Yo jadeaba. Me aferraba a sus hombros, tratando de mantenerme en pie, tratando de pensar. Pero era imposible. Él me tenía. Me tenía con una sola mano. Con una mirada. Con su lengua húmeda paseando por mis labios sin besarme del todo. —¿Quieres que me detenga? —preguntó mientras sus dedos se movían con más ritmo, tocándome justo donde más me incendiaba. Negué con la cabeza. Apenas podía hablar. —Dímelo —me exigió, acercando sus labios a los míos, casi rozándolos—. Dime que te dé más. Que te castigue. Que te haga olvidar a Valentina, a la oficina, a todo. —Damián… —susurré, y ya no sé si fue súplica o provocación—. Hazlo. —¿Hacer qué, nena? Dímelo con esas palabras que tanto te cuesta usar. Me mordí los labios. Estaba al borde. Mi cuerpo gritaba por él. —Fóllame, Damián —dije al fin,

