Sus palabras me dejaron sin aire. No era solo deseo. No era solo poder. No era solo orgullo herido. Era miedo. —No me vas a perder —le dije, levantando la mano hasta su rostro—. No mientras seas este. El que me mira como si yo fuera el único aire que necesita. Sus ojos se humedecieron apenas. Apenas. Pero lo vi. Lo sentí. Y luego, sin decir nada más, me alzó otra vez. Esta vez me llevó al dormitorio, con pasos seguros, sin romper el contacto visual. Me dejó sobre la cama, con delicadeza, como si mi cuerpo le importara más que el suyo. Se colocó sobre mí, pero no se lanzó. Me miró. Solo me miró. Y yo entendí que ese momento… no era solo sexo. Era pertenencia. Era necesidad. Era él diciéndome, sin palabras, que tenía miedo de que me rompieran. Que alguien más se atreviera a verme c

