Su mano viaja hacia mi espalda, me jala hacia él con una firmeza que no duele, pero que no da opción. Quedo sentada sobre sus piernas. Siento su erección rozando entre mis muslos. Y mi cuerpo reacciona antes que mi cerebro.
—Esto es una mala idea —digo. Y no sé si lo digo por costumbre o porque aún me aferro a un mínimo de dignidad.
—Tal vez —susurra—. Pero las malas ideas contigo… saben demasiado bien.
Su boca busca la mía. Pero se detiene antes de alcanzarla. Me hace rogar. Me obliga a cerrar los ojos por la frustración. Mis manos se apoyan en sus hombros y él las toma, las coloca detrás de mi espalda. Siento su fuerza, su dominio. Me tiene atrapada.
—¿Sabes lo que más me molesta? —le digo con voz baja, entre dientes.
—¿Qué? —pregunta, mientras su nariz roza la mía y su aliento me h
