Revisó entre las cosas de su madre, cuando esta aún seguía tirada en la cama. Ni siquiera se inmutaba, nada. Ensanchó la sonrisa al toparse con la tarjeta de contacto de Parravicini. Rápidamente tecleó el número en su móvil y lo agendó como El sexy doctor; entonces, volvió el pedazo de papel a su lugar. Se marchó cerrando la puerta, cautelosa. Casi celebra el hecho de poseer entre sus manos los dígitos de aquel espécimen de hombre. Al marcarle, el deseo se retorció dentro de sí. Sintió las palmas húmedas, y algo más. ¿Cómo podía desestabilizar un hombre su mundo, sin siquiera estar presente? -Doctor Parravicini, ¿con quién hablo? -se mostró un tanto confuso, esa voz grave se deslizó en ella de forma electrizante, una corriente recorriendo su cuerpo al punto de volverla un manojo de

