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631 Words
No encontró la razón por la que sus pensamientos se vieron direccionados a la bonita joven de lindos ojos grises, esos que se clavaron en él con timidez. Lo atrajo, lo envolvió, ahora necesitaba saber más de ella, nada más desistió al saberla en el circulo familiar de ese intimo amigo suyo, Riccardo Valentini. Es que si no fuera su hijastra, ya tuviera planes de conquista con ella, incluso alguna habitación lujosa de hotel reservada. Encima, era probable volver a verla, porque su madre Evangelini, deseaba hacerse una cirugía. La cita con la señora Valentini se consignó para el viernes. Debía mantenerse al margen, romper la necesidad, deshacer el fuego en su cuerpo al evocarla, pero acabar calcinado resultó ser una atracción irrefutable, que de presentarse la disposición de su parte, no pensaría dos veces. … Se paseó por todo el salón principal sin despegar la vista de su móvil, como cada día, tampoco tenía intenciones de hacer mucho ese martes. Se carcajeó con un gracioso vídeo de un gatito, y se aburrió al rato, suspirando con pesadez. Revisando la galería de su teléfono, se encontró varias fotos de Tiziano. El restó de su estadía en Los Ángeles no lo dejó de pensar, devuelta a New York, seguía con su imagen grabada a fuego en la memoria. Nada cambió en el vuelo. No retrocedió, no se alejó del peligro que emanaba él. Lo quería cerca, teniendo que hacer planes de seducción. Ariadna no se resistió a la idea, una locura perfecta, infalible. Era una chica de riesgos, y aquella rebasaba la cordura, iba más allá de su arraigada rebeldía. Estaba segura de que no fallaría en el intento, convencida de lograr meterse en la cama de un hombre mayor, encima el cirujano plástico más importante del país. Volvió a mirar las fotos en el teléfono. Se tiró en el sofá elegante y suntuoso en medio del salón, desganada. Había salido temprano de la secundaria, gracias a la ausencia de un profesor. Por eso Carrie la llamó más tarde invitándola a su casa, a diferencia de ella, ya había terminado sus tareas. Las tardes en casa de los Hill dejaron de ser divertidas cuando el mayor de los hijos se marchó a otra ciudad, de resto nada que la animara, ir a casa de Carrie significaba pasar la noche viendo películas cursis. Ni modo que los padres chapados a la antigua de su amiga iban a tolerar que miraran algo más… Adulto. A pesar de que sabía de antemano la negación, le propuso un día al ángel de Carrie que pusiera una película erótica, nada más pronunciar la palabra, todos los colores se le subieron a la cara. Fue divertido mirar su reacción, por otro lado todo una noche aburrida también. ¡Agh! Le marcaría excusándose de algún modo, todo por no ir a su casa. —¿No deberías estar haciendo tus deberes? —hizo acto de presencia la mujer a la que llamaba madre, pero no actuaba como tal. —Déjame en paz, madre —escupió dejando su lugar, al pasar por su lado, Evangelini le tomó el antebrazo, forzando su detención. —No me hables de esa manera, Ariadna. ¿Qué tanto miras eh? —le echó un vistazo al móvil que sostenía en la mano —. Deja que te descubra en cochinadas, y verás. La soltó de golpe. Rugió pasando de ella y sus palabras ridículas. Se encerró de nuevo en su habitación deseando con ímpetu no tener que verle la cara otra vez a esa mujer. La olvidó de nuevo, sumergiéndose en su nuevo cometido, enredarse en la piel del doctor Parravicini, lo apuntó en lo más profundo de sí, porque dejar de ser virgen no podía suceder de otra forma mejor que entregándose a él.
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