La mayoría de esas mujeres no conocían la procedencia de Claudine, lo único que sabían era por la boca de la señora Petit, quien trataba de desprestigiarla a cualquier costo. Se mordía la lengua cuando las cosas no salían como lo deseaba
—Debe ser usted el prodigio —la señora Wilson miró a Claudine con desdén, no muy convencida— Debo decir que apetezco esos atuendos innovadores que diseña, ¿Qué tiene que hacer una para usarlos?
—Pedirlos, señora —sonrió la joven con encanto— Será cuestión de unas medidas y si gusta, elegir el color y lo tendrá.
—¿Tú eliges el color, querida Anita? —preguntó la mujer sin saber qué hacer.
—No, eso lo hace Claudine, siempre sabe lo que me favorece, por lo que le presto mis medidas y ella confecciona y diseña lo justo para mí —informó la muchacha.
Los dem
