LA TRAMPA PERFECTA

1510 Words
La joven suspiró y dejó su sobrero al cuidado del mayordomo, el leal Martín, quien siempre la había dejado salir en la noche o la escondía cuando llegaba tarde. Era un hombre en el cual confiaba plenamente la joven. —Señorita, Claudine, la señorita Laurent, la está esperando en su recámara para ir a la reunión de esta noche. —¿Ha llegado mi hermana? Muchas gracias, Martín—ni tiempo le dio de darse la vuelta, cuando los gritos de sus sobrinos, quienes de inmediato se le subieron encima y terminaron tirándola al suelo sin ningún remedio. —¡Tía Clau que nos trajiste de tu viaje! —le gritaban—. ¡Te extrañamos! —Niños, ¿Qué les dije de tirárseles a las personas? —salió su hermana con brazos cruzados—. Y están en Francia, aquí se usa el francés, no por nada lo han aprendido. —C'est ok maman on va obéir (está bien mamá, obedeceremos). —Tal parecía que era algo que Laurent no quería que sus hijos olvidaran, tenían raíces francesas y ella era estricta en el tema porque residían en otro país. —Excelente (Excelente) —suspiró ella, satisfecha—. Me han dicho que la abuela esconde las galletas en la gaveta de la cocina, ¿Por qué no van a ver? —los niños sonrieron y salieron corriendo en la dirección señalada por su madre, seguramente harían un disturbio por conseguir esas galletas. —Madre me ha dicho que te obligue a ir a la reunión de los Petit — sonrió—Me sorprende que estés tan tranquila. —“No puedo vivir con ella en guerra todo el tiempo” — expresó mientras se aproximaban a las escaleras. La debo complacer en algo, ya que parece que no me casaré jamás. —No digas tonterías, Claudine. Si no quieres compromiso, mi madre debe entenderte. —Lo digo en serio, Laurent. Creo que no es lo mío, la verdad que no le veo sentido que un hombre lo gobierne. Mi madre está obsesionada en casar a todas sus hijas, ya una hasta nietos le dio y la otra es una aventurera. —Lo dices porque te sientes mayor, pero te aseguro que hay hombres que matarían por estar a tu lado. —¡Ja! Pagaría por escuchar eso, ellos sienten que soy una amenaza, ya que una mujer independiente es difícil gobernar. —su hermana sonrió con tristeza y cambió el tema. —Será divertido ver cómo todas esas trepadoras se lanzan sobre nuestro querido Robín. El pobre es otro que sufre huyendo de ese tipo de mujeres. —¡Es verdad! —sonrió Claudine, ella ama a su hermano—. ¡Ni siquiera le había puesto atención en las anteriores fiestas! Había estado ocupada con mis cosas. —No le veo la gracia, que mis hermanas hablen a mis espaldas —dijo el aludido, bajando las escaleras en ese momento. —¡Oh, vamos! —dijo la pelirroja—. Ahora eres una persona importante y de renombre Robín. Sabes que las mejores chicas están detrás de ti, no sé por qué no te decides por una de ella y dejan de sufrir. —Siempre lo he sido, por eso no puede ser mi esposa cualquier persona. —dijo vanidoso, cosa poco común en él. Solía hacerlo solo para defenderse de sus locas hermanas. Para Claudine, su imagen personal lo era todo, no le importaba de cómo se viera vestida, su estilo, sus diseños y sus futuras clientas, era su mundo. La estrategia en la que impulsara tendencias se fundamentaba en su perspectiva global, y se debe tener un impacto positivo constante para que puedan vestirse de manera espectacular. El estilo de Claudine era… diferente, quizá demasiado extravagante para los conservadores franceses que solían mirarla con curiosidad y, era obvio que le criticaban, pero eso a ella le encantaba, era mejor que hablaran que a pasar desapercibida. Ambas hermanas se fueron arreglar, la fiesta está por comenzar, y las Leroy no podían faltar a tal evento, ellas eran una de las familias que más poder tenían en la capital, el padre era muy reconocido en la política y su hijo iba por el mismo rumbo, además su pequeña hija estaba casada con un importante político extranjero. —Claudine, ¿Estás lista? —abrió la puerta Robín. —Sí —la joven se dio una mirada en el espejo—. Lista. —Creo que mi madre te matará antes de que salgas por la puerta —se burló su hermano, recargado en el marco de la puerta. —Es lo más probable, pero es mi estilo, ella tiene que respetar eso. —Ya comenzaba a extrañar que te metieras en problemas —le extendió el brazo para escoltarla. —Muy gracioso. Ser diferente es bueno, llamas más la atención de las personas, y te juro hermanito que eso me conviene. Después de un camino tortuoso en donde su madre la regañó a cada instante, llegaron a casa de la señora Petit. Como predijeron las hermanas, desde que Robín había pisado las primeras baldosas de la casa, comenzó a ser asediado tanto por las madres, como las hijas estaban al asecho del pobre joven, lo cual causaba diversión a la familia entera. Sin embargo, nadie logró llamar la atención más que Claudine, no había alguien que no la esperara para poder burlarse sobre su forma de vestir. La joven, nada amedrentada por la situación, pasó garbosa entre la sociedad que la admiraba. Sus diseños eran de colores que en otros países eran la sensación. Sin embargo, durante su periodo social, las señoras de alto rango eran las que otorgaban o rechazaba el atuendo de la juventud. —¡Señorita, Leroy! —la llamaron—. Siempre es bueno verla y saber qué será tendencia en la próxima reunión. —los azulados ojos de Claudine volaron hasta una mujer de unos treinta años, una de las pocas que siempre la habían apoyado y era de las clientes frecuentes que tenía en su lista. —Es usted muy amable señora Petit, pero debo admitir que usted luce mucho mejor que yo en esta noche. —Eres una aduladora —sonrió la mujer, ocultando su satisfacción ante las palabras de la joven—. Pero no era de eso de lo que quería hablar. En realidad, vengo a proponerte algo, aunque es una locura, temo que me tomes por loca. —Si viene a hablar de locuras, señora, está con la persona adecuada. —¡Cielo Santo! —sonrió—. Tienes razón. La cosa es, que tengo la idea que a ti te iría de maravilla en América. —Yo ya he visitado Estados Unidos, señora Petit. Es bonito, pero preferiría seguir aquí. —No quiero que lo visites, querida —dijo con autoridad— Quiero que lo hagas tuyo, que te empapes en la moda y seas una increíble modista que vueles alto. —No entiendo. —eso sonó muy extraño, no sabía que esa mujer quisiera su bienestar hasta ese punto. —Cariño, no suelo ser un alma caritativa, no me gusta ayudar sin sacar nada a cambio —dijo con sinceridad—Sin embargo, me has conquistado. Veo talento en ti, pero en Europa no lo lograrás, es cansado ser rechazado constantemente, aquí somos de ideas pasadas. Estados Unidos, en cambio, sigue evolucionando y marcha de una forma muy disímil. —¿Pide que me marche? ¿Qué deje todo y me vaya del todo? —No. Solamente te estoy brindo mi ayuda. —la plática le estaba interesando, porque lo que ella quería era triunfar. Se imaginó tantos escenarios de cómo sería su vida como diseñadora en los Estados Unidos. —¿Cómo podría ser posible eso? —la mujer miro el interés en la joven, una media sonrisa se le formó en su rostro —Tengo parientes allá. Puedo arreglar que te hospeden y creo que puedes llegar muy lejos en esas tierras. Te brindaré de mi protección por si tus padres se oponen. —Me parece algo ilógico que me marche tan lejos, con una familia que no conozco y empezar algo sin ayuda de nadie. Claro, mis padres se opondrán. —Bien, eres una adulta, podríamos decir que tu edad sobrepasa de la mayoría de las que están aquí —dijo con desdén— No pensé que fueras tan cobarde. Si dices que has ido a Estados Unidos, sabrás las oportunidades que tienes allá. Mientras que aquí son nulas. Te ofrezco protección, es lo mejor que obtendrás de nadie, pero es tu decisión en todo caso. Con tu permiso. Claudine se quedó sin habla, sabe que mientras esté soltera sus padres la seguirán vigilando, interponiéndose en sus sueños. ¿Acaso estaría desperdiciando la oportunidad de su vida? Todo sonaba tan descabellado, tan infinitamente imposible que, por primera vez, sintió miedo. No sería un viaje de placer, como suele suceder, sino uno de trabajo duro, en el que tendría que salir adelante como pudiera.
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