CONVIRTIENDOSE EN UNA SOLTERONA PARA LOS DEMÁS

1568 Words
Después del suceso en la fiesta de la señora Durand, algo que no fue percibido por la familia Leroy, quienes huyen de los escándalos. Su madre se había empecinado en llevarla a cada reunión, fiesta o salida entre amigas que se le presentara la oportunidad de poder presentar a su hija que ya es mayor. La idea era presentarle a todo aquel candidato añejado que no le importara adquirir una esposa de edad avanzada. Su madre exageraba, como ella se casó a temprana edad, al igual que su hermanita, se imagina que pasando los veinte años, es más difícil encontrar buen pretendiente. Además, ella pensaba que su hija, con las libertades que ha tenido hasta, supuso que ya no era virgen. Claudine intentaba tomar de la mejor manera todos esos jaleos mientras seguía haciendo próspero su pequeño negocio. Nunca había reflexionado en asentarse en un sitio, pero estaba considerando que debía hacerlo si quería que sus diseños crecieran y ella llegase a ser alguien por sus propios medios. Deambular por el mundo había sido bueno, debía que sacar provecho de ello, era momento de plasmar su experiencia en sus diseños. —¿Claudine? —la llamaron justo cuando salía de la tienda. —Madre, querida —formuló una sonrisa— ¿Qué haces por aquí? —Vine por los bocadillos preferidos de tu padre —su madre parecía nerviosa, miraba alrededor como si algo las fuera a atacar en cualquier momento—. ¿Tú qué haces aquí sola? Estoy aburrida de decirte que no es bueno que una Leroy camine sola por estas calle. —Oh, nada en particular, paseando solamente —mintió, era necesario si quería seguir con vida—, ya sabes, caminar, ver tiendas… cosas normales. Eso de salir sola no me molesta, como tú dices a una vieja como yo, ya nadie se fijaría en mí. —Claro, siempre tienes una excusa para librarte de mí —entrecerró los ojos—. En ese caso, nos iremos juntas a casa, no es bueno que una señorita de tu clase camines sola por la calle. —En realidad, aún tengo cosas que hacer, madre —se excusó. —Está bien, te acompaño, no es bueno que andes sola por las calles, traje el chofer y una empleada, debes aprender a conducirte en esta vida. —sonrió la madre, entregando la bolsita con bocadillos a su empleada que la acompaña. —¡Madre…! —se quejó la joven. —Querida, no es bien visto que una señorita como tú camine sola por las calles, como si fueras un alma errante. Pero aún, te pueden confundir como una de las que vende su cuerpo, esos trapos que traen son muy reveladores. —Claudine ve su jean rasgado y un top que le deja ver su esbelta figura. —Por favor madre, soy una solterona, ningún hombre se fijaría en mí a estas alturas, menos aún si es una extraña, sabes que casi nadie sabe que soy tu hija. Soy como tu hija prodiga, que saben que existo, pero que no convive con ustedes. —¡Claudine, por favor! Te presentaré en cada fiesta que haya para que sepan que tú eres mi hija mayor —se quejó la madre—, sabes que algunos hombres mayores que tú, estarán interesados. Heredaste mi belleza, de eso no hay duda, jamás permitiré que mal logres tu vida. —No me casaré con c*******s, madre, dudo siquiera que me case con alguien. Soy feliz siendo solterona, ¿Es tan difícil aceptarlo? No quiero andar recogiendo las partes de alguien que solamente esté esperando viajar al otro lado. —Hija. ¿Qué harás el día que yo muera y tu padre también?, estarás sola en el mundo —siguió a su hija por las calles pavimentadas— No dejaré que una hija mía sea desdichada toda su vida. —Madre, es en serio, me ofendes. —se volvió hacia ella—. Detente con el desfile de hombres ancianos para mí, ¡Estoy perfectamente bien siendo quien soy! Un día verás a tu hija siendo elogiada por sus esfuerzos. Claudine había girado tan rápidamente que simplemente no notó que alguien venía caminando en dirección opuesta y, sin poderlo evitar, habían chocado, mandándola hacia el suelo enladrillado al tener una constitución más delicada que la del caballero con el que había tropezado. —¿Se encuentra bien, señorita? —preguntó una voz entre divertida y apenada por haberla hecho caer. Claudine sonrió, el hombre estaba siendo sincero. —¡Maldición! Se terminó de romper mi pantalón. Su madre le había advertido sobre su vestuario, no era de una mujer decente. Estaba a punto de replicar, pero la imponente figura frente a ella le selló los labios. El hombre le tendía una mano, tenía una sonrisa preciosa de dientes blancos y perfectos, sus ojos son azules, como dos relámpagos al cortar los cielos, su cabello estaba algo despeinado y era de un color rubio oscuro, brillaba con el sol. Por primera vez un hombre la dejaba en ese estado. —Sí —le tomó la mano y se puso en pie—. Gracias. —Un placer —asintió el hombre, quedando pasmado por unos segundos al ver a la hermosa mujer. —¡Hey! —gritó un hombre al otro lado de la calle— ¡No tengo todo el día! ¡Venga, vamos! —Un placer haberlas conocido. —apretó un poco la mano que Claudine había dejado en la del caballero y se marchó hacia el hombre que agitaba la mano con entusiasmo. Los ojos verdes intensos de ella siguieron al caballero que cruzaba la calle y seguía su camino junto al otro hombre que gritaba. No parecía un jovenzuelo, quizá tendría unos treinta años, pero su sonrisa y sus ojos eran tan vivaces como las de un niño. —¿Claudine, estás bien, hija? Eso te pasa por no fijarte, siempre caminas entre las nubes.—Marie sonrió triunfal al notar que un hombre había llamado la atención de su revoltosa hija mayor. —¿Qué? —dijo distraída—. Ah, sí. Tengo que ir a… ¿A dónde íbamos?—su madre la mira extrañada. —Creo que, a casa, mi amor —dijo complacida. —Claro —asintió aletargada—, a casa, claro. Marie comenzó a guiarla de regreso a al auto, estaba segura de que ese encuentro traería algo nuevo a la vida de su hermosa hija mayor. Por fin miraba una chispa de interés en ella. Claudine no podía pensar más diferente, aquel instantáneo flechazo había provocado pánico en la joven mujer. Al ser tan inadvertido, la pelinegra solo deseaba huir de la situación lo antes posible, antes de que no pudiera controlar sus sentimientos. —Habrá una reunión en casa de los Muller —dijo su madre, llenando el silencio que había de regreso a casa. —¿En serio? —preguntó distraída—. Se escucha divertido. —Lo será, me alegra saber que irás con disposición. Por primera vez escucho algo positivo de esa boca tuya. —¿A dónde iré? —volvió los ojos hacia su madre. —¿Podrías dejar de ignorarme y poner atención por un segundo a lo que te digo? —No te ignoro madre, soy una persona creativa, tengo ideas todo el tiempo dentro de mi cabeza. —Eres distraída —sentenció—. Pero no importa, eres bella, muy guapa, lo cual asegura que estés en la mira de uno que otro caballero. —¡Madre, volvemos a lo mismo…! —Mira Claudine, sé que no te gusta hablar de esto, pero la vida se pasa rápido y una mujer debe de tener la capacidad de dar hijos, te recuerdo que el reloj biológico se detiene. —No sabía que era algo que se perdía, no estoy interesada, madre. —¡Por el amor de Dios, Claudine! Irás a esa fiesta, conocerás a la gente que te diga y no me cuestionarás por una vez en tu vida. —¡No puedes obligarme! Soy una mujer adulta. —Sí, puedo, ¡Por Dios que puedo! — la joven se cruzó de brazos en su lugar y miró hacia la ventana, observando atentamente a las mujeres y hombres que caminaban por las calles adoquinadas para no poner atención al discurso que le estaba dando su madre. —¿No crees que yo podría revolucionar la moda, madre? —preguntó de pronto la joven. —¿Escuchaste algo de lo que te dije? —recriminó la mujer. —Sí, sí. Boda, hijos, casada, edad, madura, viejitos… —sonrió y se inclinó de hombros—. Siempre es lo mismo. —Eres insufrible, hija —dijo Marie mientras bajaba del auto —. Tu hermano tomará el poder de todo esto, pero no podrá cuidar de ti por siempre. Debes buscar tu propia protección. Él se enamorará y se casará con una buena mujer que lo haga feliz y tendrá que cuidar de ella. —Es justo lo que estoy haciendo, valerme por mí misma, no depender de nadie. —susurró. Su madre no la escucho porque entro a la mansión en la que viven, los lujos son buenos, sin embargo, no suficientes para Claudine, quien no se conformaba con ser dependiente de sus padres ni de ningún hombre que doblegara su manera de ser.
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