice que no hay persona con mejor gusto que tú! ¿Por qué no hacerle el favor a tu hermanita?
—Laurent, tienes que empezar a hacerlo por ti misma. ¿Qué se supone que harás cuando te vayas a Derby?
—Allá no tengo cómo librarme, aquí te tengo a ti para hacer de las mías, ya que tú eres más rebelde que yo.
—No sé cómo te aguanta la abuela, yo soy una blanca palomita. —negó la mayor.
—Lo que yo no entiendo es por qué no te vienes a Inglaterra con nosotros, allá tendrías más libertad, la abuela ya casi no mira, te podrás escapar con facilidad.
—¡Grosera! Me gusta ir de vacaciones —aseguró la joven—. Pero prefiero mil veces París.
—A mí me gustan ambos lados —se inclinó de hombros—Pero allá están mis primos.
—Seguro que han de ser un desastre, no puedo estar con muchas personas juntas, me encanta la soledad y poder concentrarme en un buen libro o inventando modas por diversión. —sonrió Claudine— Pero anda, bájate de una vez. Ya hemos llegado.