Se puso a pensar en lo que hacía su madre, todavía no llegaba de ir por las calles de Los Ángeles, despilfarrando el dinero de su marido, y lo peor es que todo en banalidades, cosas de las que dos segundos de sacar del paquete, ya se aburría. La creía una compradora compulsiva, otro serio problema que sumarle a su progenitora.
Ni siquiera se acordaba de ella, ni un insignificante souvenir le traía de afuera, al regresar. Nada. Riccardo que solo era el esposo de ella, la tomaba más en cuenta. Aunque eso, no la hacía ser recíproca de una forma un tanto cariñosa con el italiano.
Quizás no quería verlo como un padre, y claro que no lo era, pero Ariadna no quería reemplazar siquiera con la palabra, a Zeth Metaxàs, su padre biológico, que murió, desafortunadamente, cuando todavía era una niña.
Su vida no había sido fácil, pero su actitud la hacía ver y ser más complicada.
Luego estaba la hija de su padrastro, Regina Valentini, una cría de trece años que la creía una ladrona de papás. La adolescente mimada y dolida era una verdadero grano en el trasero, pero la bruja de su madre Camelia, no se quedaba atrás.
Se lo acabó todo en dos mordidas, volvió a la cocina por algo de beber. Aprovechando estar a sola, se sirvió una copa de cristal hasta el tope de vino. En sorbos pequeños, para saborear mejor el líquido tinto, regresó a su lugar de partida y retomó lo dejado a medias. La odiosa tarea.
Por mucho que había logrado buenas calificaciones, estudiar no era su fuerte. Pero la presión que ejercía su madre en ella, lo hacía un martirio. Después de media hora, lo que en su mente fue una eternidad, terminó.
Soltó el lápiz y la libreta, respirando libertad. Ya no tenía pendientes por ese día, y mañana ya era sábado. ¡Yupi! Ahora volvió a clavarse en el mismo asunto de la escapada. ¿Cómo iba a lograrlo? Se daría por vencida, si desde que estaban hospedados en el suntuoso edificio no había podido burlar la seguridad, nada lo hacía diferente ahora.
Mierda
Torció el gesto, rendida siquiera sin haberlo intentado. De modo que escuchando la playlist de su iPad, se quedó dormida.
Ya era de noche cuando despertó. Vagó por toda la habitación, soltándose de la somnolencia. Tomó un baño espumoso en la bañera, consiguiendo los treinta minutos más relajantes de su vida. De pronto la imagen de Caden vino a ella, despertando esa urgencia. Salió poniéndose un albornoz, como si nada. Se vistió con una camisa y un shorts corto, le gustaba para dormirse más cómoda. Secó su pelo oscuro con una toalla, dejándolo suelto.
Camino a la cocina tropezó con un hombre, enmudeció al principio, frunciendo el ceño confusa. Tras el impacto con el sujeto que solo mirar a los ojos verde azulados le produjo una arritmia cardiaca.
—¿Q-quién eres? —inquirió varada en una consternación que nada deshacía.
La recorrió con descaro, así es, ese desconocido la había mirado de pies a cabeza, atreviéndose a ladear una sonrisa mientras le tendía la mano. Ariadna, miró el gesto con recelo, estaba extraviada en la situación. No ayudaba mucho respirar de cerca el mismo aire circulando que él, y su perfume exquisito que estaba colisionando todo en su interior, subiéndole un calor entre sus piernas que se dispersó en un manto de sensaciones profundas sobre su vientre. Ese hormigueo, nada más corresponder el saludo y sentir su tacto en el suyo, lo pudo palpar.
—Tiziano Parravicini, ¿cómo te llamas, preciosa? —se había pronunciado en un tono sensual, que la hizo vibrar de deseo.
El dueño de la voz profunda y ronca, de los ojos que la hechizaba, despertó su libido.
—Ariadna…
—Es un placer conocerte, Ariadna —repitió. Babeó mentalmente de solo escuchar su nombre de aquellos labios.
A Tiziano le pareció una adolescente más, de esas que si él se atrevía a proponer y en respuesta disponían, se la llevaba a la cama. Pero se le notaba por encima que no era más que una mojigata.