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Al final, estoy entrando a la empresa. La puerta corrediza de cristal se abre con ese sonido suave que parece más elegante de lo necesario, como si cada entrada fuese una presentación en una pasarela invisible. Siento el aire fresco del lobby rozar mi rostro, contrastando con el bochorno de la calle. Respiro hondo. El aroma a café recién hecho mezclado con el perfume caro de alguien que acaba de pasar me despierta más que el café que no tomé esta mañana.
Ayer… ay, ayer.
Pasé todo el día con Damián en mi apartamento. Y no me arrepiento. Fue intenso. Fue suave. Fue ruidoso a ratos, y en otros momentos tan silencioso que escuchábamos nuestras respiraciones mezclarse, como si fueran parte de una canción extraña. Él se adueñó de mi sofá, de mi cocina, de mi cama. Como si fuera
