El aire entre nosotros estaba cargado de electricidad, de ese juego que podía rompernos, pero que ninguno de los dos quería soltar. Nos movíamos como si estuviéramos en un baile secreto, donde cada toque y cada mirada era una promesa y una amenaza al mismo tiempo. Sentí su respiración caliente cerca de mi oído, su mano bajando un poco más, explorando, dominando, marcando territorio. En eso la puerta no paraba de golpear con una urgencia desubicada, y justo cuando mi respiración apenas se estabilizaba, escuché esas dos voces inconfundibles: Alicia y Bianca. Damián gruñó a mi lado, claramente irritado, y se hizo a un lado, dejándome el paso libre. —Ve… —me dijo entre dientes, mientras se soltaba los primeros botones de la camisa—. Voy a cambiarme. Espero que le digas a tus amigas que esta

