El tráfico no ayuda en este momento. Estoy en el asiento del copiloto, con el vestido verde pegado a la piel, las piernas cruzadas para que no se me suba más de la cuenta, y sintiéndome cada vez más nerviosa porque el reloj avanza y no llegamos. Y por si fuera poco, Damián no ha dejado de recibir llamadas. Una tras otra, como si fuera el CEO del universo. —¿Puedes, por favor, cancelar el desayuno? —le dije mientras él le colgaba a alguien que claramente lo estaba presionando. Él giró la cabeza hacia mí y sonrió. —No. Te lo debo. Y yo pago mis deudas. —Sí, pero no quiero que me despidan. —Nadie va a despedirte, Rosalía. —¿Vos sabés lo insufrible que es Andrea? Me va a colgar en la oficina y luego me va a prender fuego con su mirada. —Andrea no es mi jefe. —No la has visto con hambr

