—Ay, no sé, chicas. A veces siento que lo nuestro es sexo y ya… Pero qué sexo. ¡Dios mío! Yo casi me atraganto con el vino. —¡Cuéntalo todo, por favor! ¡Desgraciada, no nos puedes dejar así! —Sí —secundó Alicia, abrazando un cojín—. Dilo, dámelo todo, quiero vivir por medio de ti. Bianca tomó aire. Y lo dijo. Así, sin anestesia: —Ese hombre tiene experiencia. Sabe mover la lengua como un artista. Las caderas, como un bailarín cubano. Y ese animal que guarda sobre sus pantalones… es grande. No estoy exagerando. Es de los que uno ve y piensa: “¿Dónde vas con eso, señor?” Yo me tiré para atrás en el sofá, agarrándome la cabeza. —¡Maldita! ¡Qué envidia! —¿Y lo mejor? —siguió ella, como si nada—. No solo es grande, ¡lo sabe usar! Ese hombre me hace gritar como una perra en celo. Me agar

