—Yo creo que te quiere tener bien hambrienta —dijo Bianca, arrastrando las palabras—. Para cuando te lo meta… no puedas volver a caminar.
Ja, ja, me gusta este tipo de conversaciones, creo que ya estoy fundida, que ni sé todo lo que digo.
—Lo logró —suspiré—. Ya no puedo caminar. Pero por otra cosa. De la ansiedad. Tengo la panocha más estresada que una madre soltera en Black Friday.
Alicia casi se cae al piso de la risa.
—Eres una enferma mental.
—Lo sé. Pero una enferma caliente y ya deja de hacerte la santa, tú eres una diabla.
Le di un gran sorbo al vino, me recosté de nuevo y lancé al aire:
—Yo ya no quiero amor, chicas. Yo quiero sexo. Rudo. Fuerte. Descarado. Me da igual si me ama o no. Quiero que me destroce, ¿está mal eso?
—Para nada —contestó Bianca, dándome palmaditas en
