Llegamos a nuestro destino… al parecer. El auto se detiene con elegancia, como si hasta el freno tuviera clase. Charlotte voltea hacia mí con una leve sonrisa y dice: —Acompáñame, nena. Salgo del auto y veo la tienda frente a nosotras. “Nice” es poco. ¡Dios mío! Esas vitrinas no las había visto ni en sueños. Esas donde los maniquíes parecen modelos de pasarela y las prendas gritan “prohibido para tu tarjeta de débito”. Y no es que tenga pensamientos mediocres, no. Es que simplemente jamás entraría aquí. Ni por error. Aquí, creo yo, necesitaría ahorrar diez años de salario y aún así apenas me alcanzaría para comprarme… no sé, tal vez un cinturón. Y si tengo suerte, uno de segunda. Pero no digo nada. Solo observo con la mandíbula medio desencajada mientras Charlotte camina como si fuera

