La tienda de telas era sin dudas una bella proporción de lo que eran las tiendas en los países de la moda: como París. Los rollos de tela se veían por todos lados, parados en diferentes islas sobre el piso. Los hilos estaban cerca por si deseaban comparar los tonos, un alargado mostrador de cristal almacenaba joyas y perfumes de todos los tamaños y colores.
—¿Dime Claudine? ¿Qué color debo usar? La joven mujer volvió la vista hacia la muchacha de la que era su sirvienta personal. Anita tenía elevados dos tonos de rosa pastel. Ambos igual de anticuados que instintivamente sacaron un mohín a la pelinegra. No era que fueran feos, pero tal parecía que todas las mujeres solteras tenían que usar siempre la misma gama de tonalidades dulces que no demostraban el verdadero carácter de una mujer.
