—Pero… Mami —farfulla la pequeña. Y haberle objetado a su madre, solo consiguió que se ganara otra bofetada, mucho más fuerte que la anterior. La carne tierna de las mejillas, le ardía como si le hubiesen puesto brasas ardientes sobre ella. Las lágrimas amenazaban con escapar de sus ojos, más, sin embargo, fue lo suficientemente fuerte para no estallar en llanto y ganarse una paliza de las manos de la sofisticada dama, que la observaba con mirada dura y llena de furia. No entendía por qué razón su madre la trataba con tanta hostilidad y permitía que aquel perverso hombre la estuviera tocando de aquella forma que tanto la inquietaba. Su mano áspera seguía palpando debajo de la falda de su vestido, rozando aquella zona sagrada, que no debería ser ultrajada por ningún degenerado. Al

