SU PRIMER AMOR

1669 Words
Era cierto, Estados Unidos era una gran oportunidad. A pesar de que se liberó desde su adolescencia, aseguraba que aún conservaban la esperanza de vivir en los países europeos. Aún seguían las reglas de ropa y estilo que se establecían en la vida occidental. Tenía la capacidad de lograr un triunfo en gran medida en aquel lugar y retornar victoriosa en sus tierras. ¿Qué debía hacer? La señora Petit llevaba una permanente sonrisa con ella mientras tomaba a su hija mayor del círculo social donde charlaba y la alejaba lentamente para poder charlar con ella sin que las chismosas damas francesas intentaran oírlas. La mujer es ambiciosa y quería que su hija brillara sobre las demás. —Madre, ¿Qué ha pasado? Te he mirado, hablar con esa mujer.—preguntó en cuanto estuvieron lo suficientemente alejadas de la fiesta. —Le he metido locas idea a esa joven Leroy, no nos conviene que una hija soltera de los Leroy este en nuestro entorno, ellos tienen más poder que nuestra familia, pero tengo que esperar a ver si pica el anzuelo —dijo la mujer. —Madre, tiene que irse, no quiero que esté aquí. Ella puede arruinar todo lo que tengo planificado hacer.—la joven pisó fuertemente contra el suelo—. Él ha preguntado por ella, sé que era por ella, según la descripción que dio. Porque nadie más es tan locamente para vestirse. Es mi oportunidad de cazar buen marido, él se está lanzando como candidato presidencial y la que puede ocupar el puesto a su lado, tengo que ser yo. —Lo sé, mi amor, lo sé, él te elegirá a ti, de eso, estoy más que segura, eres más joven y bella, que ella, lo que no entiendo es en donde la conoció, esa joven no suele ir a las reuniones sociales —asintió la madre ante la inmadurez de su hija —. Lo hará, es una mujer que quiere salir del poder de sus prestigiosos padres, que no puede estarse quieta y ser obediente. Eso la llevará al fracaso. —¿Y si no lo hace, si no acepta, madre? —dijo ansiosa—. ¿Y si se queda y él la encuentra? Parece desesperado por encontrarse con ella. —Tranquila, Amélie —sonrió complacida, la madre—, lo hará. Estoy segura de que lo hará. Además, ese hombre ni sabe cómo se llama, fue casualidad su encuentro. Claudine, inocente de todo, llevaba un rato dándole vueltas al mismo tema durante toda la reunión, era difícil pensar en otra cosa cuando constantemente se encontraba a la señora Petit, quien le sonreía con cordialidad, pero solo la hacía sentirse más presionada. ¿Qué debía hacer? Era posible que esa mujer tuviera razón, si tomaba la decisión de irse, podría triunfar, podría hacer las cosas en grande y nadie la cuestionaría. Tomó aire y asintió, acercándose a la mujer quien, a cada paso que daba hacía ella, sonreía más. —Lo haré —dijo decidida la joven. La mujer sonrió complacida y se sintió alegre de que aquella muchacha estuviera actuando conforme al plan que había hecho. Era preciso que se alejara de ahí cuanto antes. —¿Estás segura? —Si lo estoy, lo único que no sé si me dará todo lo que necesito en ese país. —Te lo daré, solamente era que te decidieras, sabes que soy muy influyente y adinerada, además quiero que llegues alto con tu talento de costurera. —Diseñadora, señora, eso soy una diseñadora de ropa, lo quiero es mi propia marca. —Lo que sea, lo importante que vas a cumplir tu sueño, y entre más pronto te vayas, mejor. —Bueno, mis padres preguntarán a donde voy… —Eres una mujer adulta, muy mayor para mi gusto, no es que eres una adolescente para que te controlen, mejor empieza a volar con tus propias alas. —la joven le daba la razón, le falta poco para llegar a los treinta años, además el tiempo pasa veloz. Anzuelo mordido. Claudine siendo la heredera de los Leroy, se empeñaba a ser una chica del montón, valerse por sí misma, ella entró a su habitación después de la fiesta de los Petit, en la que había decidido su destino. Se sentía envalentonada y nerviosa por lo que vendría, pero la sensación le encantaba, era un sueño que venía teniendo desde mucho tiempo atrás. Ella siempre había sido algo ingenua en cuanto al amor, nunca había besado a ningún chico, ya que se mantenía al margen de todo eso; el encuentro con aquel hombre que se había tropezado y la hizo caer al suelo la había hecho sentir como si ya lo conocía de antes… extrañamente sentía felicidad. De algún modo había logrado traer de vuelta su pasado, uno que creía muerto, pero de alguna forma, jamás olvidado. ¿Quién podría olvidar el primer amor de su vida? Uno que solamente mirándolo supo que era para ella. Pero no le agradaba recordarlo. Los hombres eran para ella un obstáculo más que un afán. No, no los odiaba, de hecho, en más de una ocasión se había sentido atraída por alguno; sin embargo, terminaban siendo más de lo mismo: fanáticos, consideraban a la mujer un ser inferior y solían engañar con tal de obtener lo que buscaban. Nadia había superado ese primer amor de adolescencia. —Son todos unos falsos, no soy de las mujeres que me haga de la vista gorda cuando mi hombre esté con otra, no señor, no soy de esas, me hierve la sangre con tan solamente especularlo. El conocer a otros hombres le recordaban lo tonta que había sido en el pasado, lo mucho que se odiaba cada vez que su memoria la torturaba con aquel pedazo de su vida. Una sonrisa tonta se dibujó en sus labios al recordar su nombre, su rostro… ella levantó un poco su falda pegada al cuerpo y fue a su librero y estiró la mano hasta alcanzar una de las repisas altas del mueble, tocando el borde de un pequeño y escondido libro, el cual cayó a sus pies; lo levantó casi con anhelo y contorneó los bordes con cariño. Es su viejo y vergonzoso diario que escribió cuando tenía diecisiete años. Era una niña ingenua y enamoradiza. Con un suspiro abrió la primera hoja con su típico señalamiento: Respeto hacia los pensamientos de ella. «Si no eres yo, haz favor de no volver a tocar mi diario». La joven sonrió ante aquella advertencia que ponía en cada libreta nueva que adquiría. Siempre había sido dada a anotar sus atolondrados y variados pensamientos, era mejor un pequeño diario a una mente sobrecargada. Fue a sentarse a su cama y, con las piernas cruzadas, comenzó a hojear su diario. Se sintió sobrecogida rápidamente al ser consciente del olor, ha guardado que la hacía estornudar con frecuencia, las hojas se habían endurecido con el tiempo y el color del papiro se tornó amarillento. —Soy muy alérgica a lo viejo, no comprendo por qué lo sigo conservando. Sus ojos se paseaban entre las fechas, buscando una en específico. En aquel tiempo, ella en verdad pensó que el amor era posible, que existía y estuvo a punto de dejar todo por ello. Se detuvo de pronto, encontrando la fecha que le llamaba la atención. Sonrió con melancolía y comenzó a leer, por primera vez, sus recuerdos: Varios años atrás: Fecha antigua y deseosa de olvidar. «Esta mañana he despertado en la tortuosa situación de verme envuelta en mis diecisiete años, mi cumpleaños que está a la vuelta de la esquina. Es verdad que a todo el mundo le gustan sus cumpleaños. Yo ciertamente no soy una excepción. Pero, querido diario, estoy entristecida por los acontecimientos que me esperan. El tener diecisiete años no me hace mayor, pero tengo la edad propicia para ser una mujer de elección para casarme según lo establecen la sociedad a la que pertenezco. No me gusta la idea. De hecho, la detesto. Tan solo el año anterior había conocido la sensación de libertad y ahora me la quieren arrebatar cruelmente. ¿Qué debo hacer para hacer feliz a mi familia y a mí, al mismo tiempo?» Claudine no pudo evitar interrumpirse y soltar una pequeña risa mientras negaba con la cabeza. Si su yo de ese entonces supiera que años después seguía siendo una mujer libre y fresca, no se hubiese tomado la molestia de sentirse abrumada o entristecida. Aun así, paseo sus ojos por todos aquellos pensamientos melodramáticos, hojeando toda la libreta hasta llegar a la última hoja, encontrándose con ese nombre que recordaba tan bien. «Conocí a un joven llamado Vincent. Ciertamente, lo odié en cuanto le vi. Tan obstinado, tan correcto, siempre hablando de las mejoras del mundo. ¿Podía ser alguien más tremendamente aburrido? Estoy acostumbrada a que Robín hable de política todo el tiempo y no soportaré que un tonto chico venga a decirme cómo se dirige el mundo. ¡Yo soy la que siempre escucho a mi padre! ¡Siempre lo mismo! ¡Economía y grandezas! Se podría decir que soy una experta, pero no, ese tal Vincent afirma que no sé nada. Le demostraré que una mujer también puede saber de ello. ¡De todo lo que conlleva la política!» En ese entonces él había sido el nombre que ocupó la mayoría de sus pensamientos, pese a que parecía decir que lo detestaba, no era un chico adinerado, era luchador, a través de becas, estudiaba en la misma universidad que su hermano. La verdad estaba demasiada asustada de sentirse cautivada por él. Ese chico de hace años atrás había sido su primer y único amor platónico. Siempre había sido tan tierno, paciente y dulce con ella; también había sido el primero en que confiaba, quien la motivó a ser la mujer que era en ese momento. Suspiró y dejó la libreta de lado. Cuando escribió esas páginas fueron momentos de plena y pura felicidad.
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