Nos reímos. Nos besamos. Nos mordemos de nuevo. Y otra vez, ese juego delicioso de lenguas y saliva compartida.
Estamos perdidos. Y lo peor (o lo mejor) es que no queremos encontrarnos. Sus manos bajan por mi espalda, su boca me arranca suspiros, y yo… yo no quiero nada más que quedarme ahí, atrapada entre su deseo y el mío.
—Tócame Damián, por favor… —mi voz era apenas un susurro. Me lamió los labios y yo los abrí, mordió y chupo mi labio inferior, lo besé salvajemente, como si ningún contacto con el fuera suficiente. Su piel me quemaba por todos lados, su olor me embriagaba, sabía tan bien. Él no perdió el tiempo, desabrochó el botón de mi pantalón, y lo bajó. Metió su mano por debajo de mis bragas, sus dedos resbalaron en mi muy húmeda hendidura.
No puede ser, estoy perdida de deseo…
