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Lo tenía todo, absolutamente todo a su favor. Ese poder de desquiciar su universo, de volverla loca con solo una vez fue suficiente. Ya no podía sacárselo de la cabeza. Pero la soberbia que rezumaba por los poros bastó de advertencia. Con hombres así debía de ir con cuidado, sin embargo no la detuvo, no extinguió la decisión de seguir en marcha con el plan. Es usted un hombre tan listo, señor Parravicini. No, claro que no estaba segura de ello, jamás en su vida había tenido acción, pero se atrevió una vez más, dejándose llevar por las ansias y el frenesí. El sexy doctor: ¿Tan desesperada está, señorita… ¿Me podría decir cómo se llama? Ariadna suspiró, no iba a decirle su nombre. No veo relevante decirle mi nombre. La pantalla titiló a los cinco segundos. El sexy doctor: Si

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